lunes, 7 de abril de 2014

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A PROPÓSITO DEL FUEGO EN LOS CONTEXTOS
FUNERARIOS PREHISPÁNICOS DE CANARIAS
APUNTES PARA SU EXPLICACIÓN CULTURAL (III)

EL FUEGO AHORA.

Hoy sabemos que el fuego, en sus distintas manifestaciones, resulta el testimonio de una realidad más compleja y diversificada de lo que hasta ahora se ha ido describiendo. Así la práctica arqueológica de los últimos años, aún muy alejada de unos niveles óptimos de intervención, ha hecho posible el registro exhaustivo de diversos yacimientos con un buen contexto arqueológico, en los que el fuego ostenta un papel destacado, todo lo cual nos permite adentrarnos en su significado en tanto expresión concreta de un modelo cultural.

En este panorama destacarían dos situaciones de suma importancia. Por un lado, la novedosa detección y estudio de estructuras de combustión, bien preservadas, en recintos sepulcrales, a las que se asocian una serie de elementos con un carácter muy específico, que han de ser valoradas desde una perspectiva integradora. Y por otro, la aportación que representa el registro y estudio exhaustivo de un conjunto funerario con una destacada afección térmica. Ambas parcelas no sólo aportan nuevos datos arqueológicos a la casuística funeraria prehispánica, lo que permite ampliar el conocimiento sobre estas prácticas, sino que constituyen un aspecto clave para comprender la implantación humana en el territorio y su socialización, el modo de entender, o más bien aceptar, unas determinadas formas de vida y actitudes ante la muerte y, en última instancia, el entramado de relaciones interpersonales que se desarrollan en estas sociedades.

Estas aportaciones a las que se está haciendo referencia son resultado de la intervención en distintos yacimientos sepulcrales de las islas de Tenerife y El Hierro, mientras que la ausencia de excavaciones sistemáticas recientes en otras islas o su correspondiente publicación, impide disponer de la información necesaria para valorar otros ámbitos en el Archipiélago. Con ello, en primer lugar, se hará referencia al descubrimiento de estructuras de combustión ligadas a los depósitos funerarios y, a continuación, se tratará el tema de la alteración térmica de los restos óseos humanos.

Como ya se ha indicado, tanto en la isla de Tenerife como en la de El Hierro las últimas intervenciones en contextos funerarios han verificado la existencia de focos de combustión formando parte indisociable de éstos. Corresponden a una serie de hogares simples, con o sin acondicionamiento, que pueden aparecer de manera individual o agrupados, ocupando siempre un lugar relevante en el depósito mortuorio. Estos hogares presentan en todos los casos una posición estratigráfica precisa, que coincide con los niveles más antiguos de la secuencia o, lo que es lo mismo, con el inicio de la función sepulcral del recinto. Además, cada uno de ellos está asociado a una serie de materiales, que participan en la explicación del fuego y las actividades que en torno a éste se suceden en el espacio mortuorio.

En Tenerife este fenómeno está documentado con total claridad en el conjunto arqueológico de Las Arenas. Se trata de un establecimiento en la costa de Buenavista, integrado por espacios habitacionales y funerarios que se insertan en un modelo de asentamiento mucho más complejo que el que deriva de la simple presencia de cuevas ocupadas por «vivos y muertos» (B. Galván et al., 1992-1999 a y b; B. Galván et al., 1999; C. Hernández y V. Alberto, 2003). Dentro de este conjunto, Arenas-1 corresponde a un depósito funerario colectivo, de carácter esencialmente secundario (V. Alberto et al., 1997). En este contexto la primera intervención que se distingue es la realización de una pequeña hoguera en la superficie natural de la cavidad, en un emplazamiento central, cercano a la zona de acceso y que va a coincidir con el área de máximo interés arqueológico. Es un hogar plano, acondicionado mediante una estructura de piedras, en torno al que se vertebra toda la práctica funeraria. Al efecto, a su alrededor se disponen las diversas concentraciones selectivas de restos osteológicos humanos y buena parte de los conjuntos materiales no humanos, con una destacada presencia de restos de fauna doméstica y en menor medida silvestre (16), con claros indicios de consumo (V. Alberto, 1999).

