LOS ABORÍGENES CANARIOS Y LA NAVEGACIÓN
BARCAS DE ODRES DE PIEL HINCHADOS:
Un tercer tipo de referencias hace mención a la navegación interinsular utilizando odres de piel hinchados, de las que tenemos varias leyendas que mantuvo la tradición oral por el carácter excepcional de algunos de estos hechos.
Estos odres inflados no sólo podrían servir como flotadores, atados a la cintura, sino probablemente también se podrían unir varios de ellos con cuerdas hechas de junco o palmera, a modo de balsas que podrían ser válidas en las calmas o en épocas con la mar echada. De un informante de Los Cristianos y otros del Sur de Tenerife, Béthencourt Alfonso (1912/1991: 65, n. 8 y 1912/1994: 472-473) recogió la referencia a la construcción de balsas «potala» con 7 u 8 odres inflados unidos por correas de malvas, hojas de drago o de palmera, que podían transportar dos o tres personas, una vela cuadrada de pieles entre dos varas verticales paralelas y paletas de madera a modo de remos las cuales, más que para avanzar, servían para enderezar el rumbo a modo de timones, balsas que fueron utilizadas para pescar o escapar de la justicia.
Los odres de piel inflados o «foles henchidos de aire», se obtenían de la piel de machos cabríos grandes, que degollaban y extraían huesos, carne y vísceras por el cuello. Posteriormente, lo adobaban a modo de un zurrón de piel, impermeabilizándolo con resina blanca de pino, sangre de drago y otros productos. Finalmente, los inflaban y ataban sus bocas con cordeles hechos con fibras de malva.
Otro tipo de balsa se preparaba con troncos de tabaiba dulce de 2-3 m. de longitud y 0.50 m. de diámetro, que podían utilizarse bien individualmente, a modo de tronco flotante para pescar, varias entrelazadas como una balsa, o una versión más sofisticada con 2 o 3 «emparillados» de troncos de tabaiba dulce superpuestos en sentido inverso.
Finalmente, menciona una tercera variante de balsa, combinando troncos de tabaiba dulce a los que se le añadían odres de piel inflados para facilitar su flotación.
Las referencias más antiguas hacen mención a contactos entre las islas de Lanzarote y Fuerteventura, a través del canal de la Bocaina, pues entre ambas islas no sólo existía un contacto visual permanente, sino a veces también auditivo, como refleja un episodio de la conquista, pues «en Rubicon (...) Por los tiros que se oieron en Ervania [Fuerteventura], se supo esta llegada» (Marín de Cubas, 1694/1986: 98).
«Del canal que divide las dos islas de Lanzarote y Fuerteventura (...) en su punto más estrecho, que está en frente de Montaña Roja y de la Punta de Mascona, tiene nueve millas; y en el mas ancho, frente al Papagayo, tiene diez (...) No es muy agitado, ni tiene mucho fondo (...) y es de tan pacífica navegación (por más que corra mucho), que hace pocos años, una mujer lo pasó a nado, con ayuda de odres atadas juntas» (Torriani,1592/1978: 66).
Una mención a un hecho más antiguo, coetáneo con Maciot de Béthencourt durante el siglo XV, que no parece corresponderse con el «hace pocos años» que se menciona a fines del siglo XVI en Torriani, se recoge en un texto de fines del siglo XVII, «algunas mujeres hubo, que passaron de una ysla a otra en dos odres llenos de aire atados, y puesta de pechos encima. Governando Maciot de Betencourt en Lanzarote, passo a Fuerteventura una madre para que el obispo rogase por un hijo, y librase de la horca como lo consiguio dando dos o tres viages llevando las cartas dentro del odre; En Hierro, y Gomera hubo otras nadadoras» (Marín de Cubas, 1694/1986: 263).
Este texto es doblemente interesante porque hace mención también a contactos entre las Canarias Occidentes, que no están recogidas en otras historias de Canarias de los siglos XVI y XVII, y sólo serán posteriormente recuperadas de la tradición oral a fines del siglo XIX por Béthencourt Alfonso en Tenerife y La Gomera.
En todos los casos, las menciones resultan lógicas y sugieren contactos esporádicos entre islas vecinas, el Sur de Tenerife con La Gomera, La Gomera con El Hierro, o Tenerife con Gran Canaria. Esta relación no sólo es estrictamente geográfica, sino también derivada de una relación visual constante.
