miércoles, 2 de julio de 2014


Embalsamientos y enterramientos de los "canarios" y "guanches", pueblos aborígenes de las Islas Canarias (I)

Las exploraciones y descubrimientos arqueológicos de estos últimos años, especialmente los hallazgos de monumentos tumulares en forma de círculo, han abierto nuevos horizontes al estudio de la Arqueología en el Archipiélago Canario, por presentar aquellos facetas similares a los monumentos megalíticos de las culturas del Mar Mediterráneo.

Las momias y restos humanos encontrados en diversas sepulturas de cuevas funerarias y túmulos unipersonales, descubiertos en las Islas, pero principalmente en las de Gran Canaria y Tenerife, los cuales se conservan en el "Museo Canario" de Las Palmas de Gran Canaria y en el "Museo Municipal de Santa Cruz de Tenerife", así como los que se exhiben en el "Museo Etnológico Nacional", ponen de manifiesto todo un arte y una cultura encaminados a conservar y rendir culto a sus deudos.

La operación de mirlar los cadáveres ha sido hasta el presente momento objeto de serios estudios y conjeturas, así como de comparaciones con la momificación y embalsamamientos del pueblo de los Faraones, entre otros.

El historiador Pedro Gómez Escudero, que asistió a la Conquista de Gran Canaria, motivo éste que nos hace pensar en la veracidad de sus narraciones, refiere en su Crónica que "la manteca y el sebo los guardaban en ollas y leñas olorosas para exequias de los difuntos, untándolos y ahumándolos y poniéndolos en arena quemada los dejaban mirlados, y en quince o veinte días los metían en las cuevas, y estos eran los más nobles..."

Fray Alonso de Espinosa, del Orden de Predicadores, escribió en 1594 que "luego que el enfermo moría se colocaba su cadáver sobré una ancha mesa de piedra, donde se hacía la disecación para extraerle las entrañas". "Lavábanle dos veces cada día en agua fría y sal todas las partes más endebles del cuerpo, como son orejas, dedos, pulsos, ingles, etc., y luego le ungían todo con una confección de manteca de cabras, hierbas aromáticas, corcho de pino, resina de tea, polvo de brezos, de piedra pómez y otros absorbentes y secantes, dejándole después expuesto a los rayos del Sol. Esta operación se hacía en el espacio de quince días, a cuyo tiempo los parientes del muerto celebraban sus exequias con una gran pompa de llanto".

En 1632 decía el historiador Fray Juan Abreu Galindo, que a los nobles e hidalgos los "mirlaban al sol, sacándole las tripas y estómago, hígado y bazo, y todo lo interior, lavándolo primero y lo enterraban, y al cuerpo sacaban y vendaban con unas correas de cuero muy apretadas, y poniéndoles sus tamarcos y toneletes, como cuando vivían, e hincados unos palos, los metían en cuevas, que tenían dispuestas para este efecto, arrimados en pié..."

Núñez de la Peña, en 1676, y el doctor Tomás Marín y Cubas, año de 1694, refieren más o menos lo mismo, si bien el segundo, más observador y detallista —quizá por ser médico— se extiende un poco más, afirmando que "al cadáver le abrían el vientre por la parte derecha de bajo de las costillas, a modo de media luna, por donde sacaban las visceras; y por la cabeza extraían la lengua y los sesos. Los huecos eran rellenados de mezcla de arena, casacras de pino molidas y borujo de "yoya" o mocanes, cerrándolos luego".

Aunque esto es lo referido por quienes vivieron en los días de la Conquista e Incorporación de las Islas a Castilla, y aún por quienes vivieron en los años siguientes a ella, lo cierto es que el historiador y naturalista Viera y Clavijo, siglo XVIII, descubrió momias conteniendo todas sus vísceras, como afirma en sus escritos. El Dr. Chil y Naranjo, fundador de la Sociedad "El Museo Canario", en su monumental obra "Estudios Históricos, etc." hace atinadas apostillas a las afirmaciones de los anteriormente referidos historiadores, demostrando que los canarios no extraían ninguno de los órganos de las cavidades cefálicas, toráxima y abdominal, quedando por lo tanto sin resolver el problema de como evitaban los aborígenes canarios la putrefacción de sus difuntos.

