CONSERVACIÓN EN EL PRIMITIVO CANTÓN DE TIGALATE.
ÁREA DE UNA EXTRAORDINARIA RIQUEZA PATRIMONIAL. (Parte 2)
4.1.2 LA GANADERÍA.
El ganado menor, ovejas o cabras (ovicápridos) y cerdos (suidos) fueron especies explotadas desde época prehispánica. En tanto que la ganadería mayor, va a ser introducida por los conquistadores fundamentalmente como animales de tracción o de carga; tal es el caso de los burros o los mulos y del ganado vacuno que, empleado también en el arrastre de madera va a tener como principal destino las labores de labranza, trilla, etc.
La escasa relevancia numérica de algunas de las especies del ganado mayor pone de relieve su carácter de animal de lujo; así el ganado equino, que como animal de montura, tan sólo se encontrará en posesión de aquellos labradores más acomodados, convirtiéndose incluso en un símbolo externo de distinción social. Es más, no todos los vecinos poseían animales de carga, teniendo que llevar la carga en a sus propios lomos.
El aprovechamiento de productos derivados, tales como el queso o la leche se obtenía principalmente del ganado menor, pues debemos tener presente la tardía introducción en la Palma de la vaca lechera, comienzos del siglo XX, para extenderse por toda la Isla a mediados de siglo.
En Barranco Hondo, la producción de queso tenía carácter doméstico, por lo que en su elaboración se empleaban métodos tradicionales: pencas secas para su ahumado o para su curado, el cañizo y la quesera que, como enseres domésticos se colgaban, en la cocina, en los huecos que quedaban al descubierto en una construcción, que siendo más modesta carecía de revestimiento. Con todo, se trata de un derivado que se destinaba a la venta en barrios como Tigalate o incluso en la misma capital. Había gente que se ocupaba de manera exclusiva a esta actividad; los cabreros que elaboraban el queso en el mismo cauce del barranco y que, en sus desplazamientos tras la búsqueda de agua y de los mejores pastizales para sus ganados, ocupaban cuevas y reutilizaban paraderos pastoriles de época prehispánica.
Por su parte, la oveja también proporcionaba la lana con la que se tejían sus mantas, que llevaban hasta el telar de Tigalate en donde la costurera estipulaba un precio por su confección. Se vestían así unas camas, cuyo “colchón” se rellenaba a base de «gamona», especie arbustiva utilizada como forraje que se extendía con profusión en sus inmediaciones. Con todo, al no cubrir las necesidades, tenían que recorrer largas distancias para procurar el alimento de sus animales, hacia cotas más elevadas en donde proliferan especies como el tagasaste o el codeso.
Mientras que el consumo de productos derivados como el queso o los huevos se convirtió en una constante, el aprovechamiento cárnico tiene carácter ocasional, y para algunas especies, puntual; tal el caso del cochino, cuya matazón tiene lugar una vez al año, en el mes de noviembre coincidiendo con la festividad de San Martín. Su carne se conserva en salmuera, convirtiéndose así en una reserva para toda la temporada invernal. Como productos derivados se obtienen morcillas o manteca, empleada para freír hasta su sustitución por el aceite, o también para templar los potajes.
4.1.3 LA APICULTURA.
Queda constancia de algunas colmenas en el barranco del “Barrinillo”, ubicadas a distancia de los cultivos con el fin de evitar los posibles daños que éstos insectos puedan provocar a las cosechas. Aunque debieron de existir muchas más, parecen que fueron pocos los que se dedicaron a la explotación de un recurso como la miel.
4.1.4 LA PESCA.
La pesca de bajura, mediante el uso de pequeñas embarcaciones, constituyó una actividad complementaria; no obstante el pescado no figuraba como aporte nutritivo de uso habitual en sus dietas. Con todo, algunos de los habitantes de Barranco Hondo se dedicaron a la venta de las especies capturadas: chicharros, viejas, morenas, congrios, etc, que subían hasta la carretera, y en Montes de Luna se les ofrecía a los propietarios de las ventas.
Pese a que fue una actividad más propia de los hombres, también algunas de sus mujeres la desempeñaron.