Por ejemplo, en Tenerife, sin necesidad de ascender al Teide, un día despejado en las Cañadas permite visualizar perfectamente a La Gomera, El Hierro y La Palma. Descendiendo por la banda Sur y Suroeste, la vista de La Gomera es constante, y a nivel del mar en el Suroeste de Tenerife, desde el antiguo Puerto del Río de Adeje, en la actual Playa de Troya, ya Miñano (1826/1982: 25) recuerda que un día despejado se podían ver las tres islas simultáneamente. Y bajando por la banda noreste hacia La Laguna y Santa Cruz se ve regularmente Gran Canaria. Desde La Gomera la visión de Tenerife, dominada por El Teide, es constante en todo el Norte de la isla, desde el puerto de San Sebastián a nivel del mar hasta los altos de Garajonay. En el Sur y Suroeste de La Gomera, se visualiza a menudo El Hierro, y más excepcionalmente La Palma, mientras se pierde la visibilidad de Tenerife.
La cita más antigua se vincula al mito del conocimiento del fuego, que pasaría de La Gomera a El Hierro, pero en otra leyenda oral que posteriormente recogió Béthencourt Alfonso, ese conocimiento del fuego primero habría llegado desde Tenerife a La Gomera.
Los aborígenes «por muchos años no supieron hazer fuego, enseñoles el fuego ludiendo entre dos palos secos una muger Gomera que vino al Hierro nadando sobre dos odres llenos de aire, y enseño otras muchas cosas que ellos dicen» (Marín de Cubas,1694/1986: 158).
Este texto está conectado con otros dos recogidos simultáneamente en el Sur de Tenerife y en La Gomera, a fines del siglo XIX, donde se sugieren dos datos además muy interesantes, el carácter servil de parte de los que practicaban la pesca en Tenerife, «un siervo pescador», al igual que sucedía con la ganadería y la agricultura, y la posible condena a muerte de la mujer, arrojándola al mar, en caso de quedar embarazada sin estar casada, que con variantes ya recogía Marín de Cubas (1694/1986: 263) para Gran Canaria, donde «a la adultera echavan viva a el mar, o enterraban viva», mientras en Tenerife, en caso de violación «A la doncella descompuesta pena de muerte y a menos que él no quisiesse ser su marido lo más ordinario les daban a ella cárçel perpetua» (Sedeño, 1507-1640/1978: 380).
«Cuentan que una joven de la nobleza del tagoro de Archaha, reino de Adeje, llamada Guilda, en vísperas de casarse murió repentinamente su prometido y pasado algún tiempo descubrió con horror que era madre. Desesperada, porque según la ley la arrojarían viva al mar, confiose a un siervo pescador, y convinieron en que la única probabilidad de salvación era ganar la isla de La Gomera sobre una balsa de foles o zurrones. Todo preparado, una noche de tiempo favorable embarcó con gran sigilo por la playa de Troya, no sin ofrecer a su cómplice de que haría una gran hoguera si lograba escapar, pues creían que La Gomera, Palma y Hierro desde la catástrofe, porque nunca vieron fuego de ellas.
Por primera vez se vio a la siguiente noche brillar una luz en La Gomera, dando testimonio de que la fugitiva había abordado la isla.
Al año, acompañada de su esposo, retornó Guilda a Tenerife en otra balsa de foles para ver a su familia. Fue muy festejada y perdonada porque se salvó del mar» (Béthencourt Alfonso, 1912/1991: 62).
Estos odres inflados no sólo podrían servir como flotadores, atados a la cintura, sino probablemente también se podrían unir varios de ellos con cuerdas hechas de junco o palmera, a modo de balsas que podrían ser válidas en las calmas o en épocas con la mar echada. De un informante de Los Cristianos y otros del Sur de Tenerife, Béthencourt Alfonso (1912/1991: 65, n. 8 y 1912/1994: 472-473) recogió la referencia a la construcción de balsas «potala» con 7 u 8 odres inflados unidos por correas de malvas, hojas de drago o de palmera, que podían transportar dos o tres personas, una vela cuadrada de pieles entre dos varas verticales paralelas y paletas de madera a modo de remos las cuales, más que para avanzar, servían para enderezar el rumbo a modo de timones, balsas que fueron utilizadas para pescar o escapar de la justicia.
Los odres de piel inflados o «foles henchidos de aire», se obtenían de la piel de machos cabríos grandes, que degollaban y extraían huesos, carne y vísceras por el cuello. Posteriormente, lo adobaban a modo de un zurrón de piel, impermeabilizándolo con resina blanca de pino, sangre de drago y otros productos. Finalmente, los inflaban y ataban sus bocas con cordeles hechos con fibras de malva.
