martes, 8 de abril de 2014

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A PROPÓSITO DEL FUEGO EN LOS CONTEXTOS
FUNERARIOS PREHISPÁNICOS DE CANARIAS
APUNTES PARA SU EXPLICACIÓN CULTURAL (IV)

DEL REGISTRO FUNERARIO A LA COMPLEJIDAD SOCIAL.

Tras lo expuesto hasta el momento, parece apropiado considerar la notable trascendencia que el fuego, en sus distintas manifestaciones, desempeña en las prácticas funerarias prehispánicas (28). Es obvio que descifrar su naturaleza y significado en estos enclaves sólo pasa por un estudio exhaustivo de los registros arqueológicos, para así superar las meras conjeturas sobre su existencia y lo que ésta comporta.

(28) Sobre la relevancia y particular carácter que adquieren los testimonios de combustión en los contextos sepulcrales también apuntan los resultados de los estudios antracológicos, de los que se concluye la existencia de una marcada especificidad de las especies vegetales usadas como combustibles, con un predominio del pino, y netamente diferenciado de las documentadas en los lugares habitacionales (C. Machado et al., 2002).

Considerando los resultados obtenidos en los espacios estudiados es evidente que muchos de los argumentos esgrimidos hasta estos trabajos quizá deban reconsiderarse a la luz de esta nueva información. Ya se ha comentado la circunstancia de que por mucho tiempo no se aceptó la presencia de estructuras de combustión en los recintos funerarios, calificándolas cuando se detectaban como intrusiones más o menos modernas. Asimismo, la propuesta de que algunos enclaves funerarios hubieran podido servir antes como lugar de habitación, normalmente con carácter esporádico (por presentar claras evidencias de fuegos a las que se asocian diversos materiales propios de los espacios domésticos) no tiene por qué ser siempre cierta, pues se trata de un panorama arqueológico que responde a una realidad absolutamente verificada en la práctica sepulcral. Por otra parte, la consideración de si en una primera etapa del poblamiento prehispánico canario coexisten dos tipos de ritual, la deposición y la cremación, desapareciendo este último a partir de un determinado instante impreciso, puede igualmente valorarse desde la perspectiva de la situación estratigráfica que presentan estos hogares funerarios que siempre coinciden con las evidencias más antiguas. De ahí que no parezca oportuno hablar de cambios o evolución temporal con respecto a la naturaleza del ritual funerario, por lo menos no con los datos contrastados de que se dispone hasta el momento. De hecho ni siquiera está demostrado que en Canarias se practique la cremación como modalidad específica del ritual funerario, donde el origen de las evidencias óseas termoalteradas se vincula bien a una afección debida al sucesivo encendido de los hogares, bien a una combustión funcional de los depósitos colectivos, con independencia de que estas prácticas puedan estar revestidas de alguna connotación ritual.

Además, como comentábamos al inicio de este trabajo, en el estado actual de los conocimientos no sólo se precisa indagar en las características del dato arqueológico concreto, igualmente se requiere de una profunda reflexión necesaria para redefinir los componentes esenciales de la práctica funeraria en su globalidad.

A tal efecto, la presencia de hogares en los recintos funerarios deviene de gran interés al ser indicativa de unos gestos dirigidos a sancionar la función sepulcral de un determinado espacio. En este sentido, ha de replantearse la tradicional visión a que se sujeta el inexcusable capítulo del acondicionamiento del espacio sepulcral, siempre ligado a la existencia de algún tipo de yacija funeraria, sea de la naturaleza que sea, y la presencia de muros, bien para compartimentar el espacio interno, bien como elemento de cierre del recinto sepulcral, considerando que tal vez parte de estas cuestiones tengan más un carácter funcional que ritual, mientras que la ceremonia que tiene lugar previa o coetánea a la inclusión de los cuerpos, en la que el protagonismo del fuego es notable, refleja una concepción mucho más compleja del proceso ritual y de la práctica funeraria en general. En ella el hecho de preparación y acondicionamiento que representa el encendido del primer fuego afirma la función sepulcral del recinto.

Al mismo tiempo incide en la reiterada cuestión de la elección del espacio funerario, siempre asociado a las cavidades que no concitan aquellos requisitos idóneos para su habitabilidad, y que bajo la perspectiva que estamos analizando resulta un hecho poco relevante, frente a la sofisticada sistematización que se trasluce del proceso de socialización del territorio y de cómo se despliegan toda una serie de mecanismos, incluidos aquellos de carácter más simbólico, para organizar las diferentes funciones sociales y los espacios en los que éstas se llevan a cabo.

Finalmente, la circunstancia de que este fuego se encienda en repetidas ocasiones pone de manifiesto su trascendencia, formando parte de unos actos fúnebres que superan la mera inclusión en el recinto sepulcral de los cadáveres y el «ajuar» que les acompaña, aunque no sea posible asociarlo a una actividad y significado concreto de la práctica funeraria, en la que quizá puedan tener cabida, entre otras, la celebración de banquetes rituales, como se deriva de algunos registros fáunicos, o con el acto de ordenación de los depósitos osteológicos secundarios, entre otras muchas posibilidades.

Otra cuestión relevante es la distinción entre lo que entraña de manera específica al ritual y lo que forma parte de las prácticas sepulcrales. Por ejemplo, el incendio generalizado de La Lajura puede constituir una práctica funeraria, ajena a la esencia del rito, o por lo menos no tan implicado en esta vertiente, motivado por un fin eminentemente práctico de «limpieza y reutilización». Se hace patente que el hallazgo de restos esqueléticos humanos alterados por la acción del fuego no permite afirmar directamente la existencia de cremaciones de cadáveres y, menos aún, que tal práctica esté dotada de un marcado carácter ritual.

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Verónica Alberto Barroso y Javier Velasco Vázquez

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