sábado, 31 de mayo de 2014


Yacimiento arqueológico de la Cueva de la Empalizada o de los Palos (Barranco de Soria. Isla de Gran Canaria)

Antecedentes generales y situación:

En el Barranco de Soria, a unos 500 m. escasos de la Cueva del Péndulo, explorada por el Grupo de Montañeros de Gran Canaria en el mes de abril de 1968, está la Cueva de la Empalizada o de los Palos, asi denominada por los escaladores por el conjunto de palos que se aprecian en su entrada, ya en disposición vertical, ya horizontales, inclinados y entrecruzados. Está ubicada a unos 40 m. de la base de la masa rocosa, entre el Risco de Gonzalo y El Portichuelo de Soria, en el término de Mogán.

El exploro y la toma de datos se hicieron por el mentado Grupo Montañero de Gran Canaria, debidamente autorizado y orientado por la Delegación Provincial de Excavaciones Arqueológicas, el día 15 de diciembre de 1968.

Integrantes de la expedición:

El grupo de expedicionarios escaladores estuvo integrado por los jóvenes estudiantes Mariano Domínguez, Jesús Cantero, Manuel Medina, Silvestre Cabrera, Braulio Navarro, Baldomero Galayos y Luis López, todos ellos del mentado Grupo Montañero de Gran Canaria.

Escalada:

Para entrar en la cueva se valieron los escaladores de sus dispositivos técnicos. Ellos se deslizaron desde lo alto en un cesto especial, asido a cuerdas, el que, en virtud de un movimiento oscilante y pendular, al igual que el empleado en la Cueva del Péndulo, y, tras fijar el cesto con clavijas en la boca de la cueva, les fue permitido en sucesivos momentos penetrar con suerte en la misma, venciendo unos 20 m. de altura desde la entrada del covacho al coronamiento del risco, y, por lo tanto, sobre una altura total de 60 m., faena laboriosa y en extremo difícil, a la par que muy expuesta, que solo pueden efectuar jóvenes montañeros diestros en estos menesteres. El alto total desde la montaña a la base es, como se deja dicho, de unos 60 m., por lo que los jóvenes que se aventuraron a efectuar la exploración y ya dentro de la cueva estaban a 40 m. sobre el suelo de la oquedad, dando frente a las fragosidades del citado Barranco de Soria, que es muy abrupto, afluente del Barranco de Arguineguín.

Descripción de la cueva:

La planta de la Cueva de la Empalizada o de los Palos es, como todas las de este tipo, bastante irregular; más que cueva es un gran solapón. Su actual difícil acceso se debe a los sucesivos desprendimientos de tierras y masas rocosas, por efecto de la acción del tiempo. Por estas circunstancias aparece hoy colgada sobre el abismo, como otras cuevas que fueron habitadas por los aborígenes canarios y que hemos localizado en los taludes de las ásperas barrancadas de Tasarte, Tasartico, Tocodomán, Cercados de Araña, Guayadeque, etc. La longitud de su boca, dando al abismo, es de unos 5 m. La altura interior es irregular, oscilando entre 3,50 y 2,50 m., siendo la altura media 1,80 m. Las paredes interiores son también irregulares, con acusados declives. En la boca de la misma están situados los palos de tea en disposición horizontal, vertical e inclinada; ellos forman un entramado, entre los cuales destaca uno de 5 m. de largo, lo que hace pensar en lo laboriosa que tuvo que ser la operación de llevar los maderos a dicha altura, de áspero acceso, en la remota época prehistórica, en la que aún había senderos de más fácil llegada. La situación de esos maderos, unida a la presencia abundante de tejidos de junco, correspondientes a femoralias o lienzos para cubrir el pudor, y de trozos de tamarcos, al igual que de fragmentos de cestones y de palillos aguzados de leñabuena, etc., piezas muy útiles, las primeras para la indumentaria y para las envolturas funerarias, y las segundas para la conservación de útiles diversos y alimentos, y los palillos para el trabajo de tejer, nos confirman en que la cueva fue taller de cestería y de confección de tejidos vegetales.

Material recogido:

Las manifestaciones artesanas recogidas en esta cueva son idénticas a las localizadas en otras cavernas canarias aborígenes, ya funerarias, ya destinadas a viviendas y usos domésticos, especialmente a las encontradas en las cuevas de Montaña Bermeja o Risco Pintado, en Temisas, en las del Barranco de Guayadeque, en las de la Montaña de la Audiencia (Barranco del Draguillo), en las cuevas de Acusa, en las del Lomo del Beril (Barranco de Tasartico), etc. Este material se concreta al siguiente: 7 palillos aguzados de leñabuena y acebuche, 42, 29, 24, 20, 21 y 17 cm. de largo, que responden a los utilizados por los canarios prehispánicos en los talleres artesanos de cestería y confección de tamarcos, envolturas funerarias, bolsos, etc.; trozos de tejidos vegetales, pedazos de femoralias o de lienzos de tejidos vegetales con flecos, empleados para cubrir el pudor; trozos de balayos ovaloides; ídem de cestones y ceretos de tipología varia y urdimbre especial, con sus tapas circulares; varios tipos de tomizas, trenzas o cuerdas vegetales, que recuerdan a las trenzas de las adolescentes actuales, piezas confeccionadas primorosamente en junco, palma y anea. En estas confecciones artesanas se pone de relieve, una vez más, la habilidad manual y la técnica constructiva, sobre todo la peculiar urdimbre y el entramado, al igual que los amarres, lazos y nudillos. También se recogió un pequeño pedazo de zalea de cordero u oveja de piel rasa o sin lana, de la que habla el historiador del siglo XVI Padre José de Sosa. Igualmente fragmentos de cerámica primitiva, a la almagra, entre ellos media vasijita de barro, de base plana y delicada confección, con ligeras e insinuadas protuberancias, una a cada lado, construidas con arcilla seleccionada, de color canelo oscuro; ella ofrece un alto total de 4,5 cm. por 10 cm. de diámetro; algunas patellas; un trozo de tapa de molino pétreo; pedazo de mortero, y un pequeño tazo pétreo, muy tosco, de base plana, de unos 9 cm. de diámetro por 10,40 cm. de alto, y un pequeño cuerno de cabritilla o baifa, de 7 cm. de longitud.

Gratitud:

Hemos de reiterar el sentimiento de gratitud de la Delegación Provincial de Excavaciones Arqueológicas a los mentados jóvenes espeleólogos del Grupo Montañero de Gran Canaria por su valiosa colaboración.

BIBLIOGRAFÍA:

SEBASTIÁN JIMÉNEZ SÁNCHEZ, Nuevas aportaciones al mejor conocimiento de las insculturas rupestres y grabados alfabéticos del Barranco de Balos, en la isla de Gran Canaria, en «Anuario de Estudios Atlánticos», núm. 8, Madrid, 1962.

SEBASTIÁN JIMÉNEZ SÁNCHEZ, Algunas manifestaciones del culto astral entre los grancanarios prehispánicos, en Crónica del IV Congreso Internacional de Prehistoria y Protohistoria, Madrid, 1954.

SEBASTIÁN JIMÉNEZ SÁNCHEZ, Arqueología y Turismo, en la revista «Isla», núm. 8, Las Palmas de Gran Canaria, 1953.

