domingo, 6 de abril de 2014

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A PROPÓSITO DEL FUEGO EN LOS CONTEXTOS
FUNERARIOS PREHISPÁNICOS DE CANARIAS
APUNTES PARA SU EXPLICACIÓN CULTURAL (II)

EL FUEGO EN LOS ESPACIOS SEPULCRALES.

A tenor de la información actualmente disponible, el fuego y sus diversas manifestaciones resultan un elemento significativo en el registro arqueológico de los espacios sepulcrales prehispánicos. No obstante, podríamos considerar que se trata de una de esas variables arqueológicas poco valoradas a lo largo de la investigación (6).

(6) En realidad, el tratamiento que recibe el fuego en los trabajos arqueológicos de cualquier yacimiento canario en el mejor de los casos se ha dirigido a la recopilación de carbones y su posterior identificación específica, dando a conocer las especies vegetales empleadas en la combustión. Y si este aspecto, por otra parte ineludible, es evidente que resulta de gran importancia para aquellas cuestiones relativas a la explotación del medio físico insular, pocas veces se analiza el fenómeno del fuego como un elemento arqueológico con capacidad explicativa en el uso y ocupación del espacio habitacional y funerario. En este panorama además, cabe la certeza de que en muchas ocasiones no se atendiera a este tipo de manifestaciones en toda su amplia variabilidad, pasando a formar parte de ese conjunto de evidencias despreciadas en el registro arqueológico, ya por incapacidad para reconocerlas correctamente, ya por considerarlas escasamente significativas en su aportación.

Como decimos, pese a esta escasa atención prestada al fuego, su presencia en los yacimientos en absoluto responde a un hecho meramente anecdótico o poco representativo, tanto en su vertiente doméstica como funeraria. En concreto, para este último aspecto empieza a contarse con un relevante corpus de testimonios que ponen de relieve la diversidad de formas que el fuego adquiere en las prácticas funerarias y el papel principal de las actividades que acontecen en torno a éste.

Haciendo un repaso a la bibliografía específica hasta la década de los noventa de la pasada centuria se pueden considerar las siguientes situaciones con relación al fuego:

Yacimientos en los que se citan testimonios de combustión a los que se atribuye un origen posterior al uso funerario del lugar, vinculado a la reutilización más o menos reciente de pastores, cazadores, etc., que frecuentan tales enclaves y que suelen corresponder a hogueras simples o acondicionadas, junto a acumulaciones de cenizas y/o carbones (L. Diego, 1952 y 1965a; J. Cuenca y C. García, 1980-81).

Yacimientos en los que las evidencias de fuego, principalmente carbones y cenizas, junto con otro tipo de evidencias materiales, se asocian a un uso doméstico del recinto previo a la función sepulcral (M.D. Garralda et al., 1981; E. Martín, 1988; F. Álamo, 1992; E. Martín et al., 1999).

Yacimientos para los que se citan fragmentos de madera parcialmente quemados y que se identifican con el uso de hachones para el alumbrado del recinto funerario en el momento de llevar a cabo la práctica sepulcral (J. Álvarez, 1947a; L. Diego, 1947-51, 1952, 1965a y b,1972; M. Lorenzo, 1976 y 1982; M. Arnay y E. Reimers, 1991).

Yacimientos en los que se menciona la presencia de algún tipo de manifestación del fuego: cenizas, carbones, huesos de animales termoalterados, etc., y se asocia al ritual funerario, pero sin precisar su naturaleza (S. Jiménez, 1941; M.C., Jiménez y C. del Arco, 1975-76; R. Schlueter 1977-79; M.C. Jiménez et al. 1988; J. Rodríguez, 1992-1996).

Yacimientos en los que se registran evidencias de fuego relacionadas con las prácticas funerarias de cremación, que atañen de forma exclusiva al registro óseo humano o también afectando a otro tipo de evidencias como objetos de adorno, de madera, restos fáunicos, etc., además de registrarse la existencia de concentraciones de cenizas y carbones (M. Hernández 1972 y 1977; M. Lorenzo, 1982; M.C. Jiménez, 1982).

Valorando todas estas situaciones podemos extraer algunas conclusiones interesantes sobre el papel que el fuego y sus manifestaciones han ido ocupando en la investigación de las prácticas funerarias prehispánicas.

