EL TERRITORIO ARQUEOLÓGICO DEL LOMO DE ARICO. APROXIMACIÓN AL MODELO DE POBLAMIENTO PERMANENTE DEL SUR DE TENERIFE (III)
ANÁLISIS DEL REGISTRO ARQUEOLÓGICO SUPERFICIAL DEL LOMO DE ARICO. DE PARADEROS PASTORILES A ASENTAMIENTOS PERMANENTES
La característica que más llama la atención en el Lomo de Arico es el elevado número de yacimientos presentes. En apenas 12 km2, y aplicando una metodología de prospección sistemática, se han identificado 18 yacimientos aborígenes de diferente magnitud en cuanto a la intensidad de la ocupación humana. Este hecho, independientemente de la categorización que pueda realizarse de ellos (asentamientos permanentes, hábitat estacional, paraderos pastoriles, etc.), como de su temporalidad (relaciones diacrónicas, sincrónicas), lo cierto es que constituyen un número lo suficientemente significativo como para matizar algunas de las afirmaciones tradicionalmente vertidas sobre el patrón de ocupación humana de esta parte de la isla, así como para constatar algunos de los apuntes que diversos autores vienen haciendo desde la década de los setenta (Jiménez Gómez, 1973: 306-309; González Antón y Tejera Gaspar, 1990 [1981]: 213-216; Arco Aguilar, Jiménez Gómez y Navarro Mederos, 1993: 55-56).
El análisis del registro material de superficie del Lomo de Arico ha permitido singularizar tres variables sobre el terreno. En primer lugar, la presencia de concentraciones y dispersiones de material arqueológico; en segundo lugar, la asociación o no de esas evidencias a estructuras diversas; y, finalmente, la amplitud que presentan esas concentraciones en el territorio. Estos tres aspectos permiten inferir una diferenciación en la inversión de trabajo aplicado, que da como resultado la existencia de dos tipos de yacimientos en la zona: asentamientos permanentes y paraderos pastoriles. Esta inversión de trabajo haría referencia al tiempo y esfuerzo dedicados a imprimir una mayor perdurabilidad a esas construcciones.
En cuanto a los asentamientos permanentes, el primer elemento discriminante es la relación existente entre una concentración importante de materiales arqueológicos y la presencia de estructuras de piedra que posiblemente respondan, en su mayoría, a lugares de hábitat. El material arqueológico que aparece en estos yacimientos es variado. En cuanto a la cerámica, el primer elemento destacable es la diversidad tipológica detectada, tanto en la morfología y las pastas, como en la textura y las coloraciones. Este hecho se manifiesta especialmente en el elevado número de bordes localizados en estos asentamientos, que evidencia en ciertos casos la presencia de una cantidad significativa de objetos cerámicos diferentes. Junto a los bordes se localizan también otros fragmentos cerámicos característicos como asas, mangos-vertederos, carenas, etc.
Un segundo tipo de material que aparece con profusión, en su mayor parte foráneo, es el referido a la producción lítica, en la que se pueden diferenciar cuatro elementos detectados en superficie. Por una parte, la abundancia de restos de talla y lascado de obsidiana y basalto (basaltos y traquibasaltos, y en menor medida traquitas y fonolitas). Por otra, la presencia de nódulos de talla y lascado. Ambos aspectos conformarían dos momentos en el proceso de producción de la cadena operativa. En tercer lugar, aparecen fragmentos de molinos de mano, elaborados con basalto vacuolar. Y en cuarto lugar, en algunos asentamientos parecen identificarse áreas específicas vinculadas a la producción lítica, caracterizadas por corresponder a estructuras de piedra de tendencia circular, de unos tres o cuatro metros de diámetro, con una masiva presencia de restos de talla lítica en su interior.
El resto del material arqueológico individualizado que se puede localizar en superficie corresponde a restos de malacofauna, concretamente lapas, restos de fauna, estos últimos poco frecuentes, así como elementos de adorno personal.
En cuanto a las estructuras de piedra, evidencian en su conservación el paso del tiempo y la acción antrópica sobre el terreno. La gran mayoría se compone de basamentos de piedra de formas irregulares, aunque se adivinan tendencias elípticas, circulares y ovales, y en muchos casos aprovechan irregularidades en los roquedos para adaptarse al terreno. En pocas ocasiones se dispone de plantas casi completas, por lo que es habitual localizar estructuras que sólo conservan cinco o seis grandes piedras de su forma originaria: El Pedregal (2), Cercado de la Esquina II (8), Lomo de la Esquina (10), Travesao Chico I y II (12 y 13) y Morra de los Cardones (14). En los asentamientos de mayores dimensiones se pueden observar complejos estructurales muy irregulares: Morra Meca (4), Cercado de la Esquina I (7), y Morra de Tente (11).