SEBASTIÁN JIMÉNEZ SÁNCHEZ, Cerámica canaria prehispánica, de factura neolítica, en «Anuario de Estudios Atlánticos», núm. 4, Madrid-Las Palmas, 1958.

SEBASTIÁN JIMÉNEZ SÁNCHEZ, Síntesis de la Prehistoria de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 1963.

SEBASTIÁN JIMÉNEZ SÁNCHEZ, Cultura canaria neolítica. Las Palmas de Gran Canaria, 1962.

SEBASTIÁN JIMÉNEZ SÁNCHEZ, Pictogramas antropomorfos de un abrigo pastoril de Majada Alta, Tejeda, en la isla de Gran Canaria, en la revista «Faycán», núm. 8, Las Palmas de Gran Canaria.

SEBASTIÁN JIMÉNEZ SÁNCHEZ, Pictogramas antropomorfos de la Cueva del Moro, en el Lomo de Las Moriscas, en Agaete, isla de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 1963.

SEBASTIÁN JIMÉNEZ SÁNCHEZ, Localidad de Risco Pintado o Montaña de la Audiencia, en la revista «Faycán», núm. 2. Las Palmas de Gran Canaria, 1952.

SEBASTIÁN JIMÉNEZ SÁNCHEZ, Exponentes megalíticos culturales de los canarios aborígenes, Comunicación al V Congreso Panafricano de Prehistoria y de estudio del Cuaternario, II, Santa Cruz de Tenerife-Las Palmas de Gran Canaria, 1966.

PADRE JOSÉ DE SOSA, Topografía de la isla de Gran Canaria.



Sebastián JIMÉNEZ SÁNCHEZ

viernes, 30 de mayo de 2014

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La navegación primitiva en los mares de Canarias (II)

Esta fecha de una explicación supersticiosa de un hecho que en adelante, cuando toda la costa fue recorrida, pareció chocante, la da el mismo libro en otro pasaje (9): «gente de la población de Cádiz narra que una de las dos llaves cayó en el año 400 [1009-10]. El objeto, que fue recogido y que tenía en efecto la forma de una llave, fue llevado al señor de la ciudad de Ceuta; éste mandó pesarlo: su peso era de ocho libras»; detalles estos últimos que inducen a dar autenticidad al hecho en sí, interpretado supersticiosamente.

(9) KITAB AR-RAWD AL MITAR &, Loc. cit., pág. 312.

Más tarde, a mitad del siglo XV, he aquí la idea que de la navegación atlántica de los árabes tenía Ibn Jaldún (10)extraordinario observador de la realidad. En sus famosos Prolegómenos habla de las Canarias, que él fue el primer escritor árabe que las conoció por referencias auténticas y contemporáneas: «No se da con el lugar de estas islas, de no ser que se las tope por casualidad, y nunca de propósito. La navegación de los barcos se guía en efecto por los vientos y por el conocimiento de los puntos desde donde soplan y de los países a que se puede llegar, si se sigue en línea recta la dirección de dichos vientos. Cuando varía el viento, si se sabe a dónde se llega en línea recta, se orientan las velas en esa dirección, dándoles la inclinación precisa para guiar el navío, según normas conocidas por los nautas y marineros que son patrones de las naves. Las tierras situadas a ambas orillas del mar Griego [Mediterráneo] están todas consignadas en una hoja, conforme a la forma en que pueden ser halladas y según su disposición ordenada en las costas de dicho mar, y en esa hoja, al Kunbas, están asimismo señalados los puntos desde donde soplan los vientos y las variadas direcciones que siguen, siendo de esta manera cómo se gobiernan los marinos en sus viajes. Ahora bien: todo esto falta para el Mar Circundante [Océano], y por eso no lo surcan barcos, sin contar con que en la atmósfera de este mar y sobre la superficie de sus aguas se condensan unos vapores que impiden navegar a los barcos; vapores que, por su lejanía, no pueden disipar los rayos solares reflejados por la superficie terrestre. A causa de esto es sumamente difícil orientarse hasta estas islas y dificultoso obtener noticias sobre ellas».

(10) IBN JALDÚN, AL MUQADDIMA, edición QUATREMÈRE, tomo XVI, pág. 94; traducción especial de GARCÍA GÓMEZ.

No parece aventurado postular que la navegación de tipo mediterráneo tardó mucho, hasta el siglo XI según la tradición gaditana antes recogida, en propagarse por la costa africana; la pérdida en el siglo XIII de los puertos andaluces, Cádiz ante todo, debió de ser para ella un rudo golpe, y en fin y en todo caso no afectó a las prácticas tradicionales de los pescadores beréberes de la costa al sur del Um-er-Rebia.

Si la actual marinería de aquella costa norte es de origen árabe, o mejor hispano-árabe, difundida en la baja Edad Media, ¿cuál será el origen de las naves tipo cárabo y su tradición aneja? Basta leer la descripción detallada de ellas que nos da Laoust, para notar su analogía evidente con un tipo muy antiguo de nave, la de los vikingos, igualmente carente de distinción entre proa y popa. Pero en realidad no pensamos en esas naves nórdicas como «antecedentes» de los humildes cárabos del Sus; pensamos en la navegación antigua en estos mismos mares, en los buques púnicos. La navegación púnica, ante todo navegación pesquera, debió de dejar estas barcas frágiles y manejables, sobrias en consumo de madera, escasa en todos estos países; y como ellas, debían de ser las naves gaditanas de la antigüedad.

Nada más verosímil que estos cárabos abordasen en más de una ocasión en algunas de las islas canarias, especialmente de las orientales, y acaso ellos sean los responsables de alguna o algunas de las aculturaciones superpuestas en el conjunto cultural que se halló en el momento de la conquista europea.

Pero precisamente el objeto de estas líneas es llamar la atención sobre otro tipo de navegación oeste-africana como posible vehículo de las más remotas invasiones en el Archipiélago.

Este tercer tipo de tradición marinera no existe ya. Pero por fortuna nos ha quedado de él una descripción, apenas suficiente, de mano del viajero portugués Valentim Fernandes (11), que escribía a fines del siglo XV. En efecto, los portugueses, en su avance a lo largo de la costa del desierto, llegaron hacia 1440 a doblar el Cabo Blanco y a penetrar en un país diferente, la Bahía del Lebrel o del Galgo, con numerosas islas —en algunas de las cuales luego se establecieron— y con una población arraigada, dependiente en gran parte de la pesca como medio de vida. He aquí como Valentim Fernandes nos describe este rudimentario pero seguramente viejísimo medio de navegar:

«Os seus batees he çinco paos de figueyra de inferno secos, saber huum de braça e mea em longo e assi os dous em cada ylarga de dous palmos menos, e estes tres som atados com linhas das ditas redes e ficam detras todos tres ygoaes, e adiante sae o da metade mais, que he mais comprido. Emtam atam outros dous paos de 6 palmos das ilargas todas apartados [por apertados]. No meo d'estes paos põem suas redes ou molher e filhos ou qualquer cousa querem leuar, e elle detras assentado em aquelles tres que mais saem com as pernas de dentro pera o mais largo. E em cada mão traz huma tauolleta de palmo e meo de comprido e meo palmo em largo com que remam. E os que andam na barca andam em agoa ata cima de gyolhos, e assy andam e nom se affogam. E d'esta maneyra atrauessam qualquier golffo d'aquelles parçees xij leguas e tambem correm assi toda costa. E como som em terra, logo sua barca põem ao sol pera enxugar pera ser mais leue. E quando alguum d'elles tem huma d'estas barcas e huma rede, se conta por rico. Breo e stopa nunca o virom» (12).

