EL IMPACTO DEL DESCUBRIMIENTO DE INSCRIPCIONES ALFABÉTICAS EN LA ARQUEOLOGÍA CANARIA DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX. LA INSCRIPCIÓN DEL BARRANCO DE LA TORRE (ANTIGUA, FUERTEVENTURA).
1. INTRODUCCIÓN
El descubrimiento de la escritura entre los aborígenes canarios, constatada a través de los primeros grabados rupestres conocidos en las islas, supuso una auténtica conmoción en los estudios sobre la Prehistoria de las Islas Canarias porque rompía la imagen primitivista defendida por la escuela
antropológica racial de un guanche heredero del hombre de Cro-Magnon.
Gracias a la intervención de Sabino Berthelot, cónsul de Francia en Santa Cruz de Tenerife, en las Islas Canarias se produjo una rápida identificación de la escritura líbica (Faidherbe, 1874: 33-34, fig. 1), sólo un año después de haberse encontrado las primeras inscripciones en Los Letreros en El Julan (Frontera, El Hierro), cuando estas inscripciones acababan de ser sistematizadas para el norte de África (Faidherbe, 1870), pronto ampliadas, como veremos, a Gran Canaria.
La lengua líbica se originó en el norte de África probablemente fruto de la interacción con la lengua fenicia y púnica, principalmente en la región de la actual Tunisia, el área de la antigua Cartago, aunque la presencia fenicia y púnica se extendió desde la Tripolitania, actual Libia, hasta la Mauretania, actual Marruecos, manteniéndose su uso durante época romana hasta las invasiones que supusieron el final del Imperio Romano. Sólo a partir de la conquista por los pueblos árabes de todo el norte de África se produjo una progresiva sustitución del líbico por el árabe.
Las primeras evidencias de escritura líbica, con los datos actualmente disponibles, no parece que se remonten a más allá del siglo II o III a. C., siendo las mejor fechadas las bilingües púnico y líbicas de Dougga (Túnez) (Saulcy, 1843), y continúan durante el Imperio Romano, existiendo un notable porcentaje de inscripciones bilingües latino y líbicas (Marcy, 1936; Chabot, 1941).
A partir de 1980, con el inicio de las primeras prospecciones sistemáticas, se iniciará el progresivo goteo de nuevas estaciones rupestres con inscripciones líbicas en las restantes islas: la Peña de Luis Cabrera (Teguise, Lanzarote) en 1980 (Brito y Espino, 1980: 20; León et alii, 1985: 21-22, fot. 1, fig. 2), Peña Azul (La Oliva, Fuerteventura) en 1982 (León et alii, 1985: 22-23, fig. 3, 6), o La Centinela (San Miguel de Abona, Tenerife) en 1984 (Balbín y Tejera, 1989: 301-302, 306 lám. 2b), que han puesto de manifiesto que se trata de un fenómeno que afecta a la práctica totalidad de las Islas Canarias.
Un segundo tipo de alfabeto fue descubierto en las Islas Canarias a partir de 1980 en la isla de Lanzarote, en la Peña del Letrero de Zonzamas (Teguise) y en el Barranco de las Piletas (Teguise), también en 1980, e identificados inicialmente como latinos del tipo cursivo pompeyano (Brito y Espino, 1980: 20; Hernández Bautista y Perera, 1983: 26-27; León et alii, 1985: 22; León, Perera y Robayna, 1988: 180-181, 187-201). Más recientemente, ha sido caracterizado como «una variante de la escritura latina cursiva» (Pichler, 1993-94: 126) que se intenta denominar latino-canario (Pichler, 1995a: 21, 27 y 1995b: 118). Actualmente constatada en Lanzarote y Fuerteventura, ya conocemos, sólo para la última isla, 281 inscripciones (Pichler, 1992: 330-343, Pichler, 1993-94: 207-220, 1995a: 44-46 y 1995b).
En todo caso, es importante que su coexistencia con las inscripciones líbicas ha llevado a formular que en ocasiones se trata de inscripciones bilingües, una vertical líbica y otra horizontal latina (Muñoz, 1994: 29; Pichler, 1995b: 117-118 y 1996b: 107; Perera, Springer y Tejera, 1997: 38-39) porque nos encontraríamos, como sucede en el norte de África, con bilingües latinas y líbicas o bilingües neopúnicas y líbicas.
2. LA PALMA
El primer hallazgo de arte rupestre en Canarias se produjo en la Cueva de Belmaco (Mazo, La Palma) por el gobernador militar Domingo Vandevalle de Cervellón en 1762, cuando visitaba Mazo para identificar a una persona que se había desriscado en las inmediaciones de la Cueva de Belmaco (Hernández Pérez, 1999: 132).
