miércoles, 2 de abril de 2014

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EL PRIMITIVO POBLAMIENTO HUMANO DE CANARIAS EN LA OBRA DE DOMINIK JOSEF WÖLFEL: LA PREHISTORIA INSULAR COMO «CULTURA MARGINAL O DE FRONTERA» (III)

3.4. LA LECTURA ARQUEOLÓGICA DE LA PREHISTORIA CANARIA: EL ARCHIPIÉLAGO COMO «CULTURA MARGINAL O DE FRONTERA».

En el plano cultural o arqueológico, Wölfel insertaría a las Canarias en el círculo cultural mediterráneo y próximo oriental, estableciendo relaciones entre Canarias, África, el Mediterráneo y la Europa occidental. En este sentido, el etnólogo se propondría dedicarle especial atención al estudio de los «paralelos del Egipto y Creta antiguos», y, obviamente, al estudio de los «paralelos Célticos e Itálicos y al de los paralelos Germánicos» (Wölfel, 1940-41:359-360). No obstante, su enfermedad y posterior muerte no le permitirían desarrollar este vasto programa de investigación, por lo que el etnólogo vienés tan sólo pudo incidir someramente en los paralelos arqueológicos por él observados entre Canarias y Europa occidental, el mundo mediterráneo y norteafricano. Como punto de partida, el autor insertaría a las islas Canarias en la denominada región del África Blanca (Weissafrikas) (Wölfel, 1942a y 1950) (13), es decir, relacionaría al Archipiélago con el ámbito norteafricano europoide (franja que forma el desierto del Sahara), y por lo tanto, con una región en donde parecía indiscutible la presencia de la raza de Cro-Magnon en las capas más viejas y profundas. Acto seguido, Wölfel identificaría a la raza de Cro-Magnon con la constructora de los megalitos presentes en este ámbito norteafricano, y pasaría a considerar el megalitismo como el fundamento de las civilizaciones más avanzadas y como la base sobre la cual se construía todo lo que venía después (14). En relación con