(11) VALENTIM FERNANDES, edición CENIVAL-MONOD, págs. 118 y 120.

(12) Sus bateles tienen cinco palos de higuera infernal secos, a saber uno de braza y media de largo (2,6 m.) y así los dos en cada costado de dos palmos menos (2,10) y estos tres van atados con cuerdas de las dichas redes y quedan por detrás los tres iguales y por delante sale el de en medio más, que es más largo. Entonces atan otros dos palos de seis palmos (¿1,20?) a sus costados bien apretados. En medio de estos palos ponen sus redes o mujer e hijos o cualquier cosa que quieran llevar y él detrás en aquellos tres que salen más con las piernas de dentro hacia el más ancho (¿o largo?). Y en cada mano traen una tablilla de palmo y medio (0,30 m.) de largura y medio palmo (0,10 m.) en ancho, con que reman. Y los que van en la barca van con agua por encima de las rodillas y así van y no se ahogan. Y de esta manera atraviesan cualquier golfo de aquellas marismas, 12 leguas, y también corren así toda la costa. Cuando están en tierra, luego ponen su barca al sol para que se seque y sea más ligera. Y cuando uno de ellos tiene una de estas barcas y una red se cuenta por rico. Nunca vieron alquitrán ni estopa.

Sin duda la descripción es torpe, pero no ininteligible, si recordamos que la braza son metros 1,7 o 1,8 y que por tanto el palo de en medio alcanzará unos 2,6 de largo, esto es, comprido o longo en portugués. Que ilargas significa costados, y así los palos de 6 palmos (1,2 m.) fijados a ellas hacen oficio de amuras o barandas, abiertas por delante y por detrás. En fin, que largo vale por ancho (pero en la línea 9 valdrá como en castellano).

Estos pobres marineros de la Bahía del Galgo eran zenagas (azenegues en Valentim Fernandes), población beréber ya en aquel momento brutalmente sometida por los árabes nómadas hasaníes. La descripción que de ellos nos da Fernandes tiene rasgos que nos recuerdan a los canarios, con sus barbas abundantes y sus vestidos de pieles. Otros rasgos coincidentes podemos sacar del conocimiento moderno de su lengua, que persiste hoy en pequeños grupos de ellos que moran al norte del Senegal, y en la cual Marcy observó características fonéticas que la aproximan a los lenguajes canarios, más que otros dialectos beréberes; y no menos sus inscripciones rupestres, análogas, según el mismo autor, a las de El Hierro en nuestro Archipiélago.

Además hay que tener presente que esta población zenaga se extendía poco antes, hasta comienzos del siglo XV por lo menos, mucho más al norte, hasta el Sus mismo, y enlazaba con su población bereberófona, el grupo Shilha o Chleu. Sólo entonces sobrevino en el Sáhara Occidental o Atlántico el desastre de la invasión nómada árabe, los beduinos Duai Hasán o hasaníes, que rechazan hacia el sur a los zenagas; y así arabizan esta costa a diferencia del resto del Gran Desierto, que ha mantenido en lenguaje y cultura, ya que no en religión, gran parte de sus tradiciones preislámicas. Estos zenagas, de tradición sedentaria y pescadora, probablemente vivían del mar en los bancos del actual Sáhara Español y poseían estos rudimentarios bateles con los que remotas generaciones habrían abordado las Canarias. En efecto, hay que confíar mucho más en la tenacidad y resistencia física y moral del hombre, incluso el primitivo, de lo que suponen autores modernos (pensamos en Maury, con el mayor respeto para su ciencia y prudencia), que basándose en la marcha y fuerza de las corrientes y vientos en esa zona atlántica rehusan creer en viaje alguno de sur a norte. No es tal vez éste nuestro caso, pues sabemos a los zenagas establecidos en latitudes iguales a las de Canarias, y dicho autor se refiere concretamente al regreso de Hannón de su supuesto periplo africano hasta Guinea, asunto en el que no entramos. Pero, si en los mares hiperbóreos, con medios totalmente inadecuados, los vikingos alcanzaron Groenlandia y América, no me parece descabellado creer que los zenagas, con medios sin duda más risibles, pudieron cruzar el mar de Canarias. Y las llegadas tuvieron que ser tan arriesgadas, tan azarosas, que ello explique que no perdurase comunicación regular alguna, que los bienes ergológicos recibidos por cada isla difieran tanto de las demás y que, en fin, se perdiese la noción de estas navegaciones sin regreso.



Elias SERRA RÁFOLS

jueves, 29 de mayo de 2014

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La navegación primitiva en los mares de Canarias (I)

Salvo para los candorosos «atlantistas», que pueden admitir que la población aborigen de las Islas no era más que la supervivencia de los atlantes de Platón, tras el cataclismo que hundió la mayor parte de su tierra, la presencia de estos primitivos habitantes ha constituído siempre un problema planteado y no resuelto. Verdad es que problema análogo se presenta a los naturalistas, que se encuentran aquí con especies vegetales y animales cuya inmigración no pueden explicar; como sus tipos análogos vivieron en el continente en épocas remotísimas y en cambio faltan aquí otras especies que han venido a sustituir a aquellas arcaicas en las costas próximas, hay que excluir la llegada accidental de simientes o huevos, que se hubiese operado en cualquier época en condiciones parecidas: en un momento antiguo estas islas estuvieron en contacto con los continentes y luego esta situación cesó. Pero estas consideraciones no afectan a la presencia humana: de un lado estos contactos, postulados por ciertas especies vegetales y animales, son muy anteriores a la existencia del hombre sobre la tierra; de otro, no hay que olvidar que otros grupos de islas como Madera y Azores forman parte del mismo mundo biológico que las Canarias, pero carecían de población indígena. ¡Allí no hubo supérstites de ninguna Atlántida!

Los canarios primitivos no eran autóctonos; vinieron de fuera. Pero ¿cómo? El problema ha llamado la atención a infinitos autores, casi a tantos como los que se han ocupado poco o mucho de nuestros aborígenes y no comulgan en las teorías atlantistas; entre los últimos que han tratado del tema recordemos a Juan Álvarez Delgado (1). No será mucho que se nos permita echar nuestro cuarto a espadas en la cuestión.