La primera copia de los dos primeros paneles fue realizada por su hermano, José Antonio Vandevalle de Cervellón, y esta información pronto le llegó a J. de Viera y Clavijo (1776-83/1967-71/1: 156), pero rechazó la consideración de que «aquellos naturales poseían algún conocimiento del arte de escribir», apoyándose en la opinión de otro contemporáneo, «una persona cortada que examinó prolijamente los referidos caracteres», y los calificó de «unos puros garabatos, juegos de la casualidad o la fantasía de los antiguos bárbaros».
La copia de José Antonio Vandevalle quedó depositada en el archivo familiar, y sólo se difundió en 1858 cuando Mariano Nougués Secall, auditor de guerra, que los había copiado del folio 388 del protocolo 41 en la casa del coronel Luis de van de Valle, Marqués de Guisla Guiselín, los publicó como anexo a la Carta 16 en sus Cartas histórico-filosófico-administrativas sobre las Islas Canarias (Nougués, 1858: 155-156).
Ese mismo año, la Real Academia de la Historia en El León Español de 20 de julio de 1858, solicitó a nivel nacional información de descubrimientos arqueológicos y, en respuesta, M. Nougués, como correspondiente de la Real Academia de la Historia, envió en 1859 los dos dibujos con grabados meandriformes y espiraliformes de Belmaco.
Respondiendo a la misma petición hecha por la Real Academia de la Historia, en 1859, Antonio Rodríguez López, futuro socio de la Sociedad La Cosmológica de Santa Cruz de La Palma, les remitió tres dibujos de grabados rupestres. El primero, con los meandriformes de la Cueva de Belmaco (Mazo) (Tejera, 1993: 684; Hernández Pérez, 1997: 183, fig. 1), otro con espirales de la Cueva del Agua (Garafía), que actualmente se conserva en el Museo Insular de Santa Cruz de La Palma, procedente de los fondos del antiguo Museo de la Sociedad La Cosmológica (Hernández Pérez, 1997: 187), y un tercer grabado también con espirales de Santo Domingo (Garafía).
En la memoria que acompaña los dibujos, comenta que cree detectar en las dos piedras con grabados de Belmaco dos letras griegas, una lambda y una sigma cursiva, que contradecían las opiniones de Viera y Clavijo (1776-83/1967-71/1: 156), al calificarlos como «puros garabatos», lo que demostraría para Rodríguez López «el grado de cultura de los toscos palmeses» que también aprecia en la calidad y regularidad de la cerámica decorada aborigen de La Palma, lo que apoyaría la posible pertenencia de Canarias a los restos de la Atlántida.
El informe emitido en 1860 por el anticuario Antonio Delgado y Hernández acepta su posible carácter de escritura, pero lo relaciona con una lengua líbica-fenicia, siguiendo a F.K. Movers (1850/1967) (Jiménez Díez y Mederos, 2001: 107-108).
Los grabados de Belmaco alcanzarán repercusión internacional al recogerlos el geólogo K. von Fritsch (1867: 13, 18), profesor de la Universidad de Frankfurt, en su artículo sobre Canarias, pero no los considerará aborígenes al opinar que habían sido hechos con un útil metálico.
Esta opinión no la compartirá Sabino Berthelot (1879/1980: 95) quien reconocerá entre los grabados de Belmaco, «una quincena de signos perfectamente idénticos a aquellos de Los Letreros, y casi todos los otros, análogos; pues se reconoce enseguida el mismo tipo de escritura, formada por caracteres jeroglíficos (…) un sistema de escritura semijeroglífica, formada por signos que sabían grabar en la piedra por los mismos medios, y que estos caracteres gráficos debían servirles probablemente para fijar fechas u otros recuerdos».
Un año después, Chil y Naranjo (1880: 290) relacionó los grabados de Belmaco con los de Morbiham (Francia), iniciando una relación hacia los grabados calcolíticos y del Bronce de la fachada atlántica europea que volverá a ser retomada con fuerza en la segunda mitad del siglo XX.
En este contexto, será René Verneau (1882 y 1891/1981: 96) quien primero rechace el carácter alfabético de los grabados de Belmaco y El Julan, influyendo probablemente la muerte de Sabino Berthelot en 1880 para poder realizar una crítica más directa. No sólo los clasificará como «inscripciones no alfabéticas» (Verneau, 1882: 276) o pseudo-inscripciones (Verneau, 1887: 788) pues «los signos de La Palma y una parte de los de El Hierro no pueden ser, de ninguna forma, considerados como inscripciones. Son una ornamentación ingenua que no tiene relación con escritura conocida» (Verneau, 1891/1981: 96).
No obstante, otros autores seguirán manteniendo su carácter alfabético, considerándolas un tipo de escritura jeroglífica ideográfica (Ossuna, 1889: 39-40) o inscripciones íberas (Béthencourt Alfonso, 1912/1991: 141, 160), mientras Arribas (1900/1993: 34) habla de espirales asirias.
