miércoles, 9 de abril de 2014

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MILICIA, FORTIFICACIONES Y VIDA COTIDIANA EN LA ISLA DE LA PALMA DURANTE EL SETECIENTOS: UNA VISIÓN SOCIO-POLÍTICA A TRAVÉS
DE LA CORRESPONDENCIA PRIVADA (1764-1767). (I)

1. INTRODUCCIÓN.

Nuestro objetivo a lo largo de este trabajo es abordar el papel de las milicias en la isla de La Palma, principalmente a través de la actividad desplegada por el coronel y gobernador de armas de dicha isla, don Felipe Manuel Massieu y Monteverde, estudio que por otra parte se fundamenta esencialmente en el análisis de la correspondencia privada que don Felipe mantiene con el comandante general de las Islas, don Domingo Bernardi, cuyas misivas abarcan todo el período de su mandato, que se extiende desde 1764 hasta 1767, año en que fallece el citado comandante general (1).

Tomando como eje principal la documentación aludida, pretendemos analizar no sólo algunos de los rasgos y características de las milicias de La Palma hacia la segunda mitad del setecientos, así como las actividades que se relacionan con la defensa de la isla: construcción y mantenimiento de fortalezas, etc., sino también abordar el papel desempeñado por los coroneles y gobernadores de Armas de la isla, una de las figuras con mayor poder a escala local, capaz de rivalizar constantemente con el concejo palmero; e incluso a lo largo del Antiguo Régimen se pone de relieve una actitud de preeminencia frente a la institución concejil y ello no sólo por el importante número de individuos que están bajo la jurisdicción militar (2), sino también por el abandono que con el transcurso del tiempo realizan los corregidores tinerfeños de sus funciones como capitanes de guerra, actitud que imitan sus delegados, los teniente-corregidores del concejo palmero (3), con lo cual el poder militar queda en manos de estos coroneles y gobernadores de Armas, con el consiguiente beneplácito de los comandantes generales, que utilizan los servicios de estos poderosos para sus intereses personales y profesionales, todo ello en el contexto de una isla alejada de los principales centros de poder del Archipiélago (4). A esta multiplicidad de factores se une el enorme poder social y económico de aquellos individuos que ostentan el cargo de coronel y gobernador de armas, vinculados a la élite social palmera; por lo común suelen compatibilizar los empleos militares con regidurías en el propio Cabildo palmero. Al mismo tiempo, hay que poner de manifiesto que los que ostentan estos cargos en las milicias forman parte de una élite local, que a fines del Antiguo Régimen presenta uno de los más rígidos comportamientos oligárquicos del Archipiélago (5), caracterizados por un acusado hermetismo en el campo socio-económico y político, de ahí que los empleos de coronel y gobernador de armas, no sólo los aglutina la oligarquía palmera, sino que en el siglo XVIII estarán prácticamente monopolizados por la familia Massieu (6). Por otra parte, la jurisdicción militar ejercida por el gobernador de armas sobre el importante contingente de individuos sujetos al fuero militar, es una fuente privilegiada para dibujar alguno de los rasgos que caracterizan la vida cotidiana palmera del siglo XVIII, como se refleja con nitidez en la documentación consultada y como tendremos ocasión de comprobar en páginas posteriores. Por último, únicamente señalemos que este trabajo pretende insertarse en una concepción de las milicias del Antiguo Régimen desde la perspectiva de la interacción entre lo militar y lo civil, aspectos, en nuestra opinión, inseparables en las monarquías de la Edad Moderna (7).

(1) Correspondencia de don Felipe Manuel Massieu Monteverde, (A)rchivo (L)ugo (M)assieu (T)enerife.

(2) Sirvan como datos indicativos del número de milicianos, el censo elaborado para la isla de La Palma por don Antonio Riviére en el año de 1742, a raíz de la visita realizada por el comandante general don Andrés Bonito, a través del cual podemos conocer de forma aproximada el número de individuos que componen las milicias, cifra que se eleva al 38% del total de la población masculina y en números absolutos constituyen unos 3.148 hombres; porcentajes que al parecer experimentan pocos cambios, sobre todo antes de las reformas emprendidas en las milicias por don Nicolás Macías Dávalos hacia 1771, donde el número de hombres de armas se estima en 3.200. Sin embargo, posteriormente y tras las citadas reformas la reducción del efectivo de milicianos es sensible, ya que su número disminuye hasta 1.152. Véase TOUS MELIÁ, Juan (1997): Descripción Geográfica de las islas Canarias (1740-1743), de Antonio Riviére. Museo Militar Regional de Canarias. LORENZO RODRÍGUEZ, J.B. (1987): Noticias para la Historia de la isla de La Palma, tomo I, La Laguna-S/C. de La Palma.

(3) Durante el Antiguo Régimen, Tenerife y La Palma constituían un único corregimiento de capa y espada, el corregidor residía generalmente en Tenerife, y nombraba un teniente-corregidor que lo representara en la isla de La Palma.