5. PATRIMONIO ARQUITECTÓNICO EN EL MEDIO RURAL.
La arquitectura rural se encuentra estrechamente vinculada al medio en el que se inserta; es más, se constituye como respuesta adaptativa a las actividades económicas propias de este medio. De esta manera, cualquier estudio sobre arquitectura vernácula, basado en construcciones ante todo funcionales, precisa de un equipo interdisciplinar, en el que la colaboración de historiadores, etnógrafos, arqueólogos... contribuya a la localización de construcciones anejas a la vivienda y asimismo, a definir el valor de sus diferentes elementos arquitectónicos. Aunar esfuerzos evita, con vista a futuras intervenciones, la introducción de elementos distorcionadores, que incluso pueden alterar la propia esencia del patrimonio arquitectónico.
Una economía, como la de Barranco Hondo, fundamentalmente cerealera en la que la ganadería también ocupa un lugar destacado, explica la existencia de construcciones como las eras, o de dependencias cómo pajeros, gallineros y conejeras para la estabulación de sus animales domésticos. Pero ha sido el recurso a la etnología la que, informando de un consumo ordinario de higos, ha puesto al descubierto la importancia de la higuera en la economía local, y consecuentemente el rastreo y localización de hornos para el secado de sus frutos, construcciones que de lo contrario quedarían ocultas entre la maleza y sin más destino que el olvido.
De manera genérica, la arquitectura en el mundo rural es una arquitectura de ahorro, donde frente a lo estético prima el sentido funcional. Sin embargo, en Barranco Hondo encontramos, tanto en el exterior como en el interior de las viviendas ejemplos que sin tener carácter funcional ponen al descubierto la sensibilidad artística de sus constructores. Los esgrafiados, rematando esquinas, en el patio o terrero e incluso en los muros perimetrales de un aljibe, se convierten en un claro reflejo del gusto por lo estético. Además, esta técnica, como la del enjalbeado, pone al descubierto las distintas capacidades económicas de sus moradores. La razón se encuentra en que ambas técnicas precisan del empleo de un material como la cal cuyos costes se elevan por su indisponibilidad en el entorno. Ya cocinada, la cal llegaba por mar al embarcadero del Porís y bajo un risco se preparaba para su empleo como material constructivo por aquellos labradores más acomodados; de ahí, que no se aplique al conjunto de las viviendas un revestimiento parcial o total de sus paredes, sino que que éste se ciña a las paredes frontales de las viviendas.
Pese a no llevarse a cabo un análisis detallado y pormenorizado de sus diferentes elementos arquitectónicos, trabajo que por su magnitud y más por precisar de un equipo interdisciplinar escapa al propósito del presente artículo, variados son los ejemplos que dan muestra de la habilidad y maestría de sus constructores.
El interesante patrimonio arquitectónico también queda de manifiesto en sus interiores, en las pinturas con motivos triangulares que cubren a modo de “cenefa” las paredes de una de las viviendas, o en el forro o tablazón de madera de tea que cubre internamente la estructura de los tejados, y que en dos de los casos conocidos aparecen remachados a la altura de cumbrera.
5.1 CONSTRUCCIONES ANEJAS A LAS VIVIENDAS, LOS HORNOS.
Conforme el caserío se va despoblando y sus tradiciones abandonando, comienzan a sucederse factores de deterioro que, en ocasiones, revierten en daños con carácter irreversible, así nos encontramos ante construcciones que no permanecen más que como un mero amontonamiento de piedras como es el caso de un horno doble en el que se mantiene en pie sólo uno de ellos mientras que de su contiguo sólo quedan vestigios materiales, o el ejemplo de otro horno desprovisto de su cúpula. Por suerte no parece tratarse de la mayoría de los casos; con todo, en mayor o menor grado la conservación de estas estructuras se encuentra amenazada; de ahí la importancia de su localización con el fin de que se activen medidas que erradiquen las causas de deterioro.
Entre las causas de deterioro más importantes encontramos con la expansión de plantas que colonizan cúpulas, con raíces que penetran entre sus muros, y que con la humedad se hinchan derivando en la formación de grietas. Esta situación generada por el abandono, se hace extensible a otras construcciones.