(16) Nos referimos a los lagartos y múridos gigantes extintos Gallotia goliath y Canariomys bravoi respectivamente. Según las últimas referencias aparecidas en una reciente publicación de A. Mederos y G. Escribano (2002), parece no haber quedado claro que el registro fáunico de Arenas-1 responde a sendos conjuntos diferenciados en cuanto a su origen, uno paleontológico de lagartos y múridos y otro arqueológico, donde están presentes especies domésticas de los guanches, además de estos otros animales. Es probable que la confusión derive de que sólo han manejado los datos publicados de la memoria de excavaciones, en la que únicamente se proporcionaba una primera valoración de la muestra (B. Galván et al., 1992-99 a y b), por contra si hubieran examinado con más detenimiento la bibliografía alusiva hubieran accedido a un trabajo monográfico sobre Gallotia goliath y Canariomys bravoi donde se clarifica con precisión el papel de estos registros y los argumentos sobre los que se sustenta su caracterización (V. Alberto, 1998). Con respecto a su preocupación por los dispares volúmenes que muestran los efectivos de Gallotia y Canariomys entre Arenas-1 y 3, deben entender que se trata de dos contextos arqueológicos de naturaleza distinta, uno funerario y otro de habitación, siendo este hecho el que explica tal diferencia, y no el número de restos recuperados; quizá esto resulte algo más difícil de comprender a los dos autores por la existencia de una elevada cifra de deposiciones naturales de lagartos y roedores en Arenas-1. A todo ello se suma que en un trabajo de síntesis posterior, «Orígenes de Buenavista del Norte», se vuelve a hacer referencia a estos registros, distinguiendo entre los repertorios paleontológicos y los arqueológicos (B. Galván et al., 1999), texto que, por otra parte, Mederos y Escribano conocen y citan para otras cuestiones relativas al consumo de lagartos por las poblaciones prehispánicas. Con respecto a este último punto, deben ser escrupulosos en la manera de copiar, así cuando escriben «también se citan posibles restos de Gallotia goliath en la Plaza de San Antón (Aguimes) y Risco Chirimique (Tejeda) de Gran Canaria (B. Galván et al., 1999b: 103)» (A. Mederos y E. Escribano, 2002: 176) en realidad lo que se dice es que el consumo de grandes lagartos está constatado en Gran Canaria (J. Velasco y V. Alberto, 1998 y E. Martín et al., 1998), pero ni se habla de «posibles restos» ni se habla de «Gallotia goliath» pues la especie documentada en Gran Canarias es Gallotia esthelini.

En cuanto a la vigencia que tiene este fuego, su posición estratigráfica revela su inauguración en un momento previo a la inclusión de los restos humanos (17). Además la asociación de importantes acumulaciones de cenizas en toda la secuencia analizada, y la cuantiosa proporción de carbón disperso (18), así como las evidentes muestras de combustión que afectan a algunas piezas de los registros osteológicos tanto humanos como animales, indican la prolongación de su uso, al menos en buena parte del depósito estudiado (19). De tal modo que, aunque no lo podemos acotar con precisión, parece que este hogar fue activado en sucesivas ocasiones. En conclusión, la existencia de este fuego debe interpretarse como una parcela importante del ritual funerario, puesto que desempeña un papel central en la configuración del depósito sepulcral, si bien al margen de las prácticas de cremación.

(17) Dadas las características del registro arqueológico relativas a una práctica sepulcral de carácter secundario, en la que las selecciones óseas se van concentrando en torno al hogar, no es posible determinar con exactitud la distancia cronológica que existe entre el primer encendido de este fuego y la primera deposición mortuoria. Éste puede ser más o menos inmediato en el tiempo e incluso estar tan próximos entre sí que se pudiera considerar un fenómeno de coetaneidad. Pese a esto, el factor esencial es su posición anterior a la inclusión de cadáveres en la cavidad y su condición de elemento central en la articulación del espacio sepulcral.

(18) Resultado de la limpieza y mantenimiento del hogar.

(19) A pesar de documentarse la presencia de restos óseos humanos con signos de cremación, en este caso no deben interpretarse en el sentido habitual vinculado a una práctica funeraria específica de tratamiento del cadáver, al contrario parecen estar relacionados con una circunstancia casual derivada del encendido del hogar al que estamos haciendo referencia. Así se desprende de la localización que presentan estos restos inmediatos al fuego, de la especificidad que significa el que sólo afecte a un repertorio muy minoritario de los restos óseos, integrado tanto por huesos humanos como de animales y dentro de éstos sólo a porciones limitadas de sus superficies, y sobre todo del hecho de que la alteración térmica se produzca en un momento avanzado del proceso de esqueletización, es decir, cuando los huesos ya están secos.