Otro tipo de balsa se preparaba con troncos de tabaiba dulce de 2-3 m. de longitud y 0.50 m. de diámetro, que podían utilizarse bien individualmente, a modo de tronco flotante para pescar, varias entrelazadas como una balsa, o una versión más sofisticada con 2 o 3 «emparillados» de troncos de tabaiba dulce superpuestos en sentido inverso.
Finalmente, menciona una tercera variante de balsa, combinando troncos de tabaiba dulce a los que se le añadían odres de piel inflados para facilitar su flotación.
Las referencias más antiguas hacen mención a contactos entre las islas de Lanzarote y Fuerteventura, a través del canal de la Bocaina, pues entre ambas islas no sólo existía un contacto visual permanente, sino a veces también auditivo, como refleja un episodio de la conquista, pues «en Rubicon (...) Por los tiros que se oieron en Ervania [Fuerteventura], se supo esta llegada» (Marín de Cubas, 1694/1986: 98).
«Del canal que divide las dos islas de Lanzarote y Fuerteventura (...) en su punto más estrecho, que está en frente de Montaña Roja y de la Punta de Mascona, tiene nueve millas; y en el mas ancho, frente al Papagayo, tiene diez (...) No es muy agitado, ni tiene mucho fondo (...) y es de tan pacífica navegación (por más que corra mucho), que hace pocos años, una mujer lo pasó a nado, con ayuda de odres atadas juntas» (Torriani,1592/1978: 66).
Una mención a un hecho más antiguo, coetáneo con Maciot de Béthencourt durante el siglo XV, que no parece corresponderse con el «hace pocos años» que se menciona a fines del siglo XVI en Torriani, se recoge en un texto de fines del siglo XVII, «algunas mujeres hubo, que passaron de una ysla a otra en dos odres llenos de aire atados, y puesta de pechos encima. Governando Maciot de Betencourt en Lanzarote, passo a Fuerteventura una madre para que el obispo rogase por un hijo, y librase de la horca como lo consiguio dando dos o tres viages llevando las cartas dentro del odre; En Hierro, y Gomera hubo otras nadadoras» (Marín de Cubas, 1694/1986: 263).
Este texto es doblemente interesante porque hace mención también a contactos entre las Canarias Occidentes, que no están recogidas en otras historias de Canarias de los siglos XVI y XVII, y sólo serán posteriormente recuperadas de la tradición oral a fines del siglo XIX por Béthencourt Alfonso en Tenerife y La Gomera.
En todos los casos, las menciones resultan lógicas y sugieren contactos esporádicos entre islas vecinas, el Sur de Tenerife con La Gomera, La Gomera con El Hierro, o Tenerife con Gran Canaria. Esta relación no sólo es estrictamente geográfica, sino también derivada de una relación visual constante.
Por ejemplo, en Tenerife, sin necesidad de ascender al Teide, un día despejado en las Cañadas permite visualizar perfectamente a La Gomera, El Hierro y La Palma. Descendiendo por la banda Sur y Suroeste, la vista de La Gomera es constante, y a nivel del mar en el Suroeste de Tenerife, desde el antiguo Puerto del Río de Adeje, en la actual Playa de Troya, ya Miñano (1826/1982: 25) recuerda que un día despejado se podían ver las tres islas simultáneamente. Y bajando por la banda noreste hacia La Laguna y Santa Cruz se ve regularmente Gran Canaria. Desde La Gomera la visión de Tenerife, dominada por El Teide, es constante en todo el Norte de la isla, desde el puerto de San Sebastián a nivel del mar hasta los altos de Garajonay. En el Sur y Suroeste de La Gomera, se visualiza a menudo El Hierro, y más excepcionalmente La Palma, mientras se pierde la visibilidad de Tenerife.
La cita más antigua se vincula al mito del conocimiento del fuego, que pasaría de La Gomera a El Hierro, pero en otra leyenda oral que posteriormente recogió Béthencourt Alfonso, ese conocimiento del fuego primero habría llegado desde Tenerife a La Gomera.
Los aborígenes «por muchos años no supieron hazer fuego, enseñoles el fuego ludiendo entre dos palos secos una muger Gomera que vino al Hierro nadando sobre dos odres llenos de aire, y enseño otras muchas cosas que ellos dicen» (Marín de Cubas,1694/1986: 158).