Se han localizado un total de 13 hornos, mientras que once de ellos se encuentran integrados en el conjunto de viviendas que conforman el hábitat disperso de Barranco Hondo, los otros se ubican en las inmediaciones. Tal cantidad, constituye un refrendo del a consumo ordinario de higos, que por lo general tenía un carácter doméstico o familiar. Pero las extensiones de terreno de algunas familias generaban excedentes que se destinaban bien a su venta o bien al intercambio por cultivos de regadío como los plátanos, o por papas en aquellos años en los que la sequedad tornaban las cosechas en improductivas. Así, se explica la existencia de hornos que si bien no emplean materiales distintos en su construcción, sí que difieren en su tipología; se tratan de hornos dobles que pertenecen a una misma familia. Tal es el caso de los “hornos de Gonzalo” o los de la “Garrafona”, que aprovecha un mismo muro para la construcción de su contiguo. Nos remiten a estas construcciones por los nombres o bien por los apodos por los que comúnmente se conocen a sus propietarios: “horno de las Tocas”, “horno de las Miguelas”, “horno de las Bernardas”… o en el caso del “horno del Barrinillo” por el lugar en el que se ubica: “Barranco del Barrinillo”.
En cuanto a los materiales constructivos: piedra, mortero de barro, teja para la bravera o salida de humos y cal, parece haberse extendido a todos los hornos, si bien el estado de conservación de algunos apenas hacen perceptible un revestimiento de cal. En la base, de sección rectangular se ubica la boca del horno, que en mayor o menor medida se eleva respecto del suelo; en algunos casos, a una altura de unos 90 centímetros. En su construcción se eligen lajas de un tamaño que oscila entre los 40/60 centímetros, en las que se perfilan los bordes que revierten hacia el interior del mismo; resultando de este trabajo lajas de idénticas dimensiones. De entre los hornos estudiados, tres de ellos poseen una boca cuadrada; mientras que en el resto las lajas de sus laterales se alargan para formar un rectángulo.
Estas construcciones aparecen coronadas en su parte superior por una cúpula semiesférica en la que se ubica, en su lateral izquierdo, dos tejas curvas; la una cóncava y la otra convexa, que hacen de bravera o salida de humos.
La etnología también contribuye a la puesta en valor del patrimonio cultural y etnográfico. Son sus gentes, a través de la memoria, las que nos hacen partícipes de sus modos de vida, y a través del conocimiento adquirimos conciencia de la importancia y significación de las construcciones. Un paso previo y necesario, el del conocimiento, en cualquier proyecto de divulgación y conservación del patrimonio.
En el proceso de horneado de los higos, se documentan dos fases: en una primera, de precalentamiento, se le proporciona al horno las temperaturas adecuadas para el secado de los frutos; mientras que será en la segunda de las fases cuando se desarrolla el proceso propiamente dicho.
En la fase de precalentamiento, el horno se prendía o alimentaba introduciendo por su boca el combustible; la leña, a la que se le añadía por sus cualidades, la paja de los chochos. Mientras que este último material contribuía eficazmente a avivar el fuego, las pencas secas que se disponían en las orillas del horno lograban mantener la temperatura interna.
Una vez hecha la brasa, con ayuda del hurgonero, se barría la ceniza hasta la puerta; tarea que se intentaba agilizar a través del siguiente refrán:
Ayúdame San Pedro
Tú con tu palo
Yo con mi hurgonero
A su limpieza contribuye el revestimiento interno; pequeñas losas de piedra van conformando el suelo o la base en la que se disponen los frutos, con un diámetro y una profundidad que nos hablan, una vez más, de consumo ordinario. Limpio el horno y alcanzada la temperatura adecuada, comienza la segunda de las fases.
Se colocaban los higos sobre pinillo y con una piedra plana y hojas de helechera se tapaba la boca del horno y también la bravera o salida de humos con el fin de evitar posibles fugas de calor que redujeran la temperatura interna. Al día siguiente, se seleccionaban aquellos que habían alcanzado uniformidad en su horneado; reproduciéndose, en caso contrario el proceso. Para ello se sacaban por la boca del horno utilizando niños, o bien se introducían aquellos adultos cuyo volumen lo hacían posible.
La gran profusión de hornos pone de manifiesto un consumo habitual de higos. De igual manera, pero en sentido contrario, la inexistencia de hornos de pan viene a corroborar el consumo de este alimento con carácter muy puntual.
5.3 CAMINOS, VEREDAS Y SERVENTÍAS.
Ya a comienzos del siglo XX, la nueva vía de circulación que unía Santa Cruz de la Palma con los Llanos por el sur se encontraba finalizada en su tramo de la Villa de Mazo; desplazando el núcleo de actividad en torno a ella. Así, de manera progresiva el caserío de Barranco Hondo se va a ir despoblando, con los pertinentes problemas de deterioro y conservación que lleva aparejado. Reflejo claro de esta circunstancia lo encontramos en los caminos, de cuyo mantenimiento, a instancia de los poderes públicos, se encargaban los vecinos. Éstos debían de satisfacer un servicio conocido como «prestaciones de caminos» por el que cuadrillas de hombres se reunían cuatro o cinco veces al año para la limpieza de los mismos.