En cuanto a su significación es difícil desentrañar la función estricta para la que se concibió. No obstante, los resultados obtenidos hasta el momento permiten sostener la realización de algún acto fúnebre en un momento previo, quizá prácticamente simultáneo, al inicio de la función sepulcral, o lo que es lo mismo a la recepción de los primeros restos humanos, en el que juega un papel básico el consumo de animales. Además, parece que a lo largo de la etapa de uso como lugar funerario el fuego se reactiva en distintas ocasiones, sin que sea posible por ahora determinar cada uno de estos instantes o el aspecto al que están asociados.

Sería preciso recordar las referencias en trabajos pasados a estructuras de combustión producto de la reutilización histórica de los espacios sepulcrales y valorar si alguno de estos hogares no formaría parte del depósito arqueológico en el que se inscriben, como ocurre en Arenas-1. En realidad, Arenas-1 no es el único caso excavado en los últimos años en el que se ha constado la presencia de un hogar, como así ocurre en la cueva de Los Guanches en la costa de Icod, en la que también se registró una estructura de combustión (C. del Arco et al. 1992). De hecho, este yacimiento presenta ciertas similitudes con el que estamos comentando; ambos se asocian físicamente a lugares de habitación, cuentan con deposiciones secundarias y en torno al hogar se concentra un importante volumen de restos fáunicos y materiales líticos y cerámicos. Además, el hogar presenta una posición estratigráfica similar a la descrita en Arenas-1, es decir, coincidiendo con los niveles más antiguos de ocupación de este enclave. En cuanto al carácter colectivo del depósito, en el caso de Los Guanches sus investigadores sólo hacen alusión a un «enterramiento», aunque comentan el expolio de algunos restos humanos que, aún por concluir su estudio, parecían relacionarse con el individuo de la sepultura secundaria, si bien también mencionan el hallazgo en la zona de huesos humanos indicativos de la existencia de otros «enterramientos» sin que pudieran precisar con exactitud su original emplazamiento. En cualquier caso, y aun a pesar de la equiparación de los aspectos reseñados, el equipo que investiga en este conjunto mantiene cierta cautela en cuanto a la caracterización de este espacio, sin llegar a concluir de forma tajante si se trata de un espacio sepulcral con evidencias de un ritual complejo o si es la prueba de un culto a los antepasados en un espacio de habitación (C. del Arco et al., 1995).

Por otra parte, la presencia de estructuras de combustión en recintos funerarios no es exclusiva de la isla de Tenerife y así se ha puesto de manifiesto en las últimas intervenciones arqueológicas realizadas en El Hierro, donde además se producen otros fenómenos relacionados con el fuego. En este caso se trata de las cuevas del Letime y La Lajura, ambas en el municipio de La Frontera, cuyo estudio ha representado un avance extraordinario, no sólo en lo que respecta a la presencia del fuego en enclaves mortuorios y las prácticas funerarias en general, sino en un sentido más amplio para el conocimiento de sociedad bimbape (J. Velasco et al., 2001, 2002, 2003).

En el primer caso, el Letime, se trata de una cueva sepulcral colectiva, integrada exclusivamente por depósitos primarios, inscrita en un complejo de varias cuevas funerarias abiertas en el acantilado marino, donde se localiza la emblemática cueva de Punta Azul (J. Álvarez, 1947b) (20). En este yacimiento se constató la presencia de un hogar simple en la base del depósito funerario, muy desmantelado por el desprendimiento de la visera de la cueva, situado en un punto relativamente central próximo a la zona de acceso. A él se asociaba un importante repertorio de fauna terrestre y marina, en el primer caso integrada por el lomo de un ovicaprino joven y algunos huesos del cráneo y las patas (21) que, en este caso, no deben interpretarse como desechos de consumo, correspondiendo a porciones del animal incluidas en el depósito, y, en el segundo, por una notable concentración de conchas de lapas y burgados, contenidos todos ellos en una profuso paquete de cenizas.

(20) Recuérdese que para esta cueva se ha señalado la existencia de restos humanos y restos materiales parcialmente afectados por fuego interpretados como la muestra de una práctica de cremación ritual (M.C. Jiménez 1990).

(21) En el depósito funerario se documentan también una importante presencia de patas y cráneos de ovicaprinos, aunque éstos no parecen tener una relación directa con el hogar.