Este texto está conectado con otros dos recogidos simultáneamente en el Sur de Tenerife y en La Gomera, a fines del siglo XIX, donde se sugieren dos datos además muy interesantes, el carácter servil de parte de los que practicaban la pesca en Tenerife, «un siervo pescador», al igual que sucedía con la ganadería y la agricultura, y la posible condena a muerte de la mujer, arrojándola al mar, en caso de quedar embarazada sin estar casada, que con variantes ya recogía Marín de Cubas (1694/1986: 263) para Gran Canaria, donde «a la adultera echavan viva a el mar, o enterraban viva», mientras en Tenerife, en caso de violación «A la doncella descompuesta pena de muerte y a menos que él no quisiesse ser su marido lo más ordinario les daban a ella cárçel perpetua» (Sedeño, 1507-1640/1978: 380).
«Cuentan que una joven de la nobleza del tagoro de Archaha, reino de Adeje, llamada Guilda, en vísperas de casarse murió repentinamente su prometido y pasado algún tiempo descubrió con horror que era madre. Desesperada, porque según la ley la arrojarían viva al mar, confiose a un siervo pescador, y convinieron en que la única probabilidad de salvación era ganar la isla de La Gomera sobre una balsa de foles o zurrones. Todo preparado, una noche de tiempo favorable embarcó con gran sigilo por la playa de Troya, no sin ofrecer a su cómplice de que haría una gran hoguera si lograba escapar, pues creían que La Gomera, Palma y Hierro desde la catástrofe, porque nunca vieron fuego de ellas.
Por primera vez se vio a la siguiente noche brillar una luz en La Gomera, dando testimonio de que la fugitiva había abordado la isla.
Al año, acompañada de su esposo, retornó Guilda a Tenerife en otra balsa de foles para ver a su familia. Fue muy festejada y perdonada porque se salvó del mar» (Béthencourt Alfonso, 1912/1991: 62).
Sin embargo, la sorpresa de Béthencourt Alfonso fue grande cuando comprobó una leyenda muy similar en La Gomera, «lo más curioso de dicha tradición tinerfeña es que se completa con otra que hemos recogido en La Gomera. Existe en esta isla, cerca de San Sebastián, la aún llamada Playa de la guancha, porque en tiempos muy remotos apareció por allí una joven de Tenerife embarcada en zurrones. El acontecimiento conmovió la isla, y llevada ante el rey contó sus desventuras y la causa que le obligó a huir de su tierra: añadiendo que no esperaba encontrar gente porque nunca habían visto fuego. Como los indígenas ignoraban el modo de obtenerlo, les enseñó frotando dos trozos de madera; y fue tal el entusiasmo que el príncipe la tomó por esposa prohijando el ser que llevaba en las entrañas. Pasando algún tiempo los esposos fueron a Tenerife, saltando por la Aguja de Teno» (Béthencourt Alfonso, 1912/1991: 62-63).
Es importante señalar que las corrientes marinas favorecen este tipo de contactos. Un buen ejemplo lo conoció directamente G. Glas (1764/1982: 122) en la segunda mitad del siglo XVIII, «Recuerdo haber visto a un hombre en La Orotava, que unos años antes había vivido en La Gomera, en donde había cortejado a una chica y conseguido su consentimiento para casarse con él, pero súbitamente arrepentido de lo que había hecho, aprovechó el primer viento oeste y temerariamente se embarcó en un bote abierto, sin remos, sin velas, ni timón, y se lanzó mar adentro; fue llevado por el viento y los mares durante dos días y dos noches, cuando finalmente llegó cerca de la rocosa playa de Adeje, en Tenerife, en donde habría perecido si no hubiera sido por unos pescadores que al ver su bote fueron a el y lo trajeron a un abrigo seguro».
Otra leyenda de La Gomera, recogida de un leñador en el camino de Lomo Blanco al bosque de El Cedro en Garajonay, ya en el siglo XX, apunta en similar dirección. «Gara, hija de un pastor rico, estaba enamorada de Jonay, pobre mancebo que cuidaba los rebaños del padre de la muchacha. Algunos dicen que Jonay era del sur de Tenerife y que había llegado a La Gomera, con la ayuda de unos pellejos de cabra hinchados» (Roméu Palazuelos, 1984: 4).
Aún más llamativo es un posible contacto regular entre Tenerife y Gran Canaria que recoge otra leyenda cruzando por mar probablemente desde el Suroeste de Gran Canaria hacia la banda Sureste y Sur de Tenerife, al menceyato de Adexe, y regreso a Gran Canaria desde Anaga en el Noreste de Tenerife.