En primer lugar, coincidiendo con este autor, rechazamos todo conocimiento náutico para los canarios en la época en que fueron descubiertos desde Europa, esto es, el siglo XIV o finales del XIII. Los testimonios de los contemporáneos son unánimes y la arqueología ha venido a concordar plenamente con ellos; si mediante los huesos de peces pelágicos, encontrados en las estaciones prehistóricas noruegas, sabemos que los primeros vikingos pescaban ya en mares profundos y lejanos de sus costas (2), por los no raros hallazgos de vértebras de morena y otros peces de orilla y la ausencia de otros pelágicos en las estaciones canarias sabemos que estos pescadores eran incapaces de embarcarse. Los testimonios invocados en contrario de Abreu Galindo (3), que menciona un lugar de Tenerife cuyo nombre dice que significaba «Mira navíos», y el más explícito de Torriani (4), según el cual los gran-canarios «faceuano barchi d'arbor Drago ilquale intiero cauauano, et poscia postogli la saerra di pietra nauigauano con rami et con uela di palma attorno i lidi de l'isola, et ancora solleuano alle uolte passare a Tenerife, et a Forteuentura á rubare», no son convincentes. No cabe duda que al cabo de dos centurias de ver naves en torno de las Islas habrían los indígenas dado esta significación a alguno de sus vocablos. El testimonio tan concreto de Torriani es aislado y tardío, si bien derivará de un informe anterior a su tiempo (fines del siglo XVI); los contemporáneos, en cambio, nos muestran a los canarios de Gran Canaria nadando valientemente para aproximarse a los navíos, incluso con cargas en la cabeza, y ello desde el siglo XIV. Tal hazaña no corresponde a gentes conocedoras de artificios flotantes, y la descripción que nos da el ingeniero cremonés es demasiado conforme a usos malayos —una embarcación de corteza con vela de palma trenzada— para que no sospechemos que la excesiva erudición de nuestro autor o de su informante le ha inducido a generalizar y aprovechar en una ocasión que le pareció oportuna un hecho local de otra parte.

(1) J. ÁLVAREZ DELGADO, La navegación entre los canarios prehispánicos, «Archivo Español de Arqueología», XXIII, 1950, págs. 164-174.

(2) A. V. BROGGER, The viking ships. Their ancestry and evolution, Oslo, 1951 pág. 10.

(3) FRAY JUAN DE ABREU GALINDO, Historia de la conquista de las siete islas de Canarias, Edición Cioranescu, Santa Cruz de Tenerife, pág. 292.

(4) LEONARDO TORRIANI, Descrittione..., Edición Wölfel, Leipzig, 1940, fols. 38-39 del original.

Hay quién conjetura que los primitivos canarios fueron simplemente traídos como cómodos pasajeros, a bordo de naves de pueblos marítimos que, desembarcado el pasaje, no se ocuparon más de las islas así pobladas. Se hace difícil concebir el objetivo de semejante operación y suponer que los transportados no tuviesen una comunidad cultural con sus patronos. Por esto no renunciamos a hallar un modo espontáneo de que poblaciones ribereñas de los mares vecinos a Canarias llegasen más o menos azarosamente a sus costas en múltiples oleadas y en varias ocasiones. Y para llegar a alguna conjetura fundada debemos empezar por examinar con cuidado las prácticas náuticas y pesqueras de esos ribereños, en la medida que conocemos sus estados pasados.

Sin duda habrá que hacer una recapitulación histórica, pero antes y más interesante nos parece conocer la situación tradicional que ha llegado hasta nuestros días, para modificarse rápidamente con la ocupación europea de las costas africanas. Hace más de treinta años se publicaron en la preciosa revista franco-marroquí «Hespéris» dos interesantes artículos sobre las prácticas náuticas de gran parte de la costa que nos interesa. Montagne trató de los marinos indígenas de la zona francesa (5). Laoust, de los pescadores beréberes del Sus (6). De estos estudios resulta que la costa marroquí se reparte en dos zonas, según las prácticas marineras y aun el lenguaje de sus pescadores: en el norte, hasta el Um-er-Rebia, las embarcaciones y las prácticas son las mismas tradicionales en los viejos puertos mediterráneos. Más al sur aparece el cárabo, embarcación sui generis, ligera de costillaje y tablazón, delgada, elástica, fácil de varar en la arena de las pequeñas playas y de izar lejos del mar. Esta nave, así como la mayoría del vocabulario que la acompaña, corresponde a una tradición independiente a la primeramente mencionada como mediterránea.

(5) MONTAGNE, Les marins indigènes de la zone française du Maroc, «Hespéris», III, 1923, pág. 175.

(6) LAOUST, Pecheurs berbères du Sous, «Hespéris», III, 1923, págs. 237 y 297.

La navegación de tipo mediterráneo hemos de suponerla como la propia de los árabes, y aun tal vez convendría no remontarse tanto. Sabemos que no hubo navegación de altura de parte de los indígenas de esta costa hasta el establecimiento en Salé de un nido de piratería formado a base de una colonia de emigrados españoles, al fin de la Edad Media, que alcanza su máximo florecimiento, con el concurso turco, en la Edad Moderna. La costa marroquí más al sur debió de quedar prácticamente desconocida durante mucho tiempo para los mismos árabes. Montagne (7) nos dice que «las luchas que marcan las tentativas efímeras de los Banu Ifran en la región de Rabat (siglo X), luego los combates incesantes de los almohades contra los Berghouata, dieron por resultado la desaparición casi completa de la vida urbana entre el Bu Regreg y el Um-er-Rebia». Una vieja tradición supersticiosa conservada en una descripción de la España árabe que remonta al siglo XI (8) confirma estos hechos, esto es, la abstención de los marinos árabes de navegar por la costa marroquí hasta época tardía. Ese texto refiere lo siguiente:

«Se decía que la parte central del Mar Occidental, que se llama Pélagos, no pudo nunca alcanzarse hasta el día en que la llave que tenía en la mano el personaje representado por la estatua [del Hércules de Cádiz] cayó a tierra. A partir de este momento se pudo llegar por mar hasta Salé, Sus y otros lugares. Esto se creía por lo general en el lugar [de Cádiz]».

(7) MONTAGNE, Loc. Cit. pág. 186.

(8) KITAB AR-RAWD AL MITAR &, apud GARCÍA BELLIDO, «Archivo Español de Arqueología», XVI, 1943, pág. 313.

Continúa...

Elias SERRA RÁFOLS

miércoles, 28 de mayo de 2014

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Dos documentos referentes al ataque de Nelson al puerto de Tenerife en julio de 1797 (II)

DOCUMENTO NÚM. 2

Libertad. —Santa Cruz de Tenerife, el 4° día, correspondiente al 5 de la República Francesa.

[Al margen] Recibido el 1° Nivôse.

El Cónsul de la República Francesa en las Islas Canarias al ciudadano Charles de la Croix, Ministro de Relaciones Exteriores.

Ciudadano Ministro:

En mi última carta le di cuenta detallada del resultado de la empresa inglesa sobre esta isla. Hoy quiero darle la del espíritu público y la de la conducta actual de los agentes del Gobierno Español.

Deben distinguirse aquí dos clases de espíritu público: el de los labradores y artesanos, que se pronuncian en favor de Francia, sobre todo por la manera en que los franceses se han conducido últimamente con ocasión del desembarco de los ingleses, ha despertado en el corazón del pueblo canario el deseo de eternizar la alianza de las dos naciones. El espíritu que anima a las gentes es éste, que los comerciantes y los ricos propietarios presentan de otra manera. Como Inglaterra desde hace mucho tiempo explota con grandes ventajas todo comercio de estas islas, se debe mirar la mayor parte de los negociantes que se han establecido aquí como corresponsales y factores. Ellos no disimulan su predilección por esta nación. Se manifiesta en los gustos, las modas, sus maneras y sobre todo la forma de vivir. Bien es verdad que muchos de estos negociantes son irlandeses de origen, y aunque gozan de todos los privilegios como si fuesen del país, se enfadan si se les toman por españoles. La clase de los ricos propietarios prefiere los ingleses a todos los demás pueblos por las ventajas que les sacan vendiéndoles sus vinos. Esta clase, por este interés, se confunde con la de los negociantes, y, como éstos, no han dejado de censurar al gobierno de Madrid en ocasión de su ruptura con Inglaterra.