Se observa que, por mucho tiempo, cuando se reparaba en la presencia de hogares, cenizas y carbones en un yacimiento funerario siempre se explicaban como el resultado de actividades ajenas a la práctica funeraria, producto de la reutilización por pastores, colmeneros o cazadores modernos que habían buscado refugio en estos espacios. Al margen de que en algunos casos esto pudiera corresponder a la realidad, si se atiende a los postulados que guiaban el ejercicio arqueológico y la investigación en esas fechas, es evidente que este tipo de manifestaciones no cuadraban en el registro funerario aborigen y sólo se vinculaban a los lugares de habitación, principalmente relacionadas con las actividades culinarias (7), de ahí que las documentadas en espacios sepulcrales necesariamente tuviesen que responder a un origen cronocultural diferente. Tomando en consideración que parece producirse un rechazo apriorístico de la filiación prehispánica del fuego en enclaves sepulcrales, cabe la posibilidad que algunos de estos fuegos sí formaran parte del depósito arqueológico, sobre todo si tenemos en cuenta que con posterioridad la arqueología ha demostrado, como luego veremos, la indiscutible existencia de este tipo de evidencias en los registros funerarios (8).

(7) Situación que no implica, por otra parte, que en los yacimientos de habitación recibieran un tratamiento más cuidado al aceptarse su naturaleza de evidencia arqueológica.

(8) Si esto sucede en ejemplos donde se han conservado las huellas claras de hogares, mucho más difícil es valorar otros espacios donde las evidencias se refieren a restos de combustión desestructurados tales como sedimentos cenicientos o carbonosos, o con pequeños fragmentos del combustible carbonizado, que en esta etapa de la arqueología canaria parecen haber sido obviados, aunque con posterioridad la investigación prehispánica registrará, con independencia de que estas manifestaciones se estudien o se interpreten en algún sentido.

En este panorama los únicos testimonios relacionados con la presencia de fuego que se aceptan en un yacimiento funerario son los fragmentos de madera parcialmente quemados en algunos de sus extremos que se interpretan como hachones para la iluminación del recinto sepulcral a la hora de depositar allí los cuerpos, constituyendo un aspecto sumamente mencionado en numerosos yacimientos, pero que a la par no requieren ser argumentados por su supuesta obviedad.

Esta situación se mantiene hasta que en la década de los 70-80 los nuevos postulados que se introducen en la práctica arqueológica implican una mayor consideración para este tipo de vestigios (9). En este sentido, comienzan a registrarse de forma más o menos sistemática esas evidencias relacionadas con actividades de combustión, y en caso de considerarse que existe una relación cierta entre éstas y el depósito funerario se asocian a la indefinida parcela del ritual, aunque en esta etapa no se construyen hipótesis o explicaciones que ayuden a comprender su significado (10). Se termina de configurar así lo «ritual» como una categoría de análisis que aparentemente no necesita ser explicada, bien por ser un amplio campo vinculado al intangible mundo de las «creencias», bien por formar parte de una esfera a la que se atribuye sin más su carácter explicativo. En este contexto, habría que individualizar el interés y tratamiento que se prestará a las evidencias de cremación, constituyendo la manifestación que mayor atención acaparará en la investigación.

(9) Al margen de que continúe esgrimiéndose la argumentación de fuegos recientes en el tiempo para hacer referencia o explicar cualquier signo de combustión en un yacimiento funerario.

(10) Un ejemplo ilustrativo y de gran interés es el documentado en la estación tumular del Lomo de los Caserones, en la Aldea de San Nicolás de Tolentino (Gran Canaria) en la que se constató la existencia de un área rellena de piedras, bajo la que se localizaba una cazoleta excavada en el sustrato de roca natural, parcialmente delimitada por dos lajas de basalto, que estaba rellena de cenizas junto con restos de fauna y material lítico. Según sus investigadoras, se trata de una zona de hogar y debe ser asociado a ritos funerarios, pero no se precisa más al respecto (M.C. Jiménez y C. del Arco, 1975-76).

Así, por estas mismas fechas se dan a conocer los primeros vestigios de huesos humanos quemados procedentes de la necrópolis de La Cucaracha y del barranco del Cuervo en isla de La Palma, que si bien en un primer momento, y para el caso precursor de La Cucaracha, se toma con cautela por la situación que representó su «excavación» por aficionados, planteándose la duda de si esta circunstancia derivaba del ritual funerario o si, por el contrario, obedecía a un accidente casual producto del encendido de hogueras en época moderna, en el segundo caso dada la posición estratigráfica de estas evidencias se aceptó directamente su relación con una novedosa forma de ritual funerario (M. Hernández, 1972 y 1977). Inmediatamente se empiezan a producir nuevos hallazgos en otras islas que terminan por consolidar la interpretación ritual de los restos óseos humanos quemados como exponente de una práctica de cremación parcial (11). Éste es el caso del conjunto de Pino Leris (La Orotava) en Tenerife, en la que se recuperaron diversos huesos afectado por fuego, junto a otros que no lo estaban (M. Lorenzo, 1982) y de la necrópolis de Punta Azul (La Restinga) en la isla de El Hierro, en la que se encontraron los restos esqueléticos de varios individuos con signos de termoalteración, afectando sólo a las extremidades superiores e inferiores, así como a diversos colgantes considerados parte del ajuar funerario, integrados en niveles de carbón y cenizas (M.C. Jiménez,1982,1985,1990). Con posterioridad, en distintos trabajos se hará referencia al descubrimiento de nuevos yacimientos con este tipo de evidencias en la isla de La Palma (C. del Arco y M. Hernández, 1997; J. Pais, 1998). Según se desprende de los datos bibliográficos, a partir de los años 70 y hasta la década de los 90 que empiezan a registrarse otras situaciones, el análisis del fuego y sus manifestaciones en un conjunto sepulcral va a estar centrado casi en su totalidad en las prácticas de cremación (12).