En algunos de estos asentamientos se han identificado estructuras circulares de mayores dimensiones, de aproximadamente tres o cuatro metros de diámetro, con material arqueológico en el interior, y generalmente ubicadas en aquellos espacios de mayor visibilidad sobre el territorio; alrededor de éstas es frecuente la disposición de las estructuras anteriormente descritas.
En cuanto al segundo caso, los denominados paraderos pastoriles, hacen referencia a aquellas concentraciones al aire libre de material arqueológico, con una superficie variable de unas decenas de metros cuadrados y generalmente ubicados en zonas de pastos o en rutas de desplazamiento (Diego Cuscoy, 1968: 183-212; Arco Aguilar, Jiménez Gómez y Navarro Mederos, 1993: 62). Representan lugares en los que los pastores aborígenes realizaban paradas estacionales con su cabaña ganadera y en los que tanto la densidad del material arqueológico como la presencia de estructuras de piedra se ven netamente reducidas con respecto a los asentamientos permanentes. Dada la gran diversidad que presentan, tanto desde el punto de vista de su tipología como de la ubicación, tradicionalmente se han agrupado en abrigos semiconstruidos, refugios, escondrijos así como recintos anejos destinados al ganado.
Del conjunto de paraderos pastoriles identificados en el Lomo de Arico, según las características de su ocupación, pueden singularizarse dos tipos. Uno, en el que aparecen asociados al material de superficie restos de estructuras aisladas de planta generalmente pequeña y de forma oval, ubicados en lugares con buena visibilidad: Morra del Cementerio (1), Morra de los Molinos (3), Cercado Meca (6) y El Corral (9); y, un segundo tipo que presenta todas esas características pero con ausencia de estructuras: Llano de la Esquina (5). En ambos casos, el material arqueológico más frecuente es la cerámica y el lítico, presentando una dispersión bien definida, aunque con una extensión limitada en el espacio.
En relación a los asentamientos permanentes y a los paraderos pastoriles del Lomo de Arico, y sin poder definir de forma precisa esa relación desde el punto de vista diacrónico, se identifican en distintas zonas del Lomo dispersiones de material arqueológico aparentemente descontextualizado. Por una parte, se identifican en las laderas y bases de las morras que sirven de asentamiento permanente, en las pequeñas vaguadas y escorrentías, así como en algunos llanos que salpican el Lomo. A partir del análisis de estas dispersiones pueden inferirse dos causas que las originan, una de carácter geológico y otra de naturaleza antrópica.
La primera responde a los procesos erosivos que arrastran el material arqueológico fuera de sus contextos originales. De esta forma, en las zonas de fuerte pendiente o en los lugares atravesados por pequeñas escorrentías o vaguadas, los restos sufren un proceso de alteración erosiva que en ocasiones llega a desdibujar el perímetro de ocupación de algunos yacimientos. Este proceso, que se generaliza en todo el Lomo, se acentúa durante las escasas pero intensas lluvias invernales, y llega a afectar por igual a todo el material arqueológico de superficie. Sin embargo, en aquellas zonas donde se han construido bancales, sobre todo en lugares de pendiente, provoca que la dispersión de restos llegue a acumularse deteniendo el proceso erosivo natural.
La segunda causa que origina la dispersión en la zona estudiada responde a pautas de comportamiento antrópico. El análisis de estas dispersiones en el conjunto del territorio ha permitido constatar dispersiones aleatorias, fundamentalmente de restos líticos y, más concretamente, de obsidiana. Los elementos barajados para interpretar estas distribuciones de material como de origen antrópico estriban, en primer lugar, en que no son resultado de la erosión natural; que se localizan en zonas alejadas de los asentamientos permanentes y de paraderos pastoriles; y finalmente, que la presencia del material responde a una selección muy concreta del utillaje aborigen, como es la industria lítica, aunque en ocasiones pueda estar relacionada con restos cerámicos. La explicación a estas dispersiones debe relacionarse con pautas de movilidad por el territorio.