Se reconoce la jactancia, en algunos habitantes, del viejo carácter español, pero lo que les distingue de ventaja es su insuficiencia y su perfecta incuria, de la cual no dejan de dar pruebas, sobre todo en la ocasión de los ataques que han recibido en diversas ocasiones por parte de los ingleses. Éstos vinieron en el mes de mayo a robarles, al pie de sus fortalezas y de sus baterías, un galeón ricamente cargado procedente de las Américas. Un mes después se presentan de nuevo con la misma audacia y se apoderan de la corbeta de la República «La Mutine», que había fondeado hacía dos días, creyéndose segura bajo la protección de cinco castillos. Los ingleses, ufanados en obtener éxitos fáciles, no temieron poner en práctica su plan. Descendieron en medio de la Plaza de Santa Cruz a las dos de la madrugada, y sin el coraje de un puñado de franceses y de aproximadamente 300 hombres del Batallón de Canarias no hubiesen librado la plaza del pillaje y las llamas. Pidieron parlamentar y no tuvieron más recursos que capitular, cuando no les quedaba ninguna esperanza de poder escapar a la venganza del pueblo. Critican al General [Gutiérrez] de haber sacado muy poco partido de una victoria tan efectivamente asegurada; pues no solamente devolvió los prisioneros ingleses sino que les permitió llevarse las armas que hubiesen servido para equipar a soldados provinciales, a quienes a falta de fusiles les entregaron picos. Este desembarco de los ingleses ha servido para hacerles abrir los ojos sobre la necesidad de poner la ciudad y el puerto en estado de defensa. Se debe esta justicia al Capitán General, que no escatima ningún medio para inspirar la confianza a este objeto. Pero al mismo tiempo que se ocupa en salvar la isla de Tenerife, que probablemente los ingleses no atacarán más, se descuida, se abandona la isla de Gran Canaria, que ellos hostigan diariamente. La indiferencia sobre esta isla acaba de costarle a los negociantes de Marsella la pérdida de un navío armado con cuarenta cañones con una rica carga procedente de Guadalupe. Este barco, cazado por dos fragatas inglesas, se habia refugiado bajo las baterías de tres castillos de la isla de Canaria, donde no se encontró ni pólvora ni artilleros. El equipaje francés, viendo que no recibiría socorro de la parte de estos castillos, resolvió desembarcar para ayudar en el servicio de baterías, pero fue obligado a esperar la pólvora, que se encontraba en mal estado. El inglés tuvo todo tiempo de desamarrar el navío francés, el cual viene de escalar la costa de esta isla de Tenerife. El resto del equipaje se tratará de hacer pasar a Europa lo más pronto posible, con la tripulación procedente del navío bordelés «Le Poisson Volant», armado, en curso de partir para la Guadalupe, capturado por los ingleses a la altura del cabo Finisterre.

En este momento hago zarpar la goleta americana «Le Ruthy» para transportar a Cádiz otros setenta marineros franceses procedentes de las tripulaciones de «La Belle Angelique» y «La Mutine».

Espero que esta segunda expedición tenga el mismo éxito que la primera.

Salud y Fraternidad Clerget = Rubricado



Antonio RUIZ ÁLVAREZ

martes, 27 de mayo de 2014

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Dos documentos referentes al ataque de Nelson al puerto de Tenerife en julio de 1797 (I)

En el Archivo del Ministerio de Asuntos Extranjeros de París se custodia un tomo que lleva por título en el lomo: Correspondence | Consulaire | Teneriffe | 1793-1824. En él he encontrados dos documentos, el primero referente al desembarco de Nelson en Tenerife el 25 de julio de 1797 y el otro sobre «el espíritu público» de la Isla en el mismo año de 1797, que traduzco a continuación:

DOCUMENTO NÚM. 1

E nº 1027

Libertad | Santa Cruz de Tenerife, 7 Termidor (1) año 5 de la República Francesa. 33 | (recibido el 21 Termidor) | .

El Cónsul de la República Francesa en las Islas Canarias, al ciudadano Charles de la Croix, Ministro de Asuntos Extranjeros. Ciudadano Ministro:

(1) Para hacer coincidir el año (Calendario Republicano) con el equinocio de otoño y con la proclamación de la República, la Convención hizo comenzar el año el 22 de septiembre de 1792, y dieron a los meses los siguientes nombres: Vendémiaire (septiembre-octubre); Brumaire (octubre-noviembre); Frimaire (noviembre-diciembre); Nivôse (diciembre-enero); Pluviose (enero-febrero); Ventôse (febrero-marzo); Germinal (marzo-abril); Floréal (abril-mayo); Prairial (mayo-junio); Mesidor (junio-julio); Termidor (julio-agosto); Fructidor (agosto-septiembre). —N. del T.

Por una carta fechada el 8 Mesidor, tuve el honor de daros cuenta de la presa de la «Mutine». Esta presa había sido precedida, en la misma rada, por la de un galeón español, ricamente cargado.

Estos hechos no podían más que aumentar la confianza de los ingleses, a quienes órdenes más directas, puede ser, le hicieron infructuoso el proyecto de apoderarse de estas islas. He aqui el detalle de este acontecimiento:

El 4 Termidor, a las 5 de la madrugada, 8 barcos de los cuales 3 veleros de guerra, 3 fragatas, 1 bombarda y 1 cúter hicieron aquí su aparición. Inmediatamente echaron al agua, bajo la protección de las tres fragatas y de la bombarda que fondearon al Nord-Este de la rada entre el fuerte de San Andrés y el fuerte de Paso-Alto, 35 embarcaciones. La gran distancia de un fuerte al otro no podían poner obstáculo al desembarco. Los ingleses, en número aproximado a 600 hombres, ganaron las montañas que bordean esta parte de la isla, y se hubiesen apoderado del fuerte de Paso-Alto, si los españoles secundados por algunos franceses no hubiesen llegado a tiempo para contenerles. Durante todo el día y hasta bastante avanzada la noche la bombarda y los fuertes se enviaron algunos cañonazos y varias bombas.

