miércoles, 9 de julio de 2014


Los últimos canarios (IV)

La conquista de Tenerife fue dura y sangrienta, como es sabido. También la habían preparado tratos de paces en varias ocasiones. Los güimareses eran tenidos por cristianos desde fecha imprecisa, por la presencia de la Imagen de Candelaria en su distrito; los representaba, por lo menos después de la ocupación, Andrés de Güímar, un guanche que desde niño había sido educado en la religión. Lope de Salazar, un colono de Gran Canaria, mantenía paces con el bando de Anaga; hay noticias de misioneros, como un fray Masedo, que tuvieron que salir de la isla al romperse unas treguas. Pero es cierto que el núcleo del poder y resistencia guanches, constituido por los dominios de Taoro y sus vecinos aliados, se mantenía inquebrantable. Calculó mal la fuerza de este núcleo Alonso de Lugo, se adentró en él sin garantizarse una posible retirada y un desastre difícil de comprender sobrevino a los cristianos (mayo de 1494). Se salvó, empero, la persona del conquistador y con ella la capitulación concertada con los Reyes; también la mayor parte del contingente canario y, en fin, creo que también parte del castellano, pues parecen exagerados los cálculos de pérdidas que dan los cronistas y testigos. Pero había que remontarlo todo, reunir de nuevo recursos y reservas. No puedo entrar en las diversas maneras cómo han sido explicados estos hechos: baste decir que en la primavera de 1496 toda la resistencia había acabado, los guanches se habían rendido, y Lugo, con sus caudillos, los menceyes, ya fuesen de paces, ya vencidos, se trasladó a Almazán, a presentarlos a los Reyes.

La suerte que cupo a los menceyes guanches ha sido objeto de estudio por Rumeu, partiendo de la idea de que, salvo uno, no volvieron a ver su peña nativa; pero nuevos hallazgos documentales le han obligado a modificar más de una vez estas primeras estimaciones. En principio los guanches son de dos clases ante los castellanos: guanches de paces, que deben permanecer libres, y son los de los cuatro bandos de Anaga, Güimar y los dos del Sur. Todos los restantes, los cinco del Norte, son de guerra, y sus gentes deben entrar en servidumbre. Pero no ocurrió ni tanto ni tan poco; conocemes atropellos de todo orden: entre ellos es famoso el de los guanches de Güímar, capturados para resarcirse de aquella primera derrota. No sólo lo cuenta un cronista autorizado, sino que un viajero alemán, Münzer, halló en Valencia, en octubre de aquel año 94 en que había ocurrido el desastre, una gran feria de nativos de Tenerife que, según él, habían sido condenados a servidumbre por haberse levantado contra el Rey Católico. Como no podemos imaginar que en aquella desgraciada campaña hubiese habido cautivos de buena guerra ni creer que Münzer atribuyó a Tenerife gentes de otra parte, este mercado confirma la traición de que nos da cuenta el cronista Abreu Galindo. Otros casos caen, como en Gran Canaria, en el terreno de lo sacrílego: la gente de Adeje, gente de paces, es invitada a entrar en un cercado, donde debe bautizarlos el obispo, que, revestido solemnemente, ha entrado en él; pero en realidad no es más que un farsante, acompañado de los esbirros necesarios para maniatar a los incautos que van entrando. Y de otro lado sabemos que desde los primeros tiempos muchos individuos de los bandos del Norte viven con los castellanos y son pacíficos vecinos de la villa de San Cristóbal o del pago de Tacoronte. En suma, se trata de una discriminación arbitraria, personal, sin duda llena de abusos y excesos de codicia, pero a favor de ella gran número de guanches, unos como como libres, otros horros o recién liberados, otros cautivos, y todavía muchos otros alzados, esto es, refugiados en el monte, al amparo de sus hermanos, viven en su isla y van fundiéndose en su nueva sociedad. Otro elemento importante lo constituyen los canarios conquistadores, que creen haber llegado ya al término de sus trabajos; reciben datas, como los campesinos castellanos, y llegan a formar, en El Realejo, un pueblo especial, protegido por el Adelantado. Al fín hallaban estos valientes guerreros un ambiente digno donde perpetuar su grupo, que mantenían con orgullo, aun con pérdidas tan dolorosas como la del mismo don Fernando Dagáldar, el guanarteme, muerto a raiz de la conquista de Tenerife y probablemente en la isla misma. En un curioso documento de 1514 un grupo de estos canarios da poderes para que otros reclamen ante Sus Altezas los privilegios a que se creen con derecho, y exponen «que por tener nombre de canarios pierden nuestras personas, que no tienen que hacer con los naturales de las otras islas, a saber: guanches, palmeses y gomeros, llevándoles como le llevamos muchas ventajas en todo, y hemos y somos habidos por propios castellanos». Es interesante esta explosión de noble orgullo, ya sea más o menos justificada: los canarios, incorporados a los conquistadores castellanos, no se sienten solidarios de los indígenas de las islas inferiores; es probable que su superior organización social los caracterizase como más despiertos y, además, el largo trato comercial a que hemos aludido seguramente difundió entre parte de ellos una aptitud políglota que no sería común a gentes tenazmente aisladas como los guanches. Pero todavía les aguardadan duras pruebas: las empresas africanas del Adelantado de Canarias fueron más sangrientas que las insulares, y allá acabó, nos dicen, la mitad de los canarios conquistadores; y además, su caudillo, lejos de amparar a las viudas y a la prole, los trata como despojos adinerables.