Nuevamente el hecho de que el fuego se realice, como así lo demuestra su posición estratigráfica, en un momento previo a la recepción de cadáveres es sintomático de un acto simbólico encaminado a investir el lugar con unas características específicas apropiadas a la función sepulcral (22). En este ejemplo, la alteración de la estructura de combustión no nos permite precisar si el fuego sólo se encendió una vez, o si por el contrario, como parece suceder en Buenavista del Norte, fue activado en distintos instantes de la práctica sepulcral. Quizá la enorme acumulación de cenizas constatadas en el relleno sedimentario pudiera explicarse por el sucesivo encendido del hogar (23). En cualquier caso, el hecho de que en dos cavidades de una misma necrópolis se reconozca la existencia de estructuras de combustión implica la importancia que el fuego desempeña dentro de las prácticas funerarias de este emplazamiento. Si a ello añadimos la información referente al yacimiento de La Lajura, dicha importancia se incrementa haciendo pensar que el fuego juega un papel destacado en todo el ámbito funerario bimbape.

(22) Este testimonio de combustión y los materiales que se asocian en ningún caso puede ser atribuido a un uso esporádico de la cavidad como lugar de habitación. Al contrario, todos los datos apuntan a que constituye la materialización de un gesto indiscutiblemente ligado al uso sepulcral del enclave y probablemente como el resultado de una práctica orientada a propiciar tal fin, en términos figurativos, a «inaugurar» el propósito para el que será destinado este espacio.

(23) Recurriendo a la información disponible para la inmediata cueva de Punta Azul, aunque se trata de yacimiento previamente intervenido y con importantes alteraciones, si se considera que pudo haber existido un hogar con unas características estratigráficas similares a las que venimos señalando, la circunstancia de que parte de los huesos humanos y el ajuar mortuorio estén parcialmente termoalterados pudiera interpretarse como el efecto provocado por un nuevo encendido que accidentalmente afecta parte de los restos ya depositados en la cueva, en oposición a la argumentación a favor de la cremación ritual como fórmula sepulcral.

En efecto, el yacimiento de La Lajura corresponde a un importante sepulcro colectivo en el que se ha registrado una cantidad muy superior al centenar de deposiciones. Su excavación permitió reconocer una secuencia conformada por dos grandes macroestructuras estratigráficas en las que se combinan restos en posición primaria con otros en posición secundaria, y que se diferencian por una intensa afección térmica de la unidad más antigua. Además se reconoce una unidad estratigráfica cuyo origen es anterior o simultáneo a las primeras deposiciones humanas y que se caracteriza por la existencia de varias estructuras de combustión, y a las que se asocia un interesante registro material integrado por algunos elementos de industria lítica en basalto y un recipiente de cerámica, semillas de cebada, pero sobre todo por un destacado registro de fauna marina y terrestre (24). Por tanto, en este yacimiento nos encontramos ante dos manifestaciones diferentes de la participación del fuego, una en el sentido que venimos comentando y otra nueva que describiremos más adelante.

(24) Como en el caso del Letime, la fauna terrestre corresponde a los restos de una cabra joven incluida en el depósito con una clara selección anatómica correspondiente a la cabeza y las patas del animal, sin que se produzca su consumo.

En primer lugar, se encuentran las estructuras de combustión dispersas sobre el suelo natural de la cueva en una posición relativamente centrada. De éstas, dos destacan por su morfología y considerable potencia, conformando hogares de gran envergadura, uno de ellos acondicionado con una estructura de piedras que lo delimita, mientras que las tres restantes, de menor envergadura, con unos 50 cm de diámetro, constituyen pequeños hogares simples acomodados en el suelo de escoria volcánica.

En este contexto, de manera previa o simultánea a la inauguración de la función sepulcral se enciende uno o varios fuegos. No obstante, no todos van a actuar al mismo tiempo, pues algunos de estos focos muestran una clara superpoción estratigráfica, siendo su funcionamiento escalonando en el tiempo. Es posible que varios de estos fuegos se encendieran ya en pleno ejercicio sepulcral, pudiendo suceder que mientras los cadáveres se van acumulando en la zona más interna de la cueva los fuegos se van encendiendo sobre el piso natural de la cavidad hasta que son finalmente cubiertos por las deposiciones, sin embargo no se constata una conexión estratigráfica clara que permita asegurarlo.