«Una sobrina del rey Archinife de Adeje, llamada Guajara, era tan notable por su belleza que llegó a oídos del libertino Tauco, primogénito del soberano de la isla de Canaria, que hizo viaje a Tenerife para comprobar lo que pregonaba la fama. La realidad superaba a cuanto le habían dicho y la solicitó por esposa; pero aunque el rey apoyó con calor la demanda, Guajara alegó varios pretextos para rehuir el compromiso. Después de varios viajes de Tauco, descubrió que era rechazado porque existía un rival oculto y favorecido, el tagorero Ucanca, gobernador de esta región y el guerrero más acreditado de su tiempo.
Tauco juró venganza; y como enteró que Guajara acompañada de dos siervas iba con alguna frecuencia a recrearse de los retamales de Afonche, le preparó una celada con algunos de sus vasallos y consiguió sorprenderla y forzarla, huyendo seguidamente a Canaria temeroso de las consecuencias. No retornó Guajara a la corte, sino que se encaminó al gobierno de su amante, para revelarle lo sucedido; y Ucanca, lleno de ira, después de ocultar a su prometida en la cueva del Malpaís al amparo de sus hombres de guerra marchó en persecución de Tauco. Cuando llegó a Naga ya su enemigo había partido para Canaria; a cuyo punto se dirigió salvando la distancia, “por parte de foles y por otras andando sobre los arrecifes”» (Béthencourt Alfonso, 1912/1991: 63).
Estos contactos no sólo partían desde Gran Canaria hacia Tenerife, sino que la leyenda también sugiere otros en sentido inverso, desde Tenerife hasta Gran Canaria.
«Pasadas algunas generaciones, un poderoso monarca de la dinastía de los Guajaras tuvo un hijo llamado Binicherque, tan orgulloso, que no teniendo hermanas y no encontrando entre la nobleza de la nación mujer digna de elevarla al trono, puso los ojos en una princesa hija del rey de Canaria; a la que iba a galantear “recorriendo el camino partes andando y parte sobre foles”» (Béthencourt Alfonso, 1912/1991: 63).
En todo caso, algunas de las tradiciones orales, tienen un encuadre histórico concreto, como fue el levantamiento de 1488 contra Fernán Peraza el Mozo y la represión desencadenada contra ellos por Pedro de Vera a inicios de 1489, a petición de Beatriz de Bobadilla, viuda de Fernán Peraza el Mozo, muerto por Pedro Hautacuperche (Abreu,1590-1632/1977: 247-253).
Era un momento en el que los aborígenes, que convivían con los castellanos en La Gomera, ya eran perfectamente conscientes de la posibilidad de contacto entre ambas islas, pero aún permanecía Tenerife sin conquistar. Además, ya se habían producido expediciones esclavistas desde La Gomera hacia Tenerife y La Palma, con la participación de aborígenes gomeros, como la protagonizada por Guillén Peraza, que murió hacia 1447 en un asalto a La Palma (Abreu, 1590-1632/1977: 107-108).
«La primera medida de éste [Pedro de Vera] fue secuestrar todas las embarcaciones de la isla para que nadie escapara; pero dos de los rebeldes más destacados se aventuraron sobre zurrones para ganar a Tenerife, como lo consiguieron.
Temiendo que los guanches los mataran se ocultaron en una cueva de la costa de Chío, en Guía [de Isora, Tenerife], aún conocida por ‘Cueva de los Gomeros Alzados’, donde a los dos días los descubrieron comiéndose un cabrito que habían robado. Los guanches, después de enterados, los perdonaron y protegieron.
Esta tradición no sólo es general por Guía sino que la confirman una familia Alvarez, de Chío, descendientes de uno de los dos gomeros, que la conservan de generación en generación» (Béthencourt Alfonso, 1912/1991: 65, n. 6).
En todo caso, para esta referencia de La Gomera, no debemos olvidar que en Tenerife, a los pocos años de la conquista de la isla, un Acuerdo del Cabildo de Tenerife de 22 de Septiembre de 1508 señala que ya se fabricaban barcas y barcos de pesca pues «como son los pescadores de esta isla y se abastecen de ella en todo lo necesario y aquí hacen las barcas y barcos en que pescan. Se acuerda que no se saque pescado de la isla» (Serra y de la Rosa, 1952: 16).
Fuente: Los aborígenes canarios y la navegación. Alfredo Mederos Martín y Gabriel Escribano Cobo.
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