domingo, 6 de julio de 2014


Los últimos canarios (I)

El hecho de que en los siglos siguientes a la conquista de estas islas dejase de existir la raza o nación indígena de ellas, los canarios, que por su misma bravura había adquirido mucho prestigio en su tiempo, dio lugar a inteligencias simples —más o menos arrastradas por la conocida Leyenda Negra— para hablar del exterminio de esta nación aborigen. En realidad el exterminio intencional de una colectividad se ha producido muchas veces, aunque creo que ello ha sido raramente por medio del cuchillo o la cámara de gas. Más común habrá sido que los grupos étnicos o pueblos hayan sido disueltos mediante la esclavitud y la dispersión o deportación sistemáticas, y de ello hemos visto ensayos más o menos afortunados en estos días (los judíos y los gitanos alemanes, algunas naciones bálticas, etc.). Pero más a menudo los pueblos han sido aniquilados por extinción genética, porque se han encontrado en una situación tal, moral y material, que las defunciones han excedido fuertemente a los nacimientos y, además, aislada socialmente la colectividad, sin posibilidad de fundirse o incorporarse a las vecinas, se ha extinguido al cabo de un cierto tiempo. Ejemplos típicos son los pueblos fueguinos del extremo sur americano, que lejos de ser perseguidos, han sido objeto de medidas protectoras más o menos desacertadas de parte de las autoridades chilenas ocupantes de su territorio. Y algo semejante debió ser la extinción de los indígenas antillanos, cuando sus campos fueron ocupados por los conquistadores y sus esclavos; la fusión de aquellos indígenas con estos esclavos apenas llegó a ser nunca en cantidad estimable.

Algunos grupos canarios acaso terminaron así, sin fusión con sus vecinos, pero en todo caso parece seguro que, si así ocurrió alguna vez, fue lo excepcional. Alguna parte de la población fue expulsada lejos, a Castilla, ya como siervos, ya como libres. Otra mayor fue trasegada de una a otra isla y, en su nueva tierra, fue fundiéndose con la mayoría; en fin, no faltaron grupos que permaneciendo en su patria fueron incorporándose al nuevo ambiente mediante una fusión antes moral que genética; y de estos grupos algunos mantuvieron conciencia propia de su entidad hasta muy tarde. En efecto, perdido el género de vida y el tipo social, perdido el traje y el habla propios, todavía cierto grupo siguió considerándose isleño nativo, natural se decía, por su sangre.

De todos modos, este proceso de absorción, de fusión, diverso claramente de aquellos de extinción racial a que me referí antes, es un hecho histórico interesantísimo en muchos aspectos y muy mal conocido en sus circunstancias concretas. Por eso ha podido ser pintado por los historiadores dramáticos, ya como una terrible agonía de un pueblo que se extingue en medio de las negras traiciones con que su enemigo explota su candorosa buena fe, ya, al contrario, como un abrazo de paz y de igualdad entre dos razas hermanadas sobre un suelo común. La realidad es matizada y varia, como siempre: las traiciones son ciertas, pero es cierta también la realidad del indígena viviendo dentro de la sociedad castellana como un elemento más, tratando de igual a igual con sus convecinos de toda procedencia. Y si el abrazo legendario no existió nunca o fue meramente simbólico, es cierta la casi constante actitud de la Corte, esto es, de los reyes de Castilla, en apoyo de sus nuevos subditos y en tenaz persecución de los abusos o deslealtades. Una idea auténtica de lo que ocurrió sólo podemos tenerla mediante el acopio minucioso, paciente, de estos casos particulares. Si tantos fuesen, que pudiésemos obtener resultados estadísticos, ello sería lo ideal; más modestamente tendremos que contentarnos con casos diversos, pero sacaremos de ellos las consecuencias generales posibles.

Ante todo convendrá seguir por islas y, en lo posible, por tiempos. Como la mayoría de los casos a que aludiré son ya conocidos de los lectores atentos a la historia canaria, bastará una referencia de ellos; de los casos poco notados o basados en documentación nueva, trataré de dar todo el detalle que haya alcanzado y señalar bien la procedencia de los datos, sana costumbre que, cuando parecía ya de regla, hay tendencia a abandonar, o a reducirla al mínimo.

No sabemos cuál fue la base o finalidad económica de la empresa de Lacelotto Mallocello, que en fin de cuentas sólo conocemos por las cartas náuticas desde Angelino Dulcert (1339); pero es mucho de temer que en ella tuvo más parte la captura de ganado humano que la salvación de almas paganas. Luego nos dicen los cronistas del Canarien —y lo sabemos en parte por otras vías— que los saqueos con aquella finalidad principal fueron numerosos y la población de la Isla estaba reducida a sus últimas cifras. Este mismo estado de cosas explicaría la facilidad del acuerdo inicial entre Béthencourt y Guadafrá, admirado de oir por primera vez palabras de solidaridad, a las que responde aceptando al extranjero como protector y amigo, aunque no como señor. Por lo demás es bien sabido que este acuerdo duró poco, que la traición de Bertin impuso de nuevo la guerra y que sólo ésta acabó totalmente con la resistencia indígena; al comienzo de ella pensó Gadifer —que se creía ya abandonado a su suerte en la Isla— en exterminar a todos los naturales, hombres de guerra. Por fortuna el restablecimiento de una comunicación con el mundo hizo más ventajosa la captura primero y luego la aceptación de la rendición y el bautismo anejo, de los vencidos: debió haber, pues, muchos muertos, algunos esclavos y, en fin, no pocos sometidos, a los que, al parecer, se dio tierra en su isla.

Fueron éstos buenos auxiliares de la conquista, llevada adelante en seguida, de la vecina Fuerteventura. Las circunstancias parecen análogas a las de Lanzarote: dura lucha con captura de muchos indígenas y muerte de otros y sumisión final, gentilmente recibida. Las disputas de los conquistadores ponen en evidencia la aspereza con que unos y otros se arrebataban los cautivos, evidentemente para venderlos a «perpetua servidumbre».

No obstante para Lanzarote sabemos, especialmente por los genealogistas, que la descendencia de Guadafrá entroncó, con título público o sin él, con los principales conquistadores, hasta el punto de que sólo a través de ella se ha mantenido el apellido Béthencourt en Canarias. De hecho los nativos de estas islas en seguida fueron confundidos con los colonos, y unos y otros llamados «de las islas».

Continúa...

Elías SERRA

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