Entre los caminos reales, en torno a los cuales se articulaban las viviendas nos encontramos con el “camino de Tira”; camino real que iba de mar a cumbre adoptando diferentes nombres a lo largo de su recorrido, “camino del Lomo del Viento”, “camino de la Paletena”... En sus desplazamientos hacia el monte era transitado por los habitantes de el caserío, que subían en búsqueda de leña para calentar el fuego de sus hogares, de pastizales para sus ganados: codesos, tagasastes, tederas ..., o como camino que desemboca en “Río Muerto”, para el curtido de los chochos, para la captación de los recursos pesqueros.
De los recursos forestales, como complemento necesario al desarrollo de sus vidas cotidianas, se hizo un aprovechamiento continuado y sistemático. Aunque también los montes, con sus variados recursos constituyeron una importante fuente de ingresos; se constata así, al menos hasta comienzos del siglo XX, la exportación de un recurso como la madera a través del embarcadero del Porís, con destino a una isla deficitaria como Las Palmas. Se explica así la existencia en este muelle de un aserradero en el que con un cordel y añil se delimitaba la marca para los cortes de los rollizos, que luego se tiraban al mar donde eran enganchados por las embarcaciones. Por su trazado lineal, se escogió hasta su empalme con el “camino de Tira“, a la altura del “Martín”, el “camino del Robadero”; a partir del “Martín”, con una yunta de bueyes que se iba alternando entre sus vecinos a lo largo del “camino de Tira” la madera era trasladaba hasta el Porís.
Tanto el “camino de Tira” como el del “Robadero” eran transitados para la captación de un recurso como el pinillo, de los altos de Montes de Luna y Tigalate en zonas como la de los “Calderos”, se reunían pacas de pinillo que luego bajaban hasta la carretera para ser vendidas en el comercio interinsular, en zonas como Los Sauces donde eran utilizadas en el empaquetamiento de sus cultivos de regadío. Para empaquetar los plátanos también se demandaba gamona, especie arbustiva que se encuentra en sus inmediaciones, de tal manera hacían fejes de gamona que subían hasta la carretera.
El monte también proporcionaba como recurso el carbón vegetal, aunque pocos eran los que se dedicaban a su explotación. En el “Lomo de los Brezos”, de donde partía el “camino de Tira” se hacían hornas con leña, turnándose a lo largo de la noche para vigilar el proceso de obtención del carbón.
En el aprovechamiento de los recursos forestales que se hacía de los montes debemos diferenciar entre los montes privados, por cuyo uso y disfrute se les pagaba a sus dueños, de los montes de propios, que a modo de remate se constituyeron en una importante fuente de ingresos para el Ayuntamiento.
El “camino de Tira”, a la altura de la cruz del “Palo Podrido” se desvía para empatar, ya en Barranco Hondo con el “camino del Retamal”; camino real que subía hacia “las Esperillas”, (Tigalate), volviéndose a unir para formar un único camino que culmina en el Porís.
Tanto el “camino de la Laja”, sobre el “Morro de los Bravos” como el de “Mederos” eran transitados por los niños para subir a la escuela, optando por el más próximo a sus viviendas. En cualquier caso es más conveniente hablar de veredas que de caminos; asimismo era una vereda aquella por la que descendían para aprovisionarse de las aguas del “Pozo de la Galera”.
Por último hablar de las serventías, que comunicaban entre sí unas viviendas con las otras.
6. FESTIVIDADES, TIEMPO PARA EL OCIO Y EL ESPARCIMIENTO.
Eran contados los días de fiestas, aquellos en los que la dieta habitual experimentaba agradables alteraciones (sopa de gallina, arroz con leche, frangollo, pan, bollos de centeno, rebanadas, vino...), en los carnavales o en el día de San Martín en el que cada familia hacía la matazón de cochino.
Fiestas de la Cruz.