Al día siguiente, cinco de los barcos, ya sea en consideración a las dificultades que habían encontrado o en razón de una fuerte brisa que se presentó y que podía lanzarles a la costa, al fin, por diversión [ilegible en el original: la palabra que leemos no nos parece correcta y por eso preferimos dejarla en blanco], las fragatas y la bombarda aparejaron llevándose a la gente que habían desembarcado y fueron a unirse a los tres veleros que durante todo este tiempo se habían contentado con vigilar frente a la rada. Estas maniobras nos habían hecho pensar que iban a dirigirse hacia alguno de los fuertes del Sur-Oeste de Santa Cruz, pero se unieron entre si y desaparecieron de nuestros ojos. Al siguiente día, a las 6 de la tarde, el enemigo reapareció con un barco de línea más y se aproximó entonces y todas sus fuerzas vinieron a fondear al lugar que habían escogido el día anterior. Llegada la noche comenzaron las hostilidades: 30 o 40 bombas llovieron sobre el fuerte de Paso-Alto. El fuerte respondió con cañonazos y lanzó, también, algunas bombas. El proyecto del enemigo no se desarrollaba aún. A las 2 de la madrugada el muelle es asaltado por un número bastante considerable de embarcaciones. Las piezas de artillería que lo defienden son destruídas a excepción de dos. Las baterías del castillo principal les obligó sin embargo a reembarcar dejando una veintena de muertos sobre la playa. La misma suerte le esperaba a un cúter cargado de gente que fue hundido por el fuerte de Paso Alto. La cosa no era la misma al Nord-Oeste de la rada. Dos embarcaciones dirigidas hacia esta parte vienen bajo mis ventanas y bajo mis ojos a desembarcar 1500 marinos, de los cuales 800 marinos y 700 hombres de tropa desencadenan una larga fusilada y los repetidos golpes del cañón no les detienen. Se efectúa el desembarco. El enemigo avanza a grandes gritos y se hace de día en medio de un fuego ensordecedor. Las calles se llenan de muertos. Cada playa se convierte en un campo de batalla, y la victoria dudosa no se sabía bajo que bandera fijarla. Sin embargo el español redobla sus esfuerzos y hace presa a su enemigo en todos los puntos. El inglés que se cree cercado por fuerzas superiores se repliega a un convento de dominicos y desde allí hace demanda de dinero prometiendo retirarse. El General de estas Islas, Señor Gutiérrez, les responde que él no tiene más que hierro y muerte que ofrecerles si rehusan rendirse. Una capitulación ratificada en seguida por el Vicealmirante, Comandante de la División, les hace reembarcar con la promesa de no molestar estas islas en toda esta guerra. Así terminó este proyecto de invasión que, según confesión de los prisioneros, no había tenido otro objeto que el incautarse de los tesoros bastantes considerables procedentes de un galeón real y de todas las cajas públicas. Yo creo poder declarar que los elogios a los españoles en esta ocasión deben ser ensalzados, más que por una maniobra inteligente y bien desarrollada, por una conducta fuerte y sostenida. Ellos, un puñado de hombres inferior en número y medianamente disciplinados a 1200 hombres bien armados y conducidos por [ilegible en el original] que tenían a Nelson por Jefe. Tan importante les había parecido esta expedición. Una parte de franceses (2), al mando de los cuales se encontraba el ciudadano Le Gros (3), Vicecónsul y Canciller en esta isla; el ciudadano Occident, Secretario de este Consulado, y el ciudadano Durier, empleado en dicho Consulado, han recibido honores hasta entonces desconocidos.

Entre los monjes, uno de ellos fue muerto y otros cuatro heridos. Sigue el cuadro nominativo de las fuerzas y de las pérdidas que han tenido los ingleses:

División de la escuadra frente a Cádiz comisionada por el caballero Terrier, Duque de St. Vincent:

- Velero El Teseo: cañones 74. Comandante Sir Horacio Nelson (Al mando de su Capitán Rafael Willet Miller).
- Velero El Culloden: cañones 74. Comandante Capitán Thomas Thombridge.
- Velero El Celoso: cañones 74. Comandante Capitán Samuel Hood.
- Velero El Leandro: cañones 50. Comandante Capitán Thomas Thompson.
- Fragata La Esmeralda: cañones 36. Comandante Capitán Waller.
- Fragata La Tersípcore: cañones 32. Comandante Capitán Ricardo Bowen.
- Fragata The Sea Horse: cañones 28. Comandante Capitán Freemantle.
- Cúter La Zorra: cañones 14. Comandante El Teniente Gibson.
- Bombarda: Kateh (Apresada en Cádiz).

Muertos:
Bowen, Capitán Thompson, Primer Teniente Ernsham; el Teniente y dos Oficiales del Cúter.

Heridos:
Wetherheard, Nelson, un Capitán, un Teniente, el Teniente Robinson y el Teniente Douglas.

Salud y Fraternidad Clerget = Rubricado

(2) Cuando el segundo comandante inglés Samuel Hood tuvo el inopinado encuentro con aquellos franceses, sus enemigos implacables, dejándose arrebatar de la ira, prorrumpió en algunas exclamaciones, y aún propaló una proposición, por la cual hubieran sido detenidas sus gentes a no haber dado pronta satisfacción. —Relación circunstanciada | de la defensa que hizo la Plaza | de Santa Cruz | de Tenerife | invadida | por la Escuadra Inglesa, | al mando | del Contra-Almirante | Horacio Nelson, | la madrugada del 25 de julio | de 1797. | Madrid MDCCXCVIII. | Página 41. —N. del T.

(3) El ciudadano Le Gros era ingeniero de puentes y calzadas, y llegó a Tenerife en el barco «La Belle Angelique», que salió de Francia para una expedición de Historia Natural. Cuando el cónsul Clerget pide permiso para ausentarse da la Isla, recomienda a Le Gros diciendo: «Ningún francés es aquí más estimado que él». N. del T.

Continúa...

Antonio RUIZ ÁLVAREZ

lunes, 26 de mayo de 2014

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Un hallazgo prehistórico de interés: el ídolo de Tara

Tara ha constituido, con Telde y Cendro, uno de los núcleos aborígenes más importantes —en orden a yacimientos arqueológicos— de toda Gran Canaria. Hoy esas posibilidades arqueológicas, a causa de la constante extracción de elementos, roturación de terrenos, etc., son casi nulas.

Es bien sabido que la población aborigen se agrupaba densamente en aquellos tres centros, es decir, Telde, Tara y Cendro. Hasta hoy se conservan en Tara y Cendro gran número de cuevas de habitación con raíz en la época prehistórica, cuevas que en la actualidad sirven de viviendas a familias de trabajadores del campo, a gentes de labranza que conforman los barrios que aún sostienen tales topónimos. Telde, situado en un llano, se ha convertido en la ciudad de su nombre. Tara, que se abre en las faldas de una montaña frontera, ha tenido más celebridad que Cendro —que está enfrente de Tara, en la margen opuesta del barranco— y menos que la metrópoli teldense. Dentro del más auténtico folklore insular han quedado las «brujas de Tara» famosas. En realidad fue siempre en singular —«la bruja de Tara»— como se conoció a esta estirpe de curanderas llegada hasta nosotros. De ella, a más de ciertas referencias inquisitoriales, existe la cita jocosa muy «Real Sociedad de Amigos del País» que sobre aquella que a comienzos del XIX ejercía allí su pintoresca profesión hizo el Fiscal de la Real Audiencia de Canaria, Zuaznávar y Francia, en el delicioso Diario inserto por Millares Carlo en su eruditísima Bio-Bibliografía.

Ídolo de barro semicrudo, engobado con arcilla de los aborígenes canarios, hallado en la finca Los Cascajos, en Tara (Telde), en 1957.
Parte posterior, sin pintar, del mismo ídolo de Tara.

Existe en Tara una de las más hermosas cuevas prehispánicas de toda Gran Canaria, que parece haber servido de referencia a Torriani para la descripción que hace en su obra de las antiguas cuevas habitables de la Isla.