Por otro lado, se verifica un potente estrato de deposiciones de restos humanos sumamente afectado por fuego (25), cuyo estudio pormenorizado ha permitido contar con algunas conclusiones sobre el modo en que la combustión incidió en la configuración del depósito, contribuyendo a resolver la problemática surgida sobre el fuego en contextos funerarios para los que sólo se habían propuesto que las evidencias de cremación en restos humanos eran el producto o bien de una variación diacrónica del rito o un recurso inductor en las prácticas sepulcrales de carácter secundario. Para llegar a esta aportación hay que tener en cuenta que el depósito se caracteriza por la presencia de numerosos individuos en la mayor parte de los cuales aún pervivían relaciones anatómicas que testimonian su carácter primario. Su inclusión en el recinto respondía a una colocación en el suelo de la cueva o sobre deposiciones anteriores, dando lugar a un proceso de descomposición en espacio vacío (H. Dudey et al., 1990). Además, se produce la superpoción secuencial de cadáveres, poniendo de relieve una distribución con una evidente pretensión rentabilizadora del espacio, a la que se subordinan tanto la posición como la orientación de los cuerpos.

(25) Se trataría de un depósito con una dilatada vigencia que abarcaría en torno a los 500 años (J. Velasco et al., 2002 y 2003).

En este contexto se realiza un fuego en el interior de la cavidad que afecta de manera desigual a los cuerpos en función de cómo éstos están colocados en el depósito, es decir, cómo se reparten tanto en horizontal como en vertical, condicionando la incidencia más o menos directa de las llamas y el calor sobre ellos (26). En este sentido, las evidencias arqueológicas demuestran que la cremación no se produjo en un ámbito exterior a la cueva y que éste no corresponde a un gesto individualizable para cada muerto. Asimismo, el análisis de los restos óseos ha permitido establecer que la mayor parte de los cuerpos afectados por el fuego se encontraban en un avanzado estado de esqueletización o bien concluido este proceso, aunque hay testimonios que indican la pervivencia de restos de materia orgánica, lo que es indicativo de diferentes estadios en la descomposición de los cadáveres y lógico reflejo de un depósito con tan larga perduración en el tiempo, aunque con un incuestionable predominio de osamentas secas.

(26) De tal manera que son los individuos más recientes los que muestran un mayor nivel de alteración y dentro de éstos los que están más próximos a la zona de acceso. En este aspecto influye notablemente la temperatura alcanzada en la combustión, situándose ésta en un intervalo medio en torno a los 400°-600° C y la duración que en principio pudiera haber experimentado cierta prolongación, intensificada por el efecto calorífico de los huesos (F. Etxebarria, 1994) y la capacidad refractaria de las rocas volcánicas que conforman el sustrato de acogida.

Finalmente, sobre este depósito se sitúa otro más reciente, igualmente con un número muy elevado de cadáveres, que mantiene todas las características descritas para la unidad anterior, salvo que no está afectado por fuego. Se repiten los mismos gestos sepulcrales, así como los diferentes tratamientos interpersonales.

En conclusión, y a tenor de los datos expuestos, parece que debe desecharse la idea de cambios diacrónicos en el rito sepulcral, a partir del binomio cremación-deposición, pues en esencia ambos estratos son similares en lo que a la práctica funeraria se refiere, observándose una marcada continuidad en todos los aspectos inherentes al referido ritual. Por otra parte, tampoco constituye una práctica de deposición secundaria, ya que el fuego afecta por igual al conjunto de las deposiciones con independencia de que en el momento de verse afectadas por el fuego fueran primarias o secundarias, o del lugar ocupado por éstas en el espacio sepulcral.

Teniendo en cuenta estas consideraciones, es factible proponer que el proceso de cremación que afecta al primer depósito funerario de La Lajura responde a un fin eminentemente práctico. Todos los indicios señalan que en un momento dado la población bimbape que usó este enclave procedió a su incendio intencionado con el propósito de reacondicionar el sepulcro habilitando nuevos espacios (27). Una vigencia tan dilatada, de más de cinco siglos, impone la necesidad de subsanar la lógica colmatación del sitio para dar cabida a los sucesivos cadáveres, como así se demuestra en el elevado volumen de individuos presentes en ambas macroestructuras estratigráficas, en las que se reparten sujetos de ambos sexos y edades diversas que acogen desde perinatales hasta grupos de individuos maduros. De ello se deriva la clara intención de mantener un estrecho vínculo entre la comunidad y sus muertos, empleando siempre el mismo espacio a través de sucesivas generaciones.

(27) Asimismo, el carácter sistemático y la detección de un conjunto de acciones tan bien estructuradas que se inscriben en complejos procesos sepulcrales permiten desechar la posibilidad de un fuego accidental.


Continúa...

Verónica Alberto Barroso y Javier Velasco Vázquez

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