La Cruz de Barranco Hondo, constituye un referente más del gran arraigo que en Canarias tuvieron estas celebraciones, que en adoración a la cruz congregaban a sus vecinos. Con todo, por el territorio se diseminan otras que poseen un marcado carácter familiar. A ellas se dirigían en rogativa para la petición de lluvias, de buenas cosechas, para velar por la salud de algún enfermo... Nos las encontramos jalonando caminos, rematando montañas o incluso en el mismo interior de las viviendas en el que se les reserva su sitio en la alacena. Tal es el caso por ejemplo de la cruz que se ubica sobre el “morro de las Vinagreras”, a la cual se accede a través de una sermentía; cabe pensar así que las gentes se dirigían a las cruces más próximas.
La cruz de Barranco Hondo se ubica en la confluencia de dos barrancos, a escasos metros de su cauce. Desde su construcción se ha visto sometida a alteraciones, borrando cualquier huella material sobre sus orígenes, de manera que las fuentes orales constituyen, una vez, más un recurso sin parangones. Éstas apuntan a los retornados de la emigración, promesa de Patricio Pestana Pestana, conocido como “Pancho el Índiano”, de levantar un nicho para la cruz, si lograba sortear el temporal que le sorprendió en alta mar a su regreso de Cuba.
Si bien las prácticas religiosas del dogma cristiano no se siguieron con extrema rigurosidad, por el condicionante que suponía la distancia; las cruces testimonian la gran religiosidad entre estas gentes, la cual convive a un mismo tiempo con la superstición. Un reflejo de ello lo encontramos en los agüeros sanjuaneros durante las vísperas de San Juan cuando se escogían de los rosales los mejores pétalos de rosa y con flores de azahar se colocaban en el lebrillo que se colmaba de agua; allí, al sereno permanecía a lo largo de la noche y a la mañana siguiente se apartaban los pétalos y todos se lavaban la cara y las manos, y se decía entonces «un año más» en caso de que el rostro quedara reflejado en el agua, pues de lo contrario existía la creencia de que la persona fallecería antes del transcurso de un año.
Convive así, en un mismo ámbito religiosidad y superstición, y posiblemente obedezca a una mezcla de ambas la disposición en la boca de uno de los hornos de una laja rojiza donde aparece tallado el símbolo de la cruz.
Las Comedias.
El entorno de la cruz se enramaba para la celebración más ansiada del año, las fiestas en adoración a la cruz. Entre los vecinos se cogían hojas de palma y álamos, y delante de la cruz se levantaba una especie de escenario al cobijo del sol, en el que se recitaban poesías y se representaban las comedias. Estas representaciones teatrales, recitadas y cantadas, eran ensayadas en su totalidad por Emiliana Pestana. De su ingenio, partió la comedia y su puesta en escena, desde la indumentaria de los personajes, entre los que se reservaba siempre un lugar, hasta el acompañamiento musical, con acordeones, guitarra, ... La entrega y reconocimiento de su talento la llevó a convertirse en mayordoma mayor, si bien la mayordomía se iba alternando entre los vecinos que custodiaban en sus casas los preparativos para el año venidero.
Desde los barrios colindantes acudían a las fiestas de Barranco Hondo, pero también desde lugares mucho más distantes, como La Breña, llegando a alcanzar sus comedias un considerable grado de popularidad. De ahí, que fueran representadas en las fiestas del «Palo Podrido», en “Las Lomadas” (Los Sauces), Barlovento..., escenificadas por gentes del lugar . Los testimonios orales apuntan a que fue Emiliana quién introdujo las comedias en Las Lomadas; en 1949 se celebraría una por el acto de inauguración o apertura de la Sociedad de “Las Lomadas”, conocida como Club Deportivo Beneahore en donde se siguieron representando con cierta regularidad . Vemos así cómo no existía una relación o vinculación necesaria entre las representaciones de estas comedias y las fiestas de la cruz. Se recuerda asimismo una representación en ocasión de la Romería de San Pedro y otra bajo el título Desgracia es casarse viejo.
O Cruz grande y poderosa
Que viene de los grandes pinares
Atraviese el aire victorioso
Como en busca de visitas celestiales
(contestación del ángel)
Dios ha oído tus lamentos
Y quiere darte una prueba de tu amor
Aliviando las penas y torturas
Que ha sufrido tu pobre corazón
Fragmento de una comedia
Tras la comedia y consecutivamente cada miércoles se hacían los bailes, que a la luz del candil primero y luego con lámparas de petróleo se prolongaban hasta altas horas de la madrugada.