A raíz del descubrimiento de la inscripción de Anaga en 1886, se vuelve a reactivar el interés por los grabados rupestres espiraliformes de Belmaco ya que Ossuna (1889: 39) sigue relacionándolos con un tipo de escritura jeroglífica. Así, durante una estancia de Ossuna en La Palma en 1888, su amigo Antonio Rodríguez López, le regalará una reproducción de un grabado que se había descubierto reutilizado en un muro de la casa de Pedro Alcántara (Garafía). Antonio Rodríguez López también le entregará dos dibujos con grabados espiraliformes de El Calvario (Garafía), los cuales Ossuna (1889: 39, n. 3) relacionará con Los Letreros del Julan y Belmaco. Estos dibujos serán enviados por Ossuna a la Real Academia de la Historia en 1907 donde se conserva una copia (Jiménez Díez y Mederos, 2001: 114, 133, fig. 16).
Posteriormente, Pedro de las Casas Pestana (1898: 43) menciona otra nueva estación rupestre en Garafía, los grabados de La Cruz de la Pasión (Garafía), descubierta por Antonio Pestana, socio de la Sociedad La Cosmológica, fundada en 1881, una de cuyas secciones será la creación de la principal colección arqueológica de la isla. Tras su observación de esta estación y la de Belmaco (Mazo), resalta que «no debe negarse tan en absoluto, como lo hace Viera, que estas inscripciones (…) no representen ideas, y más después de haberlas examinado y observar que hay en ellas signos semejantes que se repiten con frecuencia. Corrobora esta opinión (…) la Cruz de la Pasión (…) con signos en todo iguales a los de Belmaco. Para nosotros, aquéllas y éstas representan ideas y eran la manera que tenían los primitivos palmeros de eternizar sus pensamientos».
3. EL HIERRO
El entorno de El Julan, entre los puertos de Naos y La Orchilla, fue visitado en el siglo XVIII por Juan Antonio de Urtusáustegui y Lugo Viña (1779/1983: 41-42). Su descripción sólo menciona por referencias indirectas al grabado de ciertos caracteres, «me han asegurado que en algunos de estos asientos están esculpidos ciertos carácteres de lo que no he podido desengañarme por mi mismo».
El redescubrimiento de El Julan, y simultáneamente, de las primeras evidencias de escritura líbica en Canarias, se producirá por las investigaciones realizadas sobre los grabados de Los Letreros en El Julan (Frontera, El Hierro), por Aquilino Padrón y Padrón (1874/1880), cura beneficiado de la Catedral de Las Palmas en El Hierro en 1873, informando en octubre de 1873 a la Sociedad Económica de Amigos del País de Santa Cruz de Tenerife, con sede en La Laguna.
Desde 1870 tenía conocimiento de un lugar que los pastores denominaban Los Letreros, pero una exploración que realizó con un pastor a finales de ese año resultó infructuosa; sin embargo, durante el verano de 1873 el mismo pastor que le había servido de guía le comunicó que los había vuelto a localizar, visitándolos entonces.
Según Padrón parecían «signos de una escritura primitiva, perteneciente a época muy remota» no descartando el empleo «de una piedra dura» (Padrón en Berthelot, 1875: 182 y 1877: 264).
Esta idea era compartida por Berthelot (1877: 271-272) quien reconoció en los grabados de la Cueva de Belmaco «seis ó siete signos perfectamente semejantes á Los Letreros de la isla de Hierro, y el ser análogos casi todos los otros, porque se reconoce en seguida, al compararlos, el mismo género de escritura extraña formada por caracteres jeroglíficos representando en su mayor parte groseros arabescos, en los que cada palabra está acaso expresada por un signo particular».
Sin embargo, tan importante como su descubrimiento fue la divulgación que del hallazgo realizó Berthelot. Después de cartearse con el general Faidherbe, quien le remitió sus publicaciones y le confirmó la pertenencia de algunos de los grabados de El Julan a la escritura líbica, que también llama numídica (Berthelot, 1874: 114).
El general identificará dos líneas con 10 signos como escritura líbica (Faidherbe, 1874: 33-34, fig. 1), que también recogerá Berthelot (1875: 180 y 1877: 263, 267, fig. 11 y 17). Al tratarse del mayor especialista en el tema, pues sólo cuatro años antes había publicado un estudio de todas las inscripciones numídicas (líbicas) del norte de África (Faidherbe, 1870), inmediatamente se incluirán las inscripciones herreñas dentro de este tipo de escritura.
