Los grabados rupestres de Tigalate Hondo (Mazo. La Palma) (II)
Tres elementos arqueológicos es preciso analizar para lograr una defínición de este yacimiento: a) Cuevas; b) Caboco, y c) Petroglifos.
a) Cuevas.—El Barranco Hondo —denominación del tramo de barranco que cruza por Tigalate Hondo— no es muy abundante en cuevas. En las cercanías puede verse una interesante cueva de habitación, conocida con el nombre de Cueva Marcela. Es decir, lleva el nombre de la que fue su propietaria, como ocurre con Cueva de Lucía, el verdadero caboco que estudiaremos más adelante. La Cueva Marcela (Fig. 1) tiene una protección natural en su boca, y en su interior muestra oquedades o cubículos bien resguardados para ser utilizados como refugio nocturno. Esta cueva ha servido hasta hoy para depósito y almacén y también para redil. Las tierras o huertas que la circundan están todas trabajadas, y en el grabado se puede observar la presencia de un almendro que crece frente a la cueva y una pared, límite de una heredad.
Testimonios arqueológicos, muy escasos: alguna concha de molusco triturada, astillas de huesos animales y fragmentos muy pequeños y rodados de cerámica negra, con profundas incisiones. Eso es todo cuanto queda de lo que debió de haber sido una importante cueva de habitación. Interiormente no hay estrato, por haber sufrido limpieza y barrido para la extracción de los abonos en ella acumulados.
En las proximidades de Cueva Marcela existe un «búcano» —túnel natural volcánico— en el interior del cual se hallaron hace algunos años varias vasijas de cerámica. Vale consignar el hecho, pues si bien estos tubos volcánicos no se prestaban para habitación, se utilizaban con mucha frecuencia por los aborígenes para ocultar el ajuar. En algún caso sirvieron también como cueva funeraria, pero son raros los hallazgos de restos humanos en «búcanos» —como se dice en La Palma— o «busios» —como se dice en Tenerife—. En esta última isla hemos hallado ajuar —sobre todo cerámica— en un «busio» del Llano de la Santidad, en Las Cañadas del Teide, y en La Palma, cerámica entera ha sido encontrada en «búcanos» del barranco de Iscagua, entre Puntagorda y Garafía.
Nuestra limitada prospección de la zona de Tigalate Hondo no nos permitió conocer la existencia de más cuevas. Puede ser que existan algunas con más convincente testimonio arqueológico, y es de desear que ocurra así, para el más correcto encuadre de tan interesante zona.
De momento, el interés se centró en el descubrimiento de una estación de petroglifos, cuya noticia, confusa y llena de contradicciones, recogimos de los obreros que trabajaban en las excavaciones que durante el verano de 1958 estábamos efectuando en el caboco de Belmaco.
b) Caboco.—Elemento típico en toda estación de grabados rupestres es el «caboco». En nuestro citado trabajo sobre Belmaco decíamos que, a la vista de varios yacimientos con grabados, podía afirmarse que estos pueden darse sin necesidad de que existan cuevas, mas es improbable que se den en lugares que no sea propiamente un caboco.
Un caboco, como ya se dijo, es un brusco desnivel o salto de un barranco. Generalmente este desnivel se debe a la acumulación de rocas basálticas dispuestas en forma de prismas verticales. La cueva del caboco es entonces una oquedad formada en el interior de una masa de conglomerado volcánico flanqueada y sostenida por las estructuras basálticas. Puede ser que en la formación del vacío u oquedad hayan contribuido no sólo fenómenos eruptivos, sino el lento caer de las piedras casi sueltas que forman el conglomerado.
El caboco de Tigalate Hondo cuenta con los elementos que definen todo yacimiento de grabados rupestres y, por lo tanto, con la cueva. Sin embargo, estas cuevas, aun con su buena ventilación, despejada boca, amplitud y protección, no son por lo general cuevas aptas para habitación: el hallarse en el mismo cauce de un barranco, precisamente en el punto donde las avenidas invernales se precipitan con violencia, dado el desnivel del terreno, hace que las aguas, aun sin penetrar en la cueva del caboco, hagan de éste un lugar húmedo. En invierno, creemos que hay que suponer que el caboco no era frecuentado. Por otro lado, la inseguridad del techo, donde los prismas basálticos están incrustados, no aconseja elegir como habitación tal lugar. La cueva a que nos estamos refiriendo es un buen ejemplo para confirmar lo que venimos diciendo: húmeda y fresca en el mes de agosto —mes en que la visitamos— y cubierta en gran parte de rocas desprendidas del techo.