7. UNA PROPUESTA DE CONSERVACIÓN INTEGRAL.
En las manifestaciones materiales reside la memoria de los pueblos y en la investigación la garantía de su recuperación. Pero en su conservación es necesario ir más allá, precisa de una labor de divulgación en la que el conjunto de la sociedad, a través del conocimiento, adquiera conciencia de su valor, aprenda a quererlo, y como parte de un legado que conocen y quieren contribuyan con la conservación a su disfrute por las generaciones venideras.
Como conjunto patrimonial que convive, mas se adapta al medio en el que se inserta se apuesta por la adopción de medidas revitalizadoras in situ en tanto que, facilita su comprensión y consecuentemente la labor de divulgación. Se propone así, la rehabilitación de una de las viviendas de Barranco Hondo a partir de la cual surja una ruta etnográfica donde la integración de patrimonio rural, arqueológico y arquitectónico como conjuntos que convergen en un área de extraordinaria riqueza patrimonial ponga al descubierto técnicas, tradiciones, sensibilidad... En definitiva, un modo de vida que en ausencia de prácticas de fomento entre la ciudadanía quedarían relegadas al más absoluto de los olvidos.
Por su ubicación, por una posición privilegiada en la visualización del entorno, así como por reunir diferentes elementos arquitectónicos en la misma vivienda o en las construcciones anejas, que dan muestra de la habilidad y destreza de sus constructores, la casa de los esgrafiados del barranco que se eleva en uno de sus márgenes parece convertirse en un buen exponente para nuestro propósito. Como en su conjunto en esta vivienda queda de manifiesto, a través de la construcción de un aljibe la solución a problemas existenciales como los del agua, pero a un mismo tiempo deja constancia de labores domésticas como la colada a través de una pila-lavadero que se adosa a sus muros perimeales, en los que además queda inserta una pila-abrevadero.
Punto de partida de una ruta guiada en la que, con un conocimiento previo que se dispensaría a través de información virtualizada, se revitalicen unas construcciones que adquieren plena significación en el medio en el que se insertan. Tal el caso por ejemplo de los «tendidos» que aprovechan para la captación y conducción de las aguas de escorrentía la pendiente o desnivel del terreno.
De la casa del Barranco, se visitaría en primera instancia “la Cueva de Lucía”; cueva habitación de época prehispánica con una importante estación de grabados rupestres, dados a conocer en 1957 por Luis Diego Cuscoy como los petroglifos de Tigalate Hondo. Este mismo autor dejaba ya constancia, a través de la recogida de datos orales de la reutilización de esta cueva, asimismo de la “Cueva Marcela” situada en sus inmediaciones y próximo punto de parada en nuestra ruta o itinerario, como rediles por los cabreros, o por las mujeres del caserío que se reunían a bordar al proporcionar un ambiente fresco en las calurosas tardes de las estaciones estivales.
Por debajo de la “Cueva Marcela, nos acercamos al cauce del barranco donde sus habitantes señalan un «eres»; de donde aprovechaban, ya desde época prehispánica las aguas pluviales que en él quedaban almacenadas por un tiempo considerable como respuesta adaptativa a un escaso régimen precipitaciones anuales. A reflexionar sobre esta cuestión contribuye nuestra próxima parada, la “Casa de las Garrafonas” en cuyo entorno y vinculado a la vivienda se articula, desde su tejado hasta el aljibe un complejo sistema de aprovechamiento de un recurso tan necesario como precario, el agua.
Bajando de la “Casa de las Garrafonas” nos encontramos con la de “Gonzalo”. Asociada a ella aparece una construcción que deja al descubierto el consumo ordinario de higos por parte de sus moradores. Pues nos referimos a un horno de tipología doble que se destinaba al secado de éstos frutos cuando, al término del verano, prescindían del calor necesario para pasarlos al sol.
Desde allí, a través de una sermentía, hoy prácticamente impracticable por la propagación de la maleza nos dirigimos a la “Casa de Bonifacia” pues en sus inmediaciones figura una de las seis eras que se asocian a las viviendas del caserío. Su número, así como sus considerables dimensiones; de unos seis metros y medio de diámetro, son reveladoras de un modo de vida en el que la producción cerealera debió de ser muy importante.
Siguiendo esta sermentía, retornamos a nuestro punto de partida donde podrán repostar y saciar su sed los fatigados caminantes que ya comienzan a adquirir conciencia del extraordinario legado patrimonial de Barranco Hondo. Cansados pero implicados, seguirán el itinerario que tiene como próximo punto de parada la “Cruz de Barranco Hondo”, en donde se intentará transmitir su gran valor como patrimonio intangible, respecto al que sus gentes manifiestan, a través del intento de recuperación de sus fiestas, un vínculo sentimental.