En el caso de El Julan, aunque algunos autores seguirán manteniendo la idea de tratarse de una escritura jeroglífica de tipo ideográfico (Ossuna, 1889: 38-40; Diego Cuscoy, 1963: 47), e inclusive una «altkretischen Schrift» (Wölfel, 1940: 308) o «escritura paleo-cretense» del preminoico o Minoico Inicial (Wölfel, 1942: 153, fig. 2), pronto se incrementarán las dudas sobre su posible trascripción, calificándolas Béthencourt Alfonso (1912/1991: 159) de inscripciones de filiación dudosa.
No obstante, Pedro Hernández Benítez (1945: 10-11, fig. 11) intentará la traducción de uno de los paneles de Los Letreros de El Julan (Frontera, El Hierro), interpretándolos como inscripciones latinas en un texto que remitió a la Real Academia de la Historia en abril de 1941 (Jiménez y Mederos, 2001: 116-117, 135-136).
Dos años después del descubrimiento de Los Letreros de El Julan, hacia el final del verano de 1875, Aquilino Padrón localizará las inscripciones del Barranco de La Candia (Valverde), enviándole los calcos a Sabino Berthelot, quien los publicará (Berthelot, 1876: 324 y 1877: 274-276, fig. 22-23), y se los remitirá a inicios de 1876 también a L.L.C. Faidherbe (1876: 528 y 1877: 561) quien volverá a considerarlas «sin disputa, inscripciones líbicas». La serie completa de calcos los publicará en su monografía Antigüedades Canarias (Berthelot, 1879/1980: fig. 18/1-5). Y algunos nuevos dibujos serán reproducidos por René Verneau (1882: 281-283, fig. 120-122, 1887: 795 y 1891/1981: 271).
Una copia del calco original de la inscripción más grande, que Aquilino Padrón le envió a Sabino Berthelot, llegó finalmente a Manuel de Ossuna y van den Heede, quien lo remitió en 1907 a la Real Academia de la Historia, Panel 1 de La Candia, que ha sido objeto de diferentes calcos con notables diferencias entre ellos (Berthelot, 1879/1980: fig. 18/5; Verneau, 1882: 283 fig. 122; Padrón en Jiménez Díaz y Mederos, 2001: 114, 133, fig. 15, lapsus calami, Los Letreros de El Julan en vez de Los Letreros de La Candia; Springer y Jiménez Gómez, 1996: 267 fig. 2, foto 3). Esta inscripción fue inicialmente sólo descrita por Berthelot (1877: 275-276), «la mayor de las que se observan en el mismo sitio, y que tampoco copio en esta primera reseña, está grabada sobre las rocas inmediatas á las grutas, y se compone de doce columnas verticales, arregladas con bastante regularidad, y de unos setenta caracteres, todos perfectamente conservados». Cuando finalmente la publica, describe que «se compone de doce líneas verticales bastante bien alineadas, y de alrededor de ochenta caracteres, casi todos bien conservados (…). Estamos pues en presencia de una auténtica escritura, probablemente de una leyenda conmemorativa que recuerda algún gran acontecimiento (…). Veo en esta leyenda muchos caracteres idénticos a las inscripciones de los Letreros, y algunos parecidos a los epígrafes numídicos; encuentro algo del tipo de inscripciones hebraicas, fenicias o cartaginesas; pero veo también otros signos extraños» (Berthelot, 1879/1980: 96-97, fig. 18/5).
En 1881, Aquilino Padrón y Juan Béthencourt Alfonso, visitando el puerto de La Caleta, descubrirán una gran serie de grabados líbicos, que lo convirtieron en el yacimiento con más inscripciones de la isla, los cuales serán publicados por Víctor Grau-Bassas y Mas (1881 y 1882) sin un comentario detallado. Esta información será recogida rápidamente por René Verneau (1882: 282), al proporcionarle los calcos A. Padrón, señalando que le recordaban más a las inscripciones rupestres del Sahara que a las numídicas de Túnez y noreste de Argelia. Nuevas copias le serán proporcionadas por el antiguo gobernador militar de El Hierro, Benigno Domínguez Méndez (Verneau, 1887: 795-797, fig. 43-44), a quien Verneau ya había tratado en La Orotava (Tenerife) (Verneau, 1891/1981: 272). Es interesante que Jiménez Gómez (1996: 100) señale graffitis de 1878 o 1898, prácticamente coetáneos a su descubrimiento.
El capitán Domínguez también localizará otras en el Barranco de Tejeleita (Valverde), aunque por su mal estado de conservación no parece que procedió a hacer una copia, comentando que estaban demasiado borrosos para pretender interpretarlos (Verneau, 1887: 797).