Quedó, pues, en Tenerife una colonia canaria, otro grupo menor gomero y los castellanos en mayoría, mezclados con otros cristianos. ¿Y los guanches? He hablado ya de los que se incorporan al vivir cotidiano de los colonos, ya como siervos, ya como libres; son objeto de la misma odiosidad y desconfianza que sus presumidos parientes canarios. Pero todos los esfuerzos de las autoridades locales para dar forma legal, como en la otra isla, a estos sentimientos, aquí fracasan. Hay primero una acción positiva de la Corte para liberar a todos los guanches, acción que culmina con la presencia del gobernador de Gran Canaria Lope Sánchez de Valenzuela en 1498 en Tenerife, para declarar libres a todos los hombres de paces y, de hecho, mediante agentes que recorren las casas y los hatos, a todos los guanches que se hallen en la isla. Es difícil saber qué subsistió de todo esto en definitiva; quedó, por lo menos, un estado de pugna y confusión que facilitó la labor de solidaridad mutua entre los vencidos, por medio de la cual consiguen liberarse en muy pocos años: los esclavos se alzan; cuando sus dueños han perdido la esperanza de recobrarlos, los guanches horros los rescatan a poco precio y entonces reaparecen los fugitivos como hombres libres. No obstante hoy sabemos que muchos de los jefes, menceyes o parientes, son obligados a expatriarse para vivir precisamente en Gran Canaria; lo mismo ocurre con contingentes considerables de gentes comunes. Si Gran Canaria contribuyó notablemente a la repoblación de Tenerife, ahora sabemos que el caso contrario se dio igualmente, y es imposible establecer comparaciones de cuantía, por falta de datos precisos.

En cuanto a los menceyes, el criterio seguido fue acaso el de consentir el regreso de los jefes de los bandos de paces. Rumeu, basado en datos de Simancas, ha comprobado que el mencey de Adeje, don Diego, no fue el único que vivió en las Islas; pleiteando con el propio Adelantado halló a otro mencey, el de Anaga, llamado don Fernando de Naga. Estas disputas con Lugo eran peligrosas, porque éste, como gobernador, tenia una atribución característica del cargo: la de poder rehusar a cualquiera la residencia en los términos de su jurisdicción; así el de Naga es desterrado a Gran Canaria, a lo que no puede oponerse. Pero cuando se dispone a embarcarse con sus ganados, se le prohibe la saca de éstos; ello da lugar a recurso ante la Corte de los Reyes, que fallan a favor del exmencey, y esta resolución deberíamos ya suponer que prevaleció, sin más datos. Pero los hay: el caso de don Fernando no fue único ni particular: en los mismos preciosos legajos de Bute, mencionados arriba, es donde podemos saludar a nuestros guanches canarios. Jorge González, vecino de Las Palmas de Gran Canaria, en noviembre de 1505, declara, ante el Tribunal de la Fe, que:

"él tiene hacienda e heredamientos e casas en un término que se llama Aganagin [Arguineguin] y que donde este testigo está y mora la mayor parte del año y que cerca del están ciertos hatos de guanches e gomeros. Los quales dixo este testigo que non facen obras de cristianos y que los dichos guanches que este testigo dice, que viven en dicha manera, son Juan de Naga y dos hijos de dicho Juan de Naga, que se llaman el uno Juan Delgado y otro se llama Juan Coxo, y otros guanches que están en compañía destos sobredichos, que non sabe cómo se llaman, y estos que dicho tiene se allegan en un hato; y en otro hato están uno que se llama Sebastián Coxo y otro que se llama Pedro y dos mujeres; y en otro hato está don Diego de Naga y don Juan de Anaga y su mujer; y en otro hato están, que es de gomeros, uno que se llama Juan de Ronda y otro Rodrigo, y que están éstos en los dichos hatos y otros muchos que se llegan con ellos... que no vivían como cristianos por esta razón: porque cree que ninguno dellos no sabe Avemaría ni Parternóster ni ninguna oración, porque este testigo se lo amostrava [=enseñaba] y no sabían palabra ninguna, y asimesmo dixo este testigo que cree que no saben quál día es fiesta ni vigilia ni la guardan y que cree asimesmo que comen carne todos los días vedados"... (7)

(7) Colección Bute cit., vol. I, fol. XXXV vº.

Dejando de lado las faltas de buena conducta y de saber cristiano que Jorge, mal maestro, no ha sabido remediar, lo interesante es ver este numeroso contingente guanche avecindado pacíficamente en el sur de Gran Canaria. No vemos en él al don Fernando de Anaga, desterrado de Tenerife —por otra parte, no sabemos en qué fecha—, pero sí hasta dos dones, ambos de Anaga, que tienen que ser parientes próximos; y todavía conocíamos a un tal don Enrique de Anaga, también en pleitos con el Adelantado en defensa de sus gentes.

Ahora bien, si en los despoblados de Gran Canaria encontramos, de un lado, canarios desconocidos, de otro, hatos de guanches y gomeros, algo análogo tuvo que darse y se dio en Tenerife. Algunas datas a indígenas de la Isla corresponden a lugares aislados donde los donatarios esperarían escapar a la odiosidad de sus nuevos compatriotas: asi don Diego de Adeje obtiene la data del Valle de Masca. El Valle de Güimar y por razón del culto cristiano anterior a la conquista que en él se rendía por un grupo de guanches constituyó un refugio y una especie de seguro para éstos. Recientes trabajos del Dr. La Rosa demuestran que el primer núcleo sedentarizado de estos pastores estuvo, precisamente, en el lugar de Candelaria, aunque nomadizasen en todo el Valle. Estas gentes defienden su personalidad colectiva con la protección de Candelaria, pero en su origen por lo menos en nada se diferenciarían de los demás guanches: Pedro Mayor, hablando con Andrés, natural de Tenerife, a quien hemos citado ya antes, le dice:

—¿Paréceos bien que decís que comistes carne esta quaresma, estando sano y andando por esta isla? Y que respondió el dicho Andrés: —Verdad es que yo y otros que conmigo andaban comimos carne esta quaresma, mas esta quenta no havemos de dar a vos sino al señor obispo. Y que este testigo le dijo: No me maravilla de los otros que con vos andaban, salvo de vos, que habéis sido criado toda vuestra vida en las islas de Fuerteventura y la Gran Canaria, seyendo cristiano, y de vos me quexo que me robastes mis puercos y vos los comistes en quaresma (8).

(8) Colección Bute, cit., I, fol. LXXIX (13 de marzo de 1499).

Más adelante fue en el ingenio de azúcar del Valle, donde se formó la futura villa de Güímar, donde se concentraron las más de las familias que presumían orgullosamente de naturales, esto es, de indígenas, y que por ello alegaban preferencia en algunas prácticas populares del culto de la Virgen. Hasta el siglo XVIII en el barrio o pago de Guasa se pretende que los vecinos son exclusivamente naturales de Tenerife, frente a los pobladores del resto de la isla. No parece que hasta ahora haya llegado esta noción. Si los vecinos de Candelaria siguen pretendiendo preferencia en llevar las andas en la procesión de la Virgen, no es alegando su naturaleza guanche sino su vencidad en el lugar. Si ya en el siglo XVI la Inquisición, con sus extraordinarios medios de información, pretendía que era imposible levantar lista separada de las personas que tenían sangre canaria mezclada con la de cristianos viejos, hoy día sí que puede afirmarse en conciencia que la población de las Islas es una sola, cualesquiera que sean los elementos raciales que han participado en su formación.



Elías SERRA

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