Ello nos ha hecho considerar las cuevas de los cabocos con petroglifos como lugares de reunión o concentración, pero no como sitios permanentemente ocupados. Aparte de lo ya adelantado en nuestro trabajo sobre Belmaco, creemos se debe insistir en que una razón de orden religioso determinaría las reuniones y daria origen a los grabados, como podremos demostrar con abundante testimonio en el trabajo que preparamos sobre las primeras excavaciones verificadas en Belmaco, recientemente realizadas.
La cueva de Tigalate Hondo es una gran oquedad orientada al sur. El contorno de la boca es un arco irregular, más bajo en el extremo oeste, donde se une con el primitivo fondo del barranco. Hay unos 8 m. desde el actual nivel de la entrada, por su parte exterior, hasta el techo (Fig. 3-I, A-B). El caboco tiene su acceso por el lado este, como puede verse en el camino, con borde de piedras que aparece a la derecha de la Fig. 2. Este camino es el que debió de existir antiguamente, ya que corresponde al costado del caboco a cubierto de los torrentes invernales, que por aquel paraje, dado el gran desnivel del mismo, tendrían gran violencia. (Véase en la misma figura la acción de estas avenidas en la parte izquierda del caboco).
Fig. 3-I. - Frente de la cueva del cabobo de Tigalate Hondo. |
Fig. 2. - Caboco y cueva en Tigalate Hondo. En primer término, el actual emplazamiento de la roca grabada. |
Volviendo a la cueva de este caboco, cuyo esquema se da en la Fig. 3 (frente, planta y corte), diremos que se trata de una cavidad de unos 30 m. de ancho cerca de la boca y de 40 m. de profundidad. Puede verse en el esquema cómo los desprendimientos del techo han llenado de bloques basálticos no sólo la parte correspondiente a la boca, sino un gran espacio del interior, sobre todo en su zona central, donde hay amontonamientos de grandes bloques de una altura que oscila entre los 2 y 4 m. Presenta la cueva, en su parte más profunda, dos angostas galerías abiertas naturalmente en el conglomerado, una situada en un plano superior a la otra.
Fig. 3-I. - Frente de la cueva del cabobo de Tigalate Hondo. |
Fig. 3-II. - Perfil de la cueva del caboco de Tigalate Hondo. |
Fig. 3-III. - Planta de la cueva del caboco de Tigalate Hondo. |
Sólo un tercio de la cueva está iluminado por luz natural: el resto aparece sumido en una penumbra que se acentúa a medida que se penetra en la oquedad, hasta la total oscuridad del fondo. La parte más iluminada corresponde precisamente a aquella por donde penetra el camino (Fig. 3-I; Fig. 2). Aquí comenzaría la zona de los grabados, que cubrirían las rocas emplazadas hasta el centro de la boca (Fig. 3-I, D y B).
Como datos recogidos acerca de esta cueva —el folklore canario es muy pobre respecto a yacimientos arqueológicos— sabemos que durante el verano los vecinos acostumbran, en los días de levante, refugiarse en ella para gozar del frescor y humedad del paraje. Las mujeres suelen llevar la labor y los niños juegan, aprovechando los escondites que ofrecen las rocas caídas y, sobre todo, las dos galerías del fondo. Lo mismo se hace en Cueva Marcela. Vale consignar este dato: son cuevas solamente frecuentadas durante el verano para librarse del calor al mismo tiempo que se reúnen los vecinos del caserío inmediato.
c) Petroglifos.—Hemos marcado con una cruz un punto de la Fig. 2 donde se hallaron emplazados algunos bloques con grabados. Pero conviene consignar, antes de seguir, que lo que hemos descubierto en Tigalate Hondo vienen a ser los restos o ruinas de una acaso importante estación de petroglifos. Posiblemente las estructuras basálticas ocuparon una linea paralela al camino de acceso y, como ya se dijo, se extenderían hasta el centro de la boca (punto B de la Fig. 3-I y X de la Fig. 2). Unos bloques, los cercanos al camino, estarían al nivel de la entrada, y los otros desde este nivel hasta un plano más bajo, correspondiente al actual fondo del barranco. La naturaleza del paraje parece confirmar esta suposición. Por otro lado, el testimonio de un vecino la corrobora, ya que señala en X el punto donde se encontraba el bloque grabado.