La cueva, hoy vacía y cerrada, sirvió —probablemente desde el siglo XVII— de morada a la Santísima Virgen de Tara —la Candelaria de Tara— a la cual, y hasta hará unos treinta años, se rindió en ella culto fervoroso. El Niño de la Virgen luce, engarzada en plata, una pequeña vasija de juguete, modelada en barro y que se encontró en los yacimientos de aquella zona.

Precisamente en esa hacienda es donde se alzará la futura ermita de la Santísima Virgen de Tara, y en ella, en la hacienda, fue hallada la pieza arqueológica que nos ocupa: un ídolo modelado en barro semicrudo.

Esta canarísima hacienda, situada en la confluencia del barranco de Telde y del que viene desde Las Longueras (1), en los antiguos predios de Cristóbal García del Castillo y de su hijo Juan Inglés, tiene dos nombres: Los Olivos de Tara —literario y decimonono— y Los Cascajos; personalmente optamos por el segundo y, de apurársenos, elegiríamos este otro acaso más gráfico: Los Cascajos de Tara.

(1) Que será el mismo que el mapa militar 1:100.0000 llama de San Roque. — N. de la R.

Los hallazgos arqueológicos en esta zona —cerámica de uso doméstico y de juguete, piezas de piedra, tumbas, restos humanos, maderas calcinadas, etc.—, han sido incontables. Recientemente —1957 y en ocasión de drenar uno de los cercados de la propiedad, apareció, a cosa de dos metros escasos de profundidad, la valiosa pieza a que nos referimos.

El ídolo ha sido filiado por el ilustre Prof. F. E. Zeuner, de la Universidad de Londres, y el no menos ilustre especialista canario don Simón Benítez Padilla, como pieza indiscutible perteneciente al pueblo aborigen. Para nosotros constituye una auténtica satisfacción dar aquí este aviso de existencia, esta fe de vida de la interesante pieza.

Resulta sobrecogedor imaginar la tragedia, el proceso de reajuste especial que debió de significar para el pueblo vencido desprenderse de sus viejos dioses, enterrarlos, acaso por incapacidad de destrucción de lo que fuera sagrado para ellos, y sobreponer a las creencias ancestrales la realidad inapelable de una divinidad nueva y distinta.

Porque en el fondo, el pueblo canario no repudió absolutamente sus creencias —en los fondos de Inquisición existen las pruebas documentales de ello— y, merced a esta dualidad, nuestros aborígenes abrigaron la convicción de que dentro de la religión primitiva sus antiguos habían alcanzado la eterna bienaventuranza.

De este ídolo de Tara, como podrá advertirse en las fotos que ofrecemos, sólo se conserva un fragmento. Parece representar a un ser humano con los brazos en ángulo y las manos en las caderas, aunque sólo existen de él el brazo, cadera y mano derechos.

Los dedos aparecen apenas representados por unas somerísimas incisiones. Faltan la cabeza y cuello, así como las posibles piernas, que debieron hallarse resueltas —de haber existido— en forma muy rudimentaria, sin modelación concreta.

La decoración geométrica que ofrece esta pieza: círculos, ángulos, triángulos, rombos enlazados, etc., está resuelta con agilísimo criterio, a base de almagre muy vivo, mientras que el fondo, pulimentado, asume una tonalidad beige.

La parte posterior del ídolo —hecho indiscutiblemente para adosar— no tiene modelado ni decoración; su factura es tosca y la materia básica aparece, como decimos, sin color ni pulimento alguno.

Según el citado profesor Zeuner —que anuncia un trabajo sobre el tema, este ídolo está modelado en barro imperfectamente cocido, y luego de decorado fue recubierto por un barniz de arcilla. Por ello, y pese a estar compuesto por el mismo material geológico de Tara —mezcla de tierra vegetal y picón—, material que en aquella zona aparece en capas muy definidas, semeja haber sido estructurado con materia distinta a la de la cerámica cocida que tanto ha aparecido por todo aquel sector.

Las dimensiones de la pieza, cuyas primicias ofrecemos a los lectores de REVISTA DE HISTORIA CANARIA, son éstas:

Alto en su parte más prolongada 15 c.
Ancho en su parte más amplia 13 c.
Ancho en total de la parte existente, más el de la desaparecida 20,5 c.

Por nuestra parte esperamos con interés el trabajo que el señor Zeuner anuncia, a fin de que esta valiosa reliquia de nuestro pasado aborigen quede incorporada, definitiva y autorizadamente, a la arqueología regional.

Nota de la Dirección. —Hemos tenido ocasión de visitar Tara y ver su ídolo, aquí descrito, y podemos confirmar el interés que tuvo aquélla y el que tiene éste. Añadiremos la observación curiosa, de que en el plano de Telde que dibujó Torriani y que puede verse en las ediciones publicadas en 1940 por Wölfel y en 1958 por Cioranescu, los nombres de Tara y Sendro se hallan intercambiados con sus actuales localizaciones. Como es poco verosímil que la tradición toponímica se equivoque, hay que admitir que fue Torriani quien erró al dibujar su mapa, a base de apuntes que trastocó.— E. S.



N. A.

domingo, 25 de mayo de 2014

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Ajuar doméstico guanche: Una cuchara y un plato

Recientes excavaciones nos han suministrado datos muy precisos sobre la calidad, tipo y número de las piezas cerámicas que formaban parte del ajuar doméstico indígena.

Con ser la cerámica el elemento más conocido entre todos los bienes que componían el ajuar doméstico aborigen, queda todavía bastante por hacer para determinar el número de piezas que formaban la serie completa de vasos usuales en toda habitación y familia primitivas. Se está en posesión de cifras bastante aproximadas, pero se espera que nuevos descubrimientos y excavaciones suministren los datos que faltan.

Conocemos la cerámica conservada en los paraderos pastoriles de alta montaña. El hecho de haber descubierto en dichos paraderos buen número de piezas enteras, y en varias ocasiones conjuntos completos en escondrijos próximos a los abrigos, facilita notablemente la tarea de determinación numérica y clasificación tipológica.

Donde persiste el problema es en las cuevas de habitación de las tierras bajas, especialmente de la zona costera. Salvo un afortunado hallazgo en el Risco de los Guanches (Tacoronte), con cuatro vasijas —tres de cerámica y una de madera—, en esas zonas los conjuntos ergológicos no se han conservado en ningún caso intactos, lo que no ha permitido las precisiones numéricas y tipológicas deseadas. Los paraderos pastoriles han sido más elocuentes a este respecto. Sin embargo, está en curso una excavación en la zona de El Sauzal, donde una cueva de habitación está suministrando el material suficiente para lo que se investiga. La manipulación y clasificación de los fragmentos hallados añadirán nuevos datos para el conocimiento del ajuar doméstico guanche.

Hasta tanto se completa este trabajo estadístico y se alumbran nuevos yacimientos, vamos a dar hoy una nota sobre dos piezas cerámicas de gran rareza: un plato y una cuchara. El primero procede de un yacimiento pastoril, y la segunda de una cueva de habitación.