Por aquel entonces, Juan Béthencourt Alfonso (1882), que también había visitado La Gomera, creyó distinguir algún tipo de grabado en Valle Gran Rey, que debe corresponderse con Los Lajiales (Valle Gran Rey, La Gomera), donde supuso que había encontrado inscripciones íberas (Béthencourt Alfonso, 1912/1991: 141, 160), lengua que también aplica a las inscripciones líbicas de La Candia, La Caleta y Tejeleita de El Hierro (Béthencourt Alfonso, 1912/1991: 160, 166-193, fig. 4-7), siguiendo las lecturas de John Campbell (1900 y 1901).
4. TENERIFE
En el Barranco de Chamorga de Roque Bermejo (Anaga, Tenerife), se levantan 7 riscos denominados Los Obispos, que corresponden a formaciones basálticas. Manuel de Ossuna y van den Heede Saviñón y Mesa (1887 y 1889: 20, 26), que tenía una residencia de verano en sus proximidades, creía que en su parte superior habían sido colocadas piedras por los aborígenes para conformar una especie de «altares o torres funerarias», junto a las cuales realizó diversas excavaciones en agosto de 1886 que resultaron infructuosas.
Como alternativa, recurrió a un joven pastor, Juan Melián, quien trepó al gran risco que se levanta detrás de los diques basálticos excavando en varias hendiduras y abrigos, y en una de ellas localizó una piedra brillante cristalina hexagonal (Ossuna, 1889: 27). Animado por el hallazgo, continuó las excavaciones al otro lado del risco, abriendo una gran zanja, en la cual uno de los trabajadores, Juan de Sosa y Gallardo, a escasos 0.40 m de profundidad, localizó el 22 de agosto de 1886 otra piedra brillante cristalina pentagonal, de apenas 8 cm de longitud, en una de cuyas caras, rebajada uniformemente, presentaba posibles caracteres alfabéticos (Ossuna, 1889: 19, 28-29).
El descubrimiento suponía la primera evidencia de escritura en Tenerife, y Ossuna (1889: 28) creía que suponía un cambio drástico en la interpretación de los guanches, pues la «antigua población indígena [tenía] un alto grado de cultura, (…). Aquellas aseveraciones, en forma categórica sentadas por ilustres escritores, relativas a que el guanche de Tenerife no conoció la escritura, iban a quedar reducidas a polvo. Las relaciones étnicas de nuestros indígenas con la raza de Cro-Magnon, con tanto entusiasmo sostenidas por antropólogos no menos ilustres, habían de caer por el suelo». La redacción del libro la terminó a inicios de 1888, aunque sólo fue publicado en junio de 1889.
Citándolo sólo como el Catedrático de Historia Natural del Instituto de La Laguna, el viajero Charles Edwardes (1888/1998: 195) visitó en 1887 el estudio privado de Ossuna, quien parece que ya entonces tenía el manuscrito prácticamente acabado pues lo pudo consultar, y recoge lo que le parecen sus ideas básicas, «la verdadera prueba del origen bereber o fenicio de los guanches», su cronología «estimada hacia el 300 antes de Cristo», su carácter de «únicos indicios existentes» de «la lengua guanche» y califica la piedra de «punta de lanza de un material que parecía una estalagmita».
Durante más de dos décadas estuvo buscando especialistas que ratificasen su lectura, primero en España, y posteriormente en el extranjero. Finalmente, Philippe Berger, que había publicado con Ernest Renan los 4 primeros volúmenes del Corpus Inscriptionum Semiticarum, le escribió por carta en 1897 que aunque algunos caracteres no tenían mucho sentido, en el texto había caracteres fenicios (Mederos et alii, 2000: 48 y 2001-02: 136-140).
Esta información fue divulgada por Ossuna pues Cipriano de Arribas y Sánchez (1900/1993: 33) comenta que asegura «el sabio Berger que dos carácteres de seguro son púnicos», calificándola de «ofrenda ó voto hecho por algún adorador del dios Baal».
Sin embargo, la ausencia de una lectura de la inscripción minimizó el impacto del estudio, aunque sus contemporáneos aceptaron el carácter alfabético de la inscripción, siendo considerada ibérica por Béthencourt Alfonso (1912/1991: 141, 160), númida o sea líbica por Torres Campos (1901: 10; Menéndez Pelayo, 1911: 276-278) o traída por una de las flotas que dominaron el Mediterráneo (Millares Torres, 1893/1974: 247, nota 23), quizás la fenicia (Hooton, 1925: 33).