Corrientes de gran violencia irían socavando las estructuras basálticas apoyadas en el fondo del cauce, que serían arrastradas después por la riada. Esta acción secular de las aguas fue destruyendo poco a poco la estación, hasta el punto de que los vecinos de Tigalate Hondo sólo recuerdan haber visto en su emplazamiento originario un solo bloque, que es el que aún existe. Este es el que hemos descubierto, pero alejado de su anterior emplazamiento unos 90 m. Fue arrancado de cuajo y llevado cauce abajo por la última violenta riada de enero de 1957. En la Fig. 2 y en primer término, centro, aparece el bloque, de cuyo tamaño puede dar idea la figura del obrero de pie. La estatura del obrero es de 1,75 m.
Es una roca extraordinariamente erosionada por la acción mecánica de los materiales de arrastre cayendo sobre ella y por el volteo posterior sobre el cauce rocoso. Ha quedado, como se advierte en la fotografía, en el mismo centro del cauce, expuesta, por lo tanto, a la acción de los torrentes invernales.
Afortunadamente los grabados han quedado al aire, en la cara superior del bloque, justamente a la altura de los hombros de la figura que aparece de pie. Seguramente numerosos temas grabados cubrirían la piedra, pero la exfoliación de ésta los haría desaparecer. Sólo restan dos temas: uno de pequeño tamaño, formado por círculos concéntricos, y otro mayor, constituido por una espiral. Ambos han sufrido también los efectos de la erosión.
El conjunto de estos dos temas puede verse en la Fig. 4. El tema espiraliforme, compuesto por cinco espiras, tiene un eje mayor de 42 cm. y otro menor de 39 cm. El otro tema está formado por tres circunferencias concéntricas, con un diámetro máximo de 20 cm. La longitud de estos grabados, comprendidos los 9 cm. que separan a uno de otro, es de 71 cm.
La técnica es la del picado bastante profundo, como puede advertirse en las Figs. 4 y 5. El surco tiene de 2 a 3 cm. de anchura: presenta una sección en V en los mejor conservados, y en U en los más gastados o de picado menos profundo.
No es abundante el tema de círculos concéntricos en los petroglifos palmeros. Posiblemente algunos de los tomados hasta ahora como espirales, a causa del desgaste de la roca, fueran círculos. Por ello interesa, pues, señalar muy destacadamente la presencia de este tema en la isla de La Palma. En Belmaco un gran tema en espiral pudiera muy bien ser de círculos, ya que no es posible seguir con seguridad las curvas de las espiras.
El tema espiraliforme es idéntico a otros tantos descubiertos en estaciones de dicha isla, que parece detentar la exclusiva en Canarias de tan interesantes y seguros testimonios culturales. Sin embargo, de círculos concéntricos puede casi señalarse la existencia de uno en El Julan (isla de El Hierro) y con toda seguridad en Zonzamas (isla de Lanzarote).
De todo lo dicho se deduce que siguen siendo los cabocos los lugares elegidos para grabar las rocas. Y no insistimos en otras circunstancias repetidamente presentes en los yacimientos con grabados por no repetir lo ya dicho en otro lugar.
Tigalate Hondo viene a confirmar lo ya apuntado por nosotros no sólo en lo que se refiere al caboco en si, sino en señalar como lugar preferido para grabar las rocas los lugares próximos al camino de acceso a la cueva. Además, se repiten las técnicas y los temas, lo que asegura un perfil cultural muy claro y persistente.
La cronología está ya dada, y estos petroglifos han sido vistos como elementos que aseguran la relación de diversas comarcas atlánticas durante la Edad de Bronce. Consideramos que esta cronología puede ser discutida en cuanto se refiere a Canarias. Téngase en cuenta que en los conjuntos ergológicos de la isla de La Palma faltan muchos elementos necesarios para admitir sin discusión relaciones y contactos megalíticos.
Quede, pues, registrada la estación de grabados de Tigalate Hondo, sin más preocupación, de momento, que la de sumarla a las ya conocidas en tan interesante isla.
La insistencia en ciertas y determinadas circunstancias naturales y el análisis del lugar con preocupación etnológica obedece a que la etnología debe presidir en todo momento cualquier estudio sobre prehistoria insular. Consideramos que el hombre sigue siendo el sujeto que primero debe atraer la atención: después habrá tiempo de detenerse a placer sobre sus obras.
LUÍS DIEGO CUSCOY
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