(11) Aunque no dejan de faltar ejemplos en los que se sigue atribuyendo una cronología reciente a la alteración térmica que afecta a algunos restos óseos, tal es el caso por ejemplo del conjunto arqueológico Guiniguada-Las Huesas (J. Cuenca y C. García, 1980-81). Al efecto, es llamativo que este constituye el primer caso funerario con huesos quemados citados para la isla de Gran Canaria, y bien pudiera considerarse un tipo de manifestación ausente de los registros sepulcrales de los antiguos canarios. Sin embargo, en la actualidad se conocen algunos yacimientos donde estos registros son muy importantes, tal es el caso de una cueva sepulcral artificial localizada en el conjunto arqueológico de Risco Pintado, en Temisas, en la que todos los restos humanos están termoalterados, si bien la ausencia de estudios impide conocer las causas a las que responde esta afección.

(12) Además se continúa señalando la existencia de fragmentos de madera parcialmente quemados que siguen interpretándose como hachones para la iluminación del recinto mortuorio.

Así a la lógica reserva del primer acercamiento, en la que se dejaba un poco abierta la posibilidad de que los restos humanos quemados respondieran a un aspecto ajeno y fortuito, independiente de la acción sepulcral, el hallazgo de nuevos yacimientos donde el contexto arqueológico estaba más claro determinó que se aceptara sin reserva un significado ritual para estas evidencias. En concreto, a tenor de la posición estratigráfica que parecían mostrar los restos bioantropológicos afectados por fuego, ocupando los estratos más antiguos o asociándose a las primeras deposiciones, se interpretó que el uso de la cremación debía corresponder a las fases más antiguas del poblamiento insular. De esta situación arqueológica se derivó que el ritual funerario prehispánico en Canarias contemplaba dos modalidades netamente diferenciadas entre sí, la «cremación» y la «inhumación» presentes desde el principio del poblamiento, si bien a partir de un determinado instante, aún por precisar, la «cremación» desaparecería, sobreviviendo como única forma de ritual funerario la «inhumación» (13). Con posterioridad, ya en los años noventa, el reconocimiento de la escasez de hallazgos plenamente contrastados hace que nuevamente se dé una cierta incertidumbre a la hora de aceptar este tipo de evidencias como el resultado de la aplicación de un ritual específico y se introduce la posibilidad de que pudiera tratarse de la práctica de «enterramientos secundarios» (14), con el fin de liberar espacio ante la continuidad del uso funerario de los mismos recintos, condicionando su conocimiento a la detección de yacimientos bien conservados donde se pudieran llevar a cabo estudios exhaustivos e integrales del depósito ( C. del Arco, M.C. Jiménez y J.F. Navarro, 1992). En general éstas son las dos interpretaciones que se mantienen con mayor peso en la investigación hasta la última década del s. XX (15).

(13) Todo ello daba paso a numerosos interrogantes que habría que resolver y así lo expresaría E. Martín (1985-87) al considerar que, si bien la práctica de la cremación estaba demostrada como una modalidad de ritual, aún debía explicarse cuál era su significación en el entramado de las prácticas funerarias prehispánicas.

(14) En cualquier caso no se trataría de enterramientos secundarios puesto que el significado de esta categoría corresponde a una realidad funeraria diferente de la que se le está otorgando.

(15) Así vemos cómo J. Pais, en una publicación de 1998, manteniendo su carácter de ritual, defiende para los yacimientos palmeros con evidencias de huesos termoalterados la segunda propuesta, opinando que «se trata de un rito funerario perfectamente constatado entre los benahoaritas, tal y como hemos comprobado en numerosos yacimientos desperdigados por toda la isla. [...] Se trataría de una práctica secundaria tendente a hacer espacio a los nuevos enterramientos».


Continúa...

Verónica Alberto Barroso y Javier Velasco Vázquez

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