Esta falta de lectura facilitará un proceso de escepticismo acelerado por parte de los investigadores de la Universidad de La Laguna, siendo valorada inicialmente como una inscripción «imaginaria» (Mata y Serra Ràfols, 1940-41: 356), para pasar después a un origen dudoso de la inscripción (Pérez de Barradas, 1939: 69; Álvarez Delgado, 1949: 9-10, 19 y 1964: 398; Beltrán, 1971b: 11 y 1974a: 138), que derivará finalmente en su consideración de falsificación de la piedra de Anaga (Beltrán, 1971a: 282; González Antón y Tejera, 1981: 197-198; Cortés, 1990: 332), calificándola de «superchería» (Martín de Guzmán, 1982: 35), «fraudulenta» (Valencia, 1990: 55) o «inventándolas si llegaba el caso como fue el de la peregrina inscripción de Anaga» (Castro, 1987: 300). Una visión ratificada en la tesis doctoral de M. Hernández Pérez (1973) sobre Grabados rupestres del Archipiélago Canario, a pesar de que posiblemente fue el primer autor que volvió a estudiar directamente la piedra desde Ossuna, idea que recogió en publicaciones posteriores (Hernández Pérez, 1974: 325, 1981a: 497 y 1981b: 20) denominándola «burda falsificación».
Sin embargo, en la actualidad Hernández Pérez (1996: 30-31) admite que «no podemos afirmar, como se ha hecho en ocasiones, que Ossuna falsificara el grabado» ya que los signos podrían haberse hecho accidentalmente «de modo inconsciente al limpiar la tierra». Recientemente se ha procedido a su lectura como un sello con una inscripción neopúnica (Mederos et alii, 2000: 48-49 y 2001-02: 141-143; Jiménez Díez y Mederos, 2001: 111-113, fig. 4-5), y se ha leído en julio de 2001 una tesina en la Universidad de La Laguna sobre la obra de Manuel de Ossuna (Farrujia, 2002).
5. GRAN CANARIA
La Montaña de Cuatro Puertas era conocida a nivel general en la isla, pero quizás su primera visita científica fue la realizada por Gregorio Chil y Naranjo (1876) y Emiliano Martínez de Escobar en julio de 1868, y también al conjunto de las Cuevas de Los Pilares situadas en sus inmediaciones, describiendo el almogaren o espacio sagrado con cazoletas y canalillos situado en su cima.
Poco más de diez años después, se publicarán dos descripciones del yacimiento. La visita en noviembre de 1877 de Agustín Millares Torres (Berthelot, 1879/1980: 139) menciona claramente unos «signos o geroglíficos con el nombre de su Dios» con forma de tres grandes U enlazadas (Millares Torres, 1879: 36-37; Berthelot, 1879/1980: 140-141, fig. 6/1-3). La descripción más precisa del complejo de cuevas es la que ofrece René Verneau (1879: 254 y 1879/1996: 36), quien tras describir el almogaren, menciona «en una de las rocas que lo rodean advertimos cuatro signos, grabados profundamente en ella, que tienen de 44 a 46 centímetros de ancho. Como algunos han hecho, yo no vería una inscripción en estos signos». No obstante, todavía en el siglo XX algunos autores seguirán defendiendo el carácter alfabético de esta inscripción (Hernández Benítez, 1958: 49), mientras que otros optan por calificarlo de «gran signo curioso y enigmático» (Jiménez Sánchez, 1942: 34) o inscripción alfabética dudosa (Beltrán, 1975: 211), o también de «caracteres alfabéticos (…) especie de crecientes lunares entrelazados, manifestación del culto astral en expresión alfabética» (Jiménez Sánchez, 1962: 119).
Las primeras inscripciones líbicas de Gran Canaria serán documentadas en el Barranco de Balos (Agüimes). Este barranco también era llamado antiguamente el Barranco de los Letreros o del Lomo de los Letreros, siendo uno de los graffitis que dejaban los visitantes de 1871 (Jiménez Sánchez, 1962: 114).
La primera exploración fue realizada por René Verneau (1882: 284285, fig. 123-126), quien publicará ocho inscripciones líbicas procedentes de Balos Bajo. Estas inscripciones también fueron interpretadas como ibéricas por Béthencourt Alfonso (1912/1991: 160, 164-166, fig. 4) o númidas por Hernández Benítez (1945: 14; Jiménez Sánchez, 1962: 110, fig. 11), guardando «estrecha similitud y a veces clara identidad con las inscripciones antiguas de los pueblos subarábigos, libios, cananeos, etíopes y bereberes» (Jiménez Sánchez, 1962: 118, 111 fig. 12).
Ya en el siglo XX, siguiendo la tesis de Juan Álvarez Delgado (1964: 392-393, 395) de que las inscripciones líbicas en Canarias «corresponden a moriscos o berberiscos mauritanos del siglo XV, temporalmente arribados a estas islas», Antonio Beltrán Martínez (1971b: 131, 152-153) también considera que «se trataría de usuarios del alfabeto líbico sahariano, posiblemente del siglo XV, y ellos mismos serían los autores de los grabados figurativos del Barranco de Balos».