(4) La Real Audiencia, en sus asiduas confrontaciones con capitanes y comandantes generales y aludiendo a la defensa del poder real, se muestra plenamente consciente del peso socio-político de los coroneles y gobernadores de Armas de la isla de La Palma, y bajo esta perspectiva el informe realizado por el fiscal Trebani, en octubre de 1748, es altamente sugestivo: «El Fiscal ha visto de Orden de V.S. lo representado por el teniente de la isla de La Palma, en asunto de los graves perjuicios que alli experimenta la jurisdicción Real Ordinaria, con pretexto de la privilegiada militar, en especial con los que se denominan, ‘Artilleros y Soldados de a caballo’, de cuyas causas civiles y criminales se conoce por el gobernador de armas, sin limitación alguna; y es el caso que en aquella isla no hay Gobernador militar nombrado por S.M., pertenece al comando inmediato del corregidor de Tenerife, que lo es y capitán de guerra de Tenerife y La Palma, reside en la isla de Tenerife y como Corregidor nombra un Teniente Letrado en La Palma; pero como capitan a Guerra de La Palma, no ejerce gestión alguna y reside el comando de las armas en el oficial más antiguo o de mayor graduación, que por lo común es el coronel de aquel regimiento, por no haber más de uno, en el que están alistados todos los vecinos, que son 3.874, a ecepcion de los que componen el número de artilleros, conductores y soldados de a caballo y oficiales de la compañía de forasteros, y en el supuesto de disfrutar el fuero militar todos los oficiales y Sargentos de la infantería, todos los soldados de a caballo y el gremio de artilleros y conductores, viniese a los ojos que todos los vecinos de alguna conveniencia disfrutan, y apenas habrá los suficientes de esta clase para llenar los tales empleos o plazas. Y como el coronel que los comanda y se tiene por juez privativo de estos militares es natural de allí, por lo regular de la primera distinción y riqueza, y suele ejercer por muchos años este comando, que es vitalicio, desde que logra la patente de coronel; sucede que poco a poco han ido sofocando la jurisdicción real y estrechandola a los términos más indecorosos». LORENZO RODRÍGUEZ, Juan B. (2000): Noticias para la Historia de La Palma, tomo III, S/C de La Palma, pp. 69-75. En cuanto a las características y funciones de los capitanes o comandantes generales, véase: ÁLAMO MARTELL, Mª. (2000) Dolores, El Capitán General de Canarias en el siglo XVIII, Las Palmas de Gran Canaria.

(5) Un ejemplo indicativo de este comportamiento aparece reproducido por el cronista palmero Juan Bautista Lorenzo, cuando hace alusión al proyecto de formación de una compañía u orden de caballería de carácter estrictamente nobiliario a comienzos del siglo XVIII, concretamente en 1711, tomando como antecedente la existencia de una real cédula otorgada por Felipe II el 6 de septiembre de 1572, en la cual se señala que: «había hecho saber a esta isla, que para que la nobleza de ella estuviese ejercitada en el manejo de armas y ejercicios militares, sería conveniente que en las ciudades, Villas y Lugares de estos Reinos, los caballeros principales de calidad fundasen una compañía u Orden, bajo la advocación de un Santo, con los capítulos que se ordenasen en algunos días señalados para fiestas de justas, torneos y cañas, y otros ejercicios militares y que las justicias ayudasen a moverlo y ponerlo en orden, mandándoles S.M. que conferenciasen sobre ellos los regidores y demás caballeros de la isla». Ciertamente, siguiendo el modelo de las órdenes militares, entre sus estatutos de fundación se establecía el nombramiento de un santo protector —Santiago, san Marcos o san Luis—, además se prohibía formar parte de dicha orden aquellos individuos que no fueren «notorios hijosdalgos de sangre», y que goce de los privilegios de servicios de guerra viva. Del mismo modo, los miembros de esta orden aspiran a monopolizar los más importantes empleos militares, manifestando expresamente: «Que los que la compusieran sean obligados a ocupar los puestos militares de castellanos de los castillos y capitanes de las compañías, respecto a que los gastos y ninguna utilidad, ni sueldos están mucho tiempo vacas, y no poderse proponer por dicha isla, como lo tengo resuelto, otras personas para estos empleos que los de la primera nobleza de ella». El citado cronista, Juan Bautista Lorenzo, se muestra remiso en cuanto a la existencia real de dicha real cédula, de hecho este proyecto emprendido por la oligarquía palmera, al parecer no llegó a consolidarse. LORENZO RODRÍGUEZ, J.B., opus cit., tomo I, pp. 156-158.

(6) En efecto, don Nicolás Massieu y Monteverde desempeñó dicho empleo durante la primera mitad del setecientos, su hijo don Nicolás Massieu y Salgado también ocupó el cargo a finales del siglo XVIII, lo mismo que don Felipe Manuel Massieu y Monteverde, sobrino y primo hermano de los anteriores, uno de los principales protagonistas de este estudio.

(7) Un interesante estado de la cuestión en ANDÚJAR, F. (2000): «De la ‘nueva historia militar’ a la historia vieja y ‘nueva historia militar’», en Historia a Debate. Actas del II Congreso de Internacional, celebrado del 14 al 18 de julio de 1999, en Santiago de Compostela, tomo II, Nuevos paradigmas, pp. 9-15, Santiago de Compostela.

Continúa...

Adolfo Arbelo García

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