LOS GENTILICIOS BURLESCOS DE CANARIAS (I)
1. INTRODUCCIÓN
Ha sido más bien escasa la atención que se les ha prestado a los apodos, más allá de los aspectos relacionados con la historia, la antropología o la sociología. Cierto que los apodos tienen que ver con cada una de estas ramas del saber, pero no por ello dejan de ser unidades léxicas en origen —aunque devenidas nombres propios—, y, por lo tanto, la lingüística tiene que decir mucho al respecto.
Históricamente los apodos, los individuales sobre todo, han nacido por la necesidad de identificación de las personas, cuando el simple nombre de pila no era lo suficientemente inequívoco y los apellidos no se habían generalizado aún.
La imposición de apodos es seguramente un universal cultural, con excepción acaso de aquellas áreas en que los antropónimos se adjudican de forma motivada en la propia onomástica oficial.
En Canarias, sobre todo en las áreas rurales y en los arrabales de las ciudades, perviven hasta hoy los apodos, si bien con una sensible tendencia a perderse. Básicamente, en los apodos individuales, que a menudo se convierten en familiares, se han utilizado entre nosotros dos campos referenciales para su creación metafórica y, más aún, metonímica: el mundo campesino —agrícola y ganadero— y el mundo marinero (1).
Pero siendo muy interesantes los apodos individuales, nuestra preocupación en el presente artículo es analizar los apodos gentilicios de Canarias (2), en situación mucho más precaria a fecha de hoy que aquéllos (3). Como en los motes individuales, esta costumbre de adjudicación de apodos a toda una comunidad está basada en el mecanismo de la motivación léxica, ese efecto suplementario que rezuman las creaciones traslaticias. En efecto, se trata de nominar produciendo una aureola de expresividad que no tienen los modos convencionales u oficiales de nombrar: chicharrero vs. santacrucero/de Santa Cruz de Tenerife o tinerfeño/de Tenerife, culeto vs. agaetense, agaetero/de Agaete (GC), cebollero vs. galdense/de Gáldar (GC), etc.
(1) Tales dos instancias simbolizadoras son en esencia las mismas que las que se emplean para la institución de metáforas y metonimias en el léxico simple y en la fraseología.
(2) Hay en el resto de España apodos gentilicios por doquier. Mencionemos algunos: llanito (‘gibraltareño’), caballa (‘melillense’), carbayón (‘ovetense’), corito (‘asturiano’, ‘montañés’), charro (‘salmantino’), gato (‘madrileño’), maño (‘aragonés’), etc. En el caso de América (KANY: 32-39), tenemos, entre otros muchos, los siguientes: catracho (‘hondureño’), nica (‘nicaragüense’), tico (‘costarricense’), caipira (‘boliviano’), guanaco (‘salvadoreño’), etc. En otros casos, la intención se tiñe de ideología xenófoba: maqueto, charnego, gachupín, godo, gringo, etc. En Portugal, donde los gentilicios burlescos son abundantísimos (LEITE DE VASCONCELOS: 546-625), son famosísimas las «alcunhas» de Lisboa y Oporto. Al natural de la capital se le conoce como alfacinha (‘lechuguita’) (al parecer y ésta es una de las muchas explicaciones que se han propuesto, por la indefectible costumbre de los lisboetas de comer lechugas en sus comidas), y al de Oporto se le llama tripeiro (porque durante la preparación de la conquista de Ceuta, en 1415, los ciudadanos de Oporto entregaron a los expedicionarios toda la carne disponible en la villa, quedándose sólo con las tripas. Ésta es la razón por la que el plato más tradicional de la ciudad son las «tripas à moda do Porto», una especie de «callos a la portuguesa»).
(3) Hay que tener en cuenta que, referidas a ciertos colectivos, denominaciones más o menos peyorativas no gentilicias hay muchas en Canarias: magos, maúros, campurrios son voces utilizadas para ‘personas del campo, de modales rústicos’. En El Hierro (Valverde) llaman del rabo blanco y del rabo negro a ‘los de la clase alta’ y a ‘los de la clase baja’, respectivamente, que además solían frecuentar casinos diferentes de la capital herreña. Gatos eran en Las Palmas de Gran Canaria los ‘seminaristas’ (por la banda que llevaban con una M). Joselitos eran los ‘simpatizantes, en las peleas de gallos, del partido de San José’, frente a los trianeros ‘partidarios del de Triana’, en la misma ciudad. Gufius, ‘los de la clase alta de Arrecife’, llaman en Lanzarote a «los flojitos, los ñangas, los merenguitos» y pipiolos a los ‘niños pijos de Arrecife’. Rusos, ‘canarios que acuden en familia a disfrutar de las vacaciones en las zonas turísticas de las Islas’ (acaso porque en Canarias los marineros rusos andaban siempre en grupo, o tal vez porque manejaban poco dinero), es denominación despectiva usada sobre todo en Gran Canaria. A los del grupo político de Asamblea Majorera los llaman en Fuerteventura Las Ardillas. Sobre el término portugueses, usado en ciertas localidades de Tenerife (ver ALEICan, I, 4) para ‘foráneos’, cabe decir que pudiera tratarse de una aportación de los emigrantes canarios retornados de Venezuela, ya que en este país andino hay una colonia portuguesa muy numerosa.
Las «rivalidades étnicas» (Leite de Vasconcelos: 546) entre pueblos vecinos, que a menudo no rebasan el tono menor, pueden responder, entre otras, a las siguientes causas promotoras: la disputa por aguas de riego o por terrenos comunales, la animación de las fiestas patronales, las divergentes ideologías, la envidia ante la prosperidad de los otros, los enfrentamientos por la capitalidad (o con los capitalinos) y hasta la competencia en el terreno amoroso. Además de apodos, estas rivalidades se concretan en leyendas (4), proverbios (5), coplas satíricas (6), etc.
(4) La frase hecha los de Finga, pa(ra) Finga, y los de Teror, pa(ra) Teror (‘cada mochuelo a su olivo’), empleada en las medianías de Gran Canaria, se atribuye a un guardia municipal de la villa de Firgas, al que un defecto en el aparato fonador le impedía pronunciar bien. En ocasión de una disputa ocurrida en las Fiestas de San Roque entre jóvenes de la citada localidad y del cercano pueblo de Teror, la mencionada autoridad, al ser requerida para restablecer el orden, pronunció la frase de marras, que ha quedado fijada en el acervo lingüístico colectivo.
(5) Véanse, por ejemplo, los siguientes dichos, usados en diversas zonas de nuestro Archipiélago: De Teror, el agua agria y la Virgen del Pino; de Moya, ni tiesto ni olla; como los de Valsequillo, que para completar un kilo parten un higo; llevarse como los de Guía y Gáldar; tejinero y burro negro, de ciento sale uno bueno; de La Palma y La Gomera nunca viene cosa buena; de La Guancha, la que no tinta, mancha, etc.
(6) Otro tanto sucede, en efecto, con cancioncillas populares concebidas para zaherir a los originales de determinada localidad. Veamos algunas que, además, contienen gentilicios: «Las campanas de Ingenio / son dos calderos / donde comen y beben / los lagarteros. / Las campanas de Agüimes / son dos clarines / donde cantan y bailan / los serafines» (GC); «De la Villa soy villano / de Alajeró, lagartero / de Chipude, chipudano / y de Hermigua, caballero» (Go); «Morisca la cabra, / morisco el cabrito / y los de Tuineje / moriscos toditos» (Fv); etc.
Continúa...
Gonzalo Ortega Ojeda
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