6. FUERTEVENTURA
En 1874, durante los trabajos de excavación de un aljibe en una finca del marqués de la Florida, Luis Benítez de Lugo, situada en el Barranco de la Torre (Antigua, Fuerteventura), se localizaron diversos restos de estructuras «una silla con su respaldo (…) una especie de nicho, cuya parte superior está formada por dos grandes piedras en forma de bóveda» de los que Benítez de Lugo le informó en Tenerife a Sabino Berthelot (1878: 259260 y 1879/1980: 142, fig. 7/1-3) «dándome algunos croquis tomados sobre el terreno», dejando sin excavar un posible «gran túmulo».
No obstante, la pieza más interesante fue que estas estructuras «conservaban todavía, cuando L. Benítez de Lugo comenzó a explorarlas, un fragmento de inscripción lapidaria con signos grabados muy parecidos a los de Los Letreros de la isla de Hierro» (Berthelot, 1878: 260 y 1879/1980: 142, fig. 9/4), hoy en paradero desconocido.
Ante la muerte del marqués de la Florida en 1876, Berthelot encargó en mayo de 1877 nuevas investigaciones a Ramón Fernández Castañeyra, sobre la prehistoria de la isla, probablemente por su interés en el tema y haber sido Benítez de Lugo un común amigo, enviándole la primera información sobre la isla en julio de 1877. Desde la vivienda del Marqués se divisaban un conjunto de estructuras o corrales de La Torre (Castañeyra, 1883: 175, fig. 3), entre las que destacaba una de cinco recintos, el principal de los cuales, de tipo circular con 40 m de diámetro, lo denominan tagoror (Berthelot, 1879/1980: 143-144, fig. 7/1; Castañeyra, 1883: 172, fig. 14).
«A ochenta metros del tagoror (…) encontré sobre las ruinas de un antiguo habitáculo una piedra de apariencia granítica, de un metro de largo por cincuenta centímetros de ancho y ocho de espesor, de un grano muy fino, que presentaba en su superficie signos grabados en caracteres desconocidos» (Berthelot, 1878: 262 y 1879/1980: 144, fig. 9/3; Castañeyra, 1883: fig. 2).
En el verano de 1878, R. Fernández Castañeyra junto con A. M.ª Manrique y Saavedra, reanudó las prospecciones alrededor del yacimiento del Barranco de la Torre, y en «la llanura opuesta» localizó «las ruinas que tanto habían llamado la atención del Marqués de la Florida» que corresponden a una estructura con seis recintos, uno de los cuales denomina también tagoror (Fernández Castañeyra, 1883: 172, fig. 10). Estos estudios culminaron en la elaboración de una Memoria que redactó en 1879.
Es importante reseñar que quizás ambas inscripciones se traten de la misma puesto que no tenemos constancia de que Benítez de Lugo la retirara del yacimiento, sino sólo que realizó un croquis de ella. Al haber presentado Berthelot (1879/1980: fig. 9/3-4) dos dibujos diferentes y mencionarlas Verneau (1882: 275-275, 285) como dos hallazgos también diferentes, uno en 1874 por Benítez de Lugo y otro en 1878 por Fernández Castañeyra, quizás se creó esta confusión.
La similitud entre ambos grabados, que ya reconoció Berthelot (1879/1980: 142, 144), «los caracteres grabados, de los que poseo el facsímil, ofrecen un género de escritura parecido por la forma a los de la piedra cuyo dibujo me hizo el marqués de la Florida», y el hecho de que la primera inscripción nunca llegó a disponer de un buen calco, recordemos en sus propias palabras, «El marqués, al contármelo, me esquematizó rápidamente la forma (…) dándome algunos croquis tomados sobre el terreno», puede ratificar nuestra propuesta.
La referencia a Jandía que recoge la bibliografía (Hernández Pérez, 1975: 245, 1981a: 501 y 1981b: 13; Hernández Pérez y Martín Socas, 1980: 28; León, Perera y Robayna, 1988: 176; Tejera y Perera, 1996: 107) debe ser una confusión por mencionarse que se encontraba a 23 km al sur de Puerto de Cabras, en dirección hacia Jandía (Berthelot, 1879/1980: 143). El pueblo de Antigua se encuentra a 18 km y el de Pájara a 25 km, pero los barrancos de la Torre y Pozo Negro, están casi en el límite con el municipio de Pájara y exigían entonces desviarse de la ruta principal y coger un camino secundario para penetrar en el interior del Barranco de la Torre. La referencia de Berthelot (1879/1980: 143), extractada de una carta de Fernández Castañeyra es precisa, «una meseta de naturaleza calcárea, no lejos del barranco de la Torre».
Es importante el dato de que Verneau (1882: 285) solicitó una copia de la inscripción del Barranco de la Torre a Fernández Castañeyra y comprobó «la inexactitud de los dibujos publicados por Berthelot», comentando que esperaba que Diego Ripoche le proporcione nuevos dibujos. Estas discrepancias pueden observarse en el dibujo que ofrece Fernández Castañeyra (1883: 175, fig. 2). El no haber podido acceder a un nuevo dibujo explica que Verneau (1887: 788) descarte volver a valorarla hasta un nuevo estudio.