Hasta ahora, sólo son conocidas dos piezas que puedan identificarse como platos, y las dos procedentes de paraderos pastoriles. Una de ellas ofrece menos interés, por haber sido hallada fragmentada o incompleta. Menos interés también por el tipo, pues si es evidente que no se trata de un cuenco, frecuente en la cerámica de Tenerife, tiene más aspecto de hondilla. Puede considerarse como pieza rara, y nosotros la clasificaríamos como un tipo intermedio entre el cuenco semiesférico y el plato verdadero.

Fragmentos de cerámica procedentes de cuevas de habitación revelan, por sus perfiles, pertenecer a piezas distintas de las vasijas corrientes. Haciendo una reconstitución a base de dichos perfiles, se han obtenido piezas fácilmente identificables como platos. Pero la proporción no llega al dos por ciento, cifra bien elocuente para ilustrar la rareza de tal utensilio.

El ejemplar a que nos vamos a referir puede considerarse como un plato verdadero, y mientras nuevos hallazgos no nos contradigan, lo podemos considerar como el plato cerámico típico.

Se trata de una bien acabada pieza de color ladrillo por su parte interior y de color más claro en su cara externa, donde hay algunas zonas ennegrecidas en el fondo. Las paredes, a la altura del borde, son muy finas (2-3 mm.), y más gruesas a medida que se acercan al fondo. Este es curvo, pero menos acusada la curva que en los vasos corrientes. Se inclina ligeramente a un lado, pero no tanto como para que se derramara el contenido. La línea del borde es irregular: presenta ondulaciones no intencionadas, sino que son debidas a imperfecciones en el modelado. Como toda la cerámica de Tenerife, está hecha a mano. La superficie interior está más pulida y mejor distribuido el baño de almagre. Como detalle decorativo presenta unas suaves impresiones plásticas en todo el borde, y en un punto de su pared exterior, cerca del borde, dos grupos de incisiones muy someras (Véase fig. 1, planta y sección, y fig. 2).

El diámetro de este plato es de 19,5 cms., y la altura de 4,5 cms.

La primera noticia sobre esta pieza, así como sobre el otro plato antes citado, apareció en el volumen 28 de «Informes y Memorias» de la Comisaria General de Excavaciones Arqueplógicas (Madrid, 1951, pág. 65, lámina XVI). Ambos ejemplares fueron descubiertos por nosotros en agosto de 1950, en el curso de unos trabajos que realizábamos en la base de Guajara y Cañada de la Mareta, en Las Cañadas del Teide, a unos 2.050 metros de altura. Dentro del campo de pastoreo explorado se descubrieron varios abrigos pastoriles, todos con abundante testimonio arqueológico —industria de lascas de obsidiana, fragmentos cerámicos, etc.— y algunos con vasos enteros en el fondo de los escondrijos cercanos a los abrigos. Los abrigos o refugios se hallaban en su mayoría a unos cuatro metros sobre el nivel de la cañada, y su conjunto formaba un paradero pastoril de fácil identificación para el habituado a este tipo de yacimientos perdidos entre el caos de las lavas. Pues bien, en el interior de unos de estos escondrijos apareció el vaso objeto de esta nota. Era una grieta de unos 0,75 cms. de profundidad, de trayectoria oblicua, perfectamente obturada la boca con una piedra. El plato estaba colocado boca abajo y por un punto de su borde rozaba con un saliente rocoso, lo que probablemente motivó la pequeña rotura que por dicho punto presenta.

(El plato de la Cañada de la Mareta se conserva en el Museo Arqueológico de Tenerife, lleva el número 185 del catálogo y se exhibe en la vitrina núm. 3).

Más rara todavía es la cuchara. Se conserva también en el citado Museo Arqueológico, número 662 del catálogo. Procede de un donativo hecho por don Juan Pérez Morales, quien a su vez había poseído dicha pieza por donación de don Leandro Morales González, su descubridor.

El hallazgo fue hecho de un modo fortuito, el año de 1953, y la entrega al Museo, el día 22 de mayo de 1959. Dos hechos hay que destacar aquí, por lo que tienen de ejemplares: la conservación de tan interesante ejemplar cerámico por sus dos poseedores, y la generosidad de ambos al entregarla a un Centro, donde, al mismo tiempo que sirve como elemento de estudio, muestra al visitante un nuevo elemento de la cultura indígena. Así, pues, conocemos un utensilio cerámico guanche hasta ahora ignorado, al propio tiempo que se han enriquecido nuestras colecciones con pieza de tan notable rareza. Hasta ahora lo podemos considerar como ejemplar único en su clase.

Por las noticias que hemos podido recoger, el hallazgo se produjo en una cueva de habitación del término de Arico, en las proximidades de Icor. Se desconocen otros detalles, así como particularidades del yacimiento de procedencia, aunque si puede darse como seguro que en la cueva no había más material arqueológico. Esto podría explicarse por el hecho de ser cueva muy frecuentada modernamente —como ocurre siempre con las cuevas cercanas a núcleos de población y de fácil acceso—, pero en las cuales queda siempre un pequeño rincón inexplorado.

La cuchara es de color pardo claro, con zonas agrisadas y mango algo rojizo. Más pulida la superficie interna que la externa. El diámetro interior es de 4,5 cms., y de 5,4 cms., si contamos el grueso de las paredes. La longitud del mango, a partir del borde de la cuchara, es de 3,5 cms., y su grueso, en el punto de arranque, de 2 cms. El mango aparece roto en su extremo.

Si ponemos de frente la pieza, es decir, mirando a su parte cóncava, el mango se inclina ligeramente a la izquierda. Por su extremo presenta unos suaves acanalados que hay que atribuir más a la técnica del modelado que a intención decorativa. El borde de la cuchara es redondeado y no presenta huellas plásticas ni incisas (fig. 3, sección y planta, y fig. 4).

Fig. 1. Planta y sección del plato cerámico de la Cañada de la Mareta (Tenerife)

Fig. 2. El plato de la Cañada de la Mareta (Tenerife)

Fig. 3. Sección y planta de la cuchara procedente de una cueva de habitación de Icor (Tenerife)

Fig. 4. La cuchara de Icor (Tenerife)

Tanto el plato como la cuchara responden, por sus particularidades técnicas, a la cerámica guanche. Es más perfecto el acabado del plato, mejor distribuida la capa de almagre y más fino y cuidado el pulimento. La cuchara presenta un modelado más tosco, y sus paredes son más gruesas. Al contrario del plato, está mejor pulimentado el exterior que el interior. La cocción de ambas piezas se hizo con más fuego sobre el exterior, lo que puede indicar que estuvieron colocadas boca abajo en el horno. Si por la técnica fuésemos a juzgar la mayor antigüedad de una pieza respecto de la otra, nos inclinaríamos por el plato. Por su tipología, la cuchara parece ser un intento de imitar utensilios semejantes, importados por los conquistadores. Apurando un poco más las cosas, acaso debiéramos incluir plato y cuchara dentro del grupo de las últimas muestras alfareras indígenas, ya en los tiempos de la colonización de Tenerife. Elaboradas, naturalmente, por guanches habitantes de cuevas, como hemos podido comprobar en otros yacimientos con cerámica.

Sin embargo, cuchara y plato enriquecen nuestras noticias del ajuar doméstico guanche, y de admitirse nuestra sospecha, valen también para descubrir en unas técnicas tradicionales el impacto de la sociedad colonizadora.



Luis DIEGO CUSCOY