Bajando por el cauce del Barranco llegamos al “Salto de Tigalate”, donde por una vereda, previo acondicionamiento, nos dirigiremos al Porís, la última, pero no por ello la menos necesaria, de nuestras paradas pues sin carácter excluyente es la integración de todas ellas la que permite una reconstrucción de sus modos de vida. Desde la costa y ya habiendo realizado un considerable recorrido seremos partícipes de la rigurosidad del hábitat en el ámbito rural; así, por ejemplo, desde el Porís ubicaremos el “Pozo de la Galera” de manera que podemos apreciar los largos desplazamientos a los que se veían sometidos en la captación de un recurso codiciado desde tiempos ancestrales, el agua. El Porís también se convierte en referencia obligada porque, una vez en él tendremos acceso a un conjunto patrimonial sin parangones, el conformado por los charcos o pozos de chochos y por sus contiguos tendederos; más por explicar a través de sus construcciones una parcela más de sus vidas cotidianas, el curtido de una legumbre de gran consideración en la economía local.
Pese a que la vereda que nos conducirá al Porís, a través del Salto de Tigalate no fue transitada con regularidad por los habitantes del caserío de Barranco Hondo; es más, tan sólo de manera puntual por los cabreros en sus desplazamientos en búsqueda de pastizales, en una propuesta de conservación integral el Salto de Tigalate no puede quedar aislado. Su riqueza patrimonial revierte interés para la arqueología, para la biología, para la espeleología... y confiamos que a través de esta ruta para la sociedad en general, pues somos todos y cada uno de nosotros, los que a través del conocimiento y la concienciación, nos convertimos en garantes de la conservación.
INFORMANTES ORALES.
Alberta Rodríguez Díaz
Antonia González Barreto
Aurelia Pérez Martín
Bonifacia Rodríguez
Carmen Delia Pestana Rodríguez
Casilda Rodríguez Díaz
Emiliana Pérez Cruz
Eusebia Cruz Rodríguez
Isaías Cruz González
Jesusa González González
Juana Rodríguez Díaz
José Roberto Martín Pérez
Liebana Verania PestanaHernández
Manuel Piñero Felipe
María Corales Pérez Cruz
Melito Pérez Díaz
Mikaela Morera Guillén
Trinidad Rodríguez Camacho
BIBLIOGARÍA GENERAL.
DÍAZ ALAYÓN,C.: Materiales toponímicos de La Palma. Cabildo Insular de La Palma. Santa Cruz de La Palma, 1987.
FERNÁNDEZ, J. J. Y DÍAZ LORENZO. Juan C.: Arquitectura rural en La Palma. Madrid: Tauro Producciones, S.L, 1999.
HERNÁNDEZ GUTIÉRREZ.: «La ingeniería popular del agua en Lanzarote. El aljibe y la mareta». VII Congreso internacional de rehabilitación del patrimonio arquitectónico y edificación. CICOP, San Cristóbal de la Laguna, 2004.
MERINO MARTÍN, Pedro.: «Una aproximación a la arquitectura de cubierta vegetal en la Palma». Revista de Estudios Generales de la Palma. Núm.0. 2004, pp. 161,184.
OLIVE, P. De.: Diccionario Estadístico Administrativo de las Islas Canarias. Barcelona, 1865.
PAIS PAIS, F.J.: El Bando Prehispánico de Tigalate – Mazo. Santa Cruz de Tenerife: Centro de la Cultura Popular Canaria, 1998.
AGRADECIMIENTOS.
A los habitantes de Tigalate y Montes de Luna, sin cuya colaboración y testimonios hubiera sido posible recuperar la memoria de un pueblo. A la Biblioteca y Oficina Técnica del Ayuntamiento de Mazo, a la Biblioteca del Convento de San Francisco. Al Cabildo Insular de La Palma que ha facilitado una labor esencial en la conservación, la divulgación y muy especialmente en su Delegación de Patrimonio a Felipe Jorge Pais Pais, que con sus vastos conocimientos ha dirigido las pautas de este trabajo, sin que en modo alguno sea responsable de las faltas o carencias de las que pueda adolecer el mismo.
Yurena Fernández Castro
Revista de Estudios Generales de la Isla de La Palma, Núm. 1 (2005).
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