La piedra con la inscripción fue enviada al Gabinete Científico de Tenerife en 1879 o 1880, como recoge Carlos Pizarroso y Belmonte (1880: 118), anunciando su llegada «en estos últimos días» y aporta una nueva descripción, «una piedra volcánica, no lava, de 1.03 m de larga por 0.44 m de ancha, que por un lado, el que tiene la inscripción, presenta una superficie tersa preparada». Los caracteres no eran muy visibles, pero distingue «10 caracteres de unos 10 cm de largo cada uno (…) los demás están borrados». Lo confirma Agustín Millares Torres (1893/1974: 259, n. 67), «esta piedra, encontrada por (…) Ramón F. Castañeira, se halla hoy en el Gabinete Científico de Santa Cruz de Tenerife». E incluso por el propio Fernández Castañeyra, en cuyo manuscrito original del texto publicado en 1883, dentro de un apéndice añadido posteriormente denominado «Objetos enviados a El Gabinete» figura como n.º 12 «una piedra con letreros encontrada en La Torre» (Castro, 1987: 300). Y José Pérez de Barradas (1939: 25) la sitúa en el Museo Provincial de Santa Cruz de Tenerife a fines de los años treinta del siglo XX.
La inscripción del Barranco de la Torre la comparó Castañeyra (1883: 172) con una inscripción celtibérica de Castellón de la Plana expuesta en el Museo Arqueológico Nacional, Pizarroso (1880: 121) la interpreta como semítica de tipo amorrea, Millares Torres (1893/1974: 259) con signos de procedencia líbico-púnica, para Arribas (1900/1993: 34) es de tipo cuneiforme y posteriormente Béthencourt Alfonso (1912/1991: 141, 160) la considerará una inscripción ibérica.
Según Álvarez Delgado (1964: 399) se trata de dos inscripciones líbicas que deben ser leídas verticalmente, aunque inicialmente creía que eran signos libios con lectura horizontal (Álvarez Delgado, 1949: 24). Aunque reconoce que «no hay signo típico sahariano en ellos, pero los leemos en tal sistema». En su interpretación, el primer croquis de Benítez de Lugo, lee mdlrny que interpreta a partir de tuareg amadel-aranah, mandíbula atada, o amadal-iranay, tierra mala. Del dibujo de Fernández Castañeyra publicado por Berthelot, deduce idyn, del plural bereber iudayan, perro, demonio (Álvarez Delgado, 1964: 399), fechándolos entre el 300 a. C. 200 d. C., vinculándolos a la presencia de población gétula establecida por Juba II (Álvarez Delgado, 1949: 24-25). Esta interpretación líbica es la que acepta Hernández Pérez (1975: 248 y 1981a: 501; Hernández Pérez y Martín Socas, 1980: 28), pero no descarta que fuesen incluso grabadas por esclavos bereberes con posterioridad a la conquista normanda de Fuerteventura a partir del siglo XV d. C.
Sin embargo, no faltan autores que plantearon una lectura latina de esta inscripción, fechándola muy próxima al comienzo de la era. La primera como CVIIOIIII, CentumVir Iulius Iovi Optimo Maximo, el Centunviro Julio a Júpiter Óptimo Máximo, que fecha en el siglo III d. C., en torno al emperador Galieno, un centunviro que para Hernández Benítez (1955: 183185) debía residir en la isla de Fuerteventura, al mando de una pequeña guarnición romana. La segunda inscripción correspondería a un millarium, con dos posibles lecturas Millaria novem nueve millas [VIIII] o piedra millaria cinco millas, que Hernández Benítez (1955: 185-186) compara con una del cónsul Popilio del 131 a. C. Esta filiación latina, sin entrar en la problemática de su traducción, ha sido recientemente retomada por Springer y Perera (1997: 577) que identifican cuatro signos de «escritura latina».
En todo caso, es interesante su emplazamiento en el Barranco de la Torre, puesto que los cronistas normandos señalan la presencia de una muralla central en la isla que partiría del Barranco de la Torre hasta la Peña Horadada (Bethencourt, 1488-91/1980: 182; Abreu y Galindo, 1632/1977: 60) dividiendo la isla en dos reinos.
7. AGRADECIMIENTOS
Este trabajo deriva del Plan especial de protección, conservación y restauración del Barranco de la Torre (Antigua, Fuerteventura), aprobado y financiado en 1991 por la Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias.
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ALFREDO MEDEROS MARTÍN
Muy buen post. Felicidades.
ResponderEliminarGracias por su comentario. Saludos.
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