Y ésto que el nunca ponderado Dr. Chil asevera con razones irrefutables, lo hemos podido comprobar en momias recogidas en estos últimos años (1935), como son las halladas en las cuevas del cumbreño pago de Acusa, del término municipal de Artenara (Gran Canaria), las cuales conservan ojos, tráquea, esófago, pulmones, etc. Estas momias, envueltas en tejidos de junco y dos pieles, aparecieron dentro de ataúdes especiales formados toscamente por cortezas de drago y tablas de tea. "El Museo Canario", de Las Palmas de Gran Canaria, exhibe es sus salas de Antropología estas preciadas reliquias de la población autóctona.

La cabeza de momia, anotada con el número 826, de la sala núm. 1 de Antropología, Dr. Verneau, encontrada en las cuevas del abrupto barranco de Guayadeque (Gran Canaria) constituye otra demostración palpable que los canarios aborígenes, por lo general, no extraían los sesos, ojos, etc., a sus difuntos, pues esta que nos ocupa está muy bien conservada.

Disecado el cadáver, es decir, ya enjuto y acartonado, lo amortajaban, envolviéndolo en pieles superpuestas, adobadas o agamuzadas, de ovejas y cabras, cosidas con finas correas, tan delicadamente que parecen ser cosidas a máquina. El número de estas pieles fué variable habiendo quien haya afirmado que en Gran Canaria llegó a encontrarse momias con doce y diez y seis pieles enrolladas y superpuestas con extrema habilidad. Este número de pieles acusaba la categoría político-social o religiosa del difunto.

Entre las momias de "El Museo Canario" destaca por sus colosales dimensiones la hallada en el pago de Arguineguín (Gran Canaria) y donada a esta Entidad por la familia de los Condes de la Vega Grande. Su longitud es de 2 metros. Las numerosas pieles que la envuelven son de un fino adobo. No cabe duda que perteneció a un magnífico ejemplar de la raza primitiva que gozó de alta alcurnia. En este pago de Arguineguín así como en los de Juan Grande, Artedara, etc., ha sido donde mayores dimensiones ofrecen las momias y restos humanos.

No todos los cadáveres, ya embalsamados, eran amortajados con pieles, sino que, por ejemplo, en la Gran Canaria, lo hacían también sólo con envolturas de tejidos de junco y palma, de diversos y primorosos tejidos, y otras veces de forro o pellejos de cabras y junco. De todos ellos existen claras y elocuentes muestras en "El Museo Canario", de Las Palmas de Gran Canaria, figurando entre los mismos varias momias de niños de corta edad y una momia encontrada en el ya citado pago de Acusa, que conserva gran parte de las orejas y pelos de la barba.

Y así preparadas las momias las llevaban a las grutas naturales o excavadas, emplazadas en lugares de difícil acceso, para el reposo eterno de sus difuntos.

Los escritos y exploraciones hechos desde los más remotos tiempos hasta el momento presente demuestran que la población aborigen del Archipiélago Canario, canaria y guanche, ya de la raza de cromagnon o de la semítica, enterraban a sus muertos en lugares o sitios inaccesibles o en zonas privilegiadas, donde pudiesen acudir para practicar libremente sus romerías y ceremonias.

El pueblo guanche-canario fué un pueblo sano y creyente en una Divinidad y en la otra vida; de aquí sus ritos, su alta moralidad, su elevado espíritu de justicia, sus prácticas de embalsamamientos y exequias funerarias.

Continúa...

Sebastián JIMÉNEZ SÁNCHEZ

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