Las evidencias arqueológicas del Lomo de Arico, en tanto que restos de la actividad humana, se encuentran en estrecha relación con los distintos recursos naturales que pudieron ser empleados o no en el pasado. En este sentido deben destacarse todos aquellos elementos que intervinieron en las actividades cotidianas de quienes ocuparon esta zona de la Isla. Los recursos hídricos, ganaderos, agrícolas y marinos aparecen representados directa o indirectamente en los restos arqueológicos de superficie.
En lo que se refiere a los recursos hídricos, en el Barranco de los Ovejeros, al noroeste del Lomo, existen numerosos puntos de agua: Fuente de los Ovejeros (16), Fuente de los Cazadores (17), Fuente Vera de los Trapos (18), Fuente de las Castillas I y II (19 y 20), Fuente de Hoya de la Brisa (21) y Fuente de los Lagartos (22). Así mismo, en el Barranco de La Fuente/La Cisnera, al sureste del Lomo, han sido localizados charcos de agua permanente hasta hace pocas décadas: El Charco Verde (23) y El Saltadero Achacay (24), así como tres fuentes, dos ubicadas en el núcleo del Lomo de Arico: La Fuente (25) y Fuente de la Vica (26), y en un tramo más cercano a la costa, las Fuentes de Vijagua (27). Por último, y también en la zona del propio Lomo, se ha descubierto, cerca del asentamiento de El Corral (9), y en un pequeño barranco, la Fuente del Llano de la Esquina (28), aún con agua. Es necesario apuntar que de estos doce lugares de agua solamente tres pueden considerarse, en la actualidad, como permanentes: Fuente de los Ovejeros (16), Fuente de los Cazadores (17) y Fuente del Llano de la Esquina (28), mientras que del resto el agua emana sólo en la estación lluviosa.
Junto a este recurso natural, el registro superficial identificado en el Lomo de Arico permite, aunque sea de forma indirecta y sin otorgarle una relevancia concreta, inferir un número significativo de recursos y actividades que las poblaciones humanas pudieron desarrollar. Así, y aunque deban ser apoyadas por otras fuentes (crónicas, datos etnográficos, excavaciones arqueológicas, etc.), se constatan evidencias relacionadas con el uso de dichos recursos naturales. Por ejemplo, de la variedad en la calidad de las pastas cerámicas y de los desgrasantes utilizados en su elaboración se infiere el uso de tipos diferentes de arcillas, algunas de las cuales proceden de las inmediaciones de los asentamientos. En cuanto a los recursos líticos, están ampliamente representados en todo el Lomo, destacando el basalto, en sus diversas composiciones mineralógicas, y la obsidiana, claramente foránea. Del uso de estas materias primas se observa sobre el territorio no sólo restos de su transformación en útiles (lascas, esquirlas o nódulos), sino también fragmentos de los propios útiles (yunques, molinos de mano, machacadores o raspadores). La explotación de los recursos marinos está perfectamente constatada por la presencia de restos de malacofauna, e incluso se ha planteado la existencia de un conchero en la Punta de Abona (Diego Cuscoy, 1968; Delgado Gómez, 1995). El uso de la tierra como recurso agrícola solamente se puede inferir de forma indirecta, puesto que no se dispone de información procedente de excavaciones estratigráficas. Así, la localización de algunos molinos de mano con lustre de vegetales y machacadores, unido a la existencia de diversas vaguadas colmadas de sedimentación y susceptibles de haber sido explotadas, podrían indicar la práctica de actividades agrícolas, por otra parte ya atestiguadas en otros estudios (Arco Aguilar, 1993; Arco Aguilar et al., 2000).
Finalmente, de la práctica del pastoreo, pese a que está atestiguada en numerosos estudios (Cuscoy, 1968; Arco Aguilar, Jiménez Gómez y Navarro Mederos, 1993; González Antón et al., 1995), en el registro arqueológico de superficie manejado no es posible inferir ningún dato; sin embargo, como hipótesis, se podría apuntar su existencia a partir de la dispersión del material lítico comentado anteriormente, donde la presencia de obsidiana podría deberse a una movilidad por el territorio que respondería a la práctica ganadera. En este sentido se relacionaría con las complejas redes de distribución de obsidiana que en los últimos años apuntan diversas investigaciones (Galván Santos y Hernández Gómez, 1996). Así mismo, la existencia de pequeños asentamientos considerados como paraderos pastoriles indicaría el desarrollo de esta actividad en todo el Lomo.
Continúa...
Francisco Pérez Caamaño, Javier Soler Segura, Marcos J. Lorenzo Martín y C. Gustavo González Díaz
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