sábado, 5 de abril de 2014

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A PROPÓSITO DEL FUEGO EN LOS CONTEXTOS
FUNERARIOS PREHISPÁNICOS DE CANARIAS
APUNTES PARA SU EXPLICACIÓN CULTURAL (I)

Estos güesos, sin orden derramados,
que en polvo hazañas de la muerte escriben,
ellos fueron un tiempo venerados
en todo el cerco que los hombres viven.
F. QUEVEDO

Conforme se avanza en el estudio de las sociedades prehispánicas canarias se accede a una realidad notablemente distanciada de la, por muchos años, simplificada y estática imagen del aborigen y su mundo. En este sentido, el discurrir de la investigación en las últimas décadas ofrece un panorama mucho más dinámico y complejo que afirma la necesidad de desarrollar nuevos proyectos capaces de cubrir los numerosos interrogantes que esta situación plantea.

Sin duda, se describe una condición lógica, acorde al progreso experimentado en las técnicas de registro y análisis arqueológico, con la intervención de un sinfín de disciplinas científicas cuya aplicación redunda en la abundancia y exhaustividad de la información recabada, lo que sin duda se traduce en una base más sólida desde la que abordar el estudio de las poblaciones prehispánicas canarias en todas sus manifestaciones.

Este avance al que nos referimos es un hecho de notable trascendencia en la consolidación de ese nuevo enfoque de acercamiento al pasado de las islas. A grandes rasgos podría considerarse que el progreso de la arqueología como base empírica, y por ende del conocimiento de la prehistoria, se produce por el aumento del número de yacimientos registrados, por el desarrollo tecnológico de los sistemas de intervención y por la alta especialización de los investigadores participantes en este proceso.

Ahora bien, si este panorama nos coloca en una posición favorable desde la que afrontar el reto, complicado será abrirse paso en el futuro si junto a la cualificación técnica no se tienen en cuenta otras cuestiones que, desde nuestro punto de vista, resultan indispensables para construir el pasado. De hecho, un análisis detenido de lo que aporta el actual modo de hacer en arqueología de forma inmediata pone de manifiesto un estancamiento, difícilmente superable si no se atiende a la manera en que el dato arqueológico se procesa para convertirse primero en dato empírico y luego en referente histórico. Así, el progreso al que venimos aludiendo atañe mayoritariamente al tratamiento del dato arqueológico, mientras que el ejercicio histórico ha sido absolutamente descuidado tras el espejismo de que la intervención en el yacimiento de por sí es suficiente para proporcionar conclusiones históricas y, por ello, acceder directamente al conocimiento de las sociedades aborígenes canarias. En otras palabras, la construcción del dato empírico, o cuando no la mera exposición de la manifestación fenoménica, se ha erigido en el sustituto de la explicación de la realidad pretérita (A. Esparza, 1996).

En este contexto debemos situar una cuestión de primer orden relacionada con la definición y categorización de los componentes arqueológicos y su precisa lectura como vía para acceder a dicho conocimiento. Al efecto, la arqueología canaria parece no haber prestado excesiva importancia a esta cuestión, resultando que el yacimiento arqueológico sólo representa un espacio a intervenir, digamos que con frecuencia excesivamente restringido, y en la práctica ajeno, desde el punto de vista conceptual, a cualquier reflexión para establecer un marco de referencia articulado de todos aquellos elementos que integran el paisaje arqueológico, donde cada pieza ostenta una posición concreta, tanto por su significación particular como por el intrincado sistema de relaciones del que participa en el conjunto (C. Hernández y V. Alberto, 2003).

Reivindicamos este ejercicio de reflexión como un requisito indispensable destinado a tipificar y ordenar las premisas de partida sobre las que sustentar la elaboración histórica, a fin de superar el estrecho marco de análisis que representa la vigente caracterización asignada a los yacimientos arqueológicos, tan limitada en lo que definen, como laxas en su aplicación para conocer y entender el pasado prehispánico. En lógica consecuencia, de la misma consideración participa la necesidad de definir en todas su dimensiones el conjunto de actividades que los generaron y, en última instancia, la explicación de la conducta social que les dio origen.

Es ésta una fórmula eficaz y, sobre todo, indispensable para el avance científico al que hacíamos referencia al inicio de este epígrafe, permitiendo superar el aparente estado de inmovilidad que parece pesar en el actual panorama de la investigación prehispánica de Canarias.

Bajo estas premisas intentaremos abordar las siguientes valoraciones sobre las prácticas funerarias prehispánicas, centrándonos en un aspecto concreto de éstas: el fuego y sus diversas manifestaciones en los espacios mortuorios.

LAS PRÁCTICAS FUNERARIAS.
DEL DATO ARQUEOLÓGICO AL DATO HISTÓRICO.

Desde muy temprano en la historia de la investigación prehispánica canaria el estudio de las prácticas funerarias ha centrado la atención de un gran número de estudiosos. De hecho éste es un campo en el que ha primado la práctica arqueológica (1), y en la que también se han abordado algunas propuestas de sistematización más o menos extensas, lo que a la postre ha terminado proporcionando abundante información al respecto. No obstante, y sin dejar de reconocer el enorme esfuerzo realizado, desde nuestro punto de vista en la actualidad se asiste a una relativa incapacidad para generar nuevas propuestas en el estudio de los registros funerarios y con ello alcanzar la explicación del proceso histórico protagonizado por estas sociedades. Dicha situación se explica por la concurrencia de múltiples razones que actúan en distintos planos del proceso cognitivo. De éstas, sin entrar a desentrañar todas las posibles causas determinantes, merece la pena resaltar por sus implicaciones la tendencia generalizada a acometer la lectura arqueológica siempre en los mismos términos; es decir, persistentemente se hace hincapié en una serie de cuestiones preescritas como fórmulas cerradas. Así, en el caso que ahora nos ocupa, el estudio de los espacios funerarios se centra de manera prioritaria en comprobar el tipo de acondicionamiento efectuado para acoger los cadáveres, disposición y orientación de los muertos, evidencias de momificación, presencia o ausencia de ajuar y poco más. El resultado es la repetición prácticamente invariable de un modelo de muy fácil aplicación a cualquier yacimiento sepulcral y que tienen su origen en los primeros trabajos sistemáticos que a partir de la década de los años 40 de la pasada centuria se practicaron en diversos espacios mortuorios. El problema estriba en que éstos no son los únicos elementos y criterios que conforman y explican un depósito sepulcral, acaso ni siquiera lo más importante, ya que existen otros muchos elementos que se pasan por alto o no se consideran para la investigación. En este sentido, es sintomático que pese a que en los contextos sepulcrales los restos humanos constituyan uno de los repertorios con más significación, son escasos los trabajos en los que su estudio pormenorizado se incorpora a la explicación del yacimiento. En la mayor parte de los casos, las evidencias bioantropológicas constituyen el objeto de otros estudios a realizar a posteriori. Se trata de un error que, aunque común, manifiesta importantes carencias epistemológicas (C. Masset, 1987) (2).

(1) Que incluye tanto las prospecciones, con un relevante conocimiento del volumen y localización de los espacios sepulcrales, como las numerosas excavaciones practicadas en este tipo de yacimientos, además de la cada vez más generalizada aplicación de un amplio espectro de estudios especializados en ámbitos muy diversos.

(2) Igualmente sucede con los registros de materiales no estrictamente bioantropológicos que pasan a engrosar la categoría de ajuar sin mediar estudio alguno que permita comprender el sentido de tales piezas, y que no en todas las ocasiones deben ser entendidas como parte de ese ajuar mortuorio, o en el peor de los casos cuando resultan obviadas sin la más mínima justificación (V. Alberto, 1999). La misma situación de ambigüedad se suele producir en el tratamiento recibido por las evidencias relacionadas con el fuego, de las que sólo se habitúa ofrecer una somera cita de su presencia pero de las que no se precisan el carácter y significado de las acciones que los producen. También, escasa atención se ha prestado al estudio de los procesos tafonómicos que afectan a los registros funerarios y que de forma tan intensa condicionan sus características y ayudan a explicarlos, entre otros ejemplos.

De entrada es evidente que con ello se produce un sesgo notable en el potencial informativo del yacimiento, lo que a su vez conlleva importantes problemas en la determinación de los procesos y acciones que van conformando el depósito funerario. Se trata de un problema con implicaciones graves en dos sentidos, uno evidente que se refiere al ejercicio del quehacer arqueológico y otro indisociable conectado con la capacidad de aprehensión de la conducta social y variabilidad del gesto cultural ante la muerte (3).

(3) Por supuesto, sin dejar de considerar otras implicaciones igualmente de gran alcance que superan, digamos de una manera un tanto simplificada, el ámbito de lo estrictamente funerario, con relación a la forma en que las prácticas mortuorias y los propios muertos de la comunidad han de participar en la reconstrucción de los modelos de organización social establecidos, como un componente más de las condiciones sociales que afectan a estos grupos.

Igualmente ligado a la problemática a la que venimos haciendo referencia se encuentra la definición y desarrollo de conceptos básicos para el entendimiento de los principios y componentes que participan de las prácticas funerarias. En este sentido, ya se ha aludido a la inexactitud de términos tales como el de «ajuar» que una y otra vez se emplea para englobar la práctica totalidad de materiales presentes en los espacios sepulcrales, independientemente de la naturaleza, tipología, origen, función, significado, etc., que éstos ostenten, incluso entrando en franca contradicción con las explicaciones genéricas propuestas para este tipo de repertorios. De hecho, aun aceptando las acepciones de posesión o de ofrenda, personal o colectiva, que habitualmente explican la existencia de un ajuar funerario, muchos de estos enseres y productos se alejan claramente de estas categorías, sin que por ello sean objeto de un análisis profundo que permita interpretarlos en su justa medida (4).

(4) De hecho en esta circunstancia se pueden sustentar otras posibles explicaciones a las propuestas para la caracterización de los ajuares prehispánicos canarios. Así, al carácter colectivo derivado de la baja frecuencia o escasez con que se constatan los elementos integrantes del ajuar (C. del Arco, 1992-93), se pueden contraponer otros argumentos que demuestran que no todos los materiales presentes en los contextos funerarios forman parte de éste, aunque su naturaleza coincida con la de otros que sí pudieran entrar en dicha categoría. En tal caso el criterio volumen no es significativo pues su existencia en el yacimiento responde a otras parcelas de la práctica funeraria.

También en esta misma línea se incluyen las reiteradas alusiones a la elección del espacio sepulcral como un elemento principal del ritual funerario. Sin duda debemos considerar relevante el «espacio» entendido en términos de territorio y en un sentido más importante la significación que posee en el continuo proceso de socialización del espacio que la comunidad identifica consigo misma. Por contra consideramos poco oportunas las reflexiones de si para la función sepulcral se elige una cavidad u otra según sus características físicas, sobre todo cuando siempre se termina apuntando que las que se usan son las que presentan menos requisitos para su habitabilidad, aunque con excepciones. En cualquier caso, la elección del espacio sepulcral es ante todo una opción cultural, donde las características morfológicas del recinto no parecen guardar ningún tipo de relación con la esencia del ritual funerario y, por tanto, no debe incluirse en esta categoría de análisis, por lo menos no en la concerniente a los principios ideológicos que regulan y normalizan la práctica fúnebre.

¿Realmente la cueva como soporte físico es importante?, o lo que en realidad importa es la aceptación social de que un espacio concreto reúne los requisitos de emplazamiento, físicos y simbólicos, para actuar en un determinado sentido de gran trascendencia para el colectivo. Si se analiza en conjunto el fenómeno sepulcral de la prehistoria del Archipiélago resulta lógico pensar que la respuesta social o la manifestación cultural es mucho más compleja que la simple limitación que el medio físico puede llegar a imponer a los grupos aborígenes canarios, pese a que un repaso a la bibliografía demuestre lo contrario.

Ciertamente se pone de manifiesto la necesidad de aclarar y precisar conceptos que se utilizan sin un excesivo juicio, lo que en el proceso de investigación termina desembocando en el inmovilismo al que venimos haciendo referencia. Así pues, a la hora de tratar este tipo de registros quizá convendría tener presentes las diferencias conceptuales que existen entre los términos prácticas funerarias y ritual funerario. De hecho corresponden a expresiones que se utilizan indistintamente cuando se aborda el estudio e interpretación de un espacio sepulcral, a veces con su sentido preciso y otras, como hemos indicado, fuera de lugar. Atendiendo a su significado se parte de que el concepto «prácticas funerarias» integra todos aquellos hechos y gestos, reglados o no, relacionados con la función sepulcral (5), mientras que el de «ritual funerario» es un concepto más restringido que hace referencia al conjunto de normas establecidas, revestidas de una importante carga simbólica, que dan forma y sentido al acto sepulcral y contribuye a elaborar un discurso socialmente aceptado sobre la consideración que merecen los muertos del colectivo y, por lo tanto, tiene un carácter específico aunque su plasmación pueda abarcar numerosas formas de manifestarse. En consecuencia, en el apartado de las prácticas funerarias se incluye cualquier acción ritual celebrada con relación a la muerte, pero también cualquier otro tipo de acciones necesarias en dicho proceso puesto que atañen a la función sepulcral.

Apoyadas en las premisas que se han venido esbozando, válidas en términos generales para la investigación de cualquier yacimiento, intentaremos abordar el análisis del elemento arqueológico que define el o los procesos que van conformando los depósitos sepulcrales a partir de la participación del fuego, intentando desentrañar las diversas situaciones y significados que éste reviste en el conjunto de las prácticas funerarias.

(5) Se incluiría en esta parcela aspectos prácticos de la más variada naturaleza, desde aquellos relacionados con la ordenación del espacio sepulcral y su mantenimiento para garantizar un buen funcionamiento, pasando por la realización de alguna actividad artesanal, etc.

Continúa...

Verónica Alberto Barroso y Javier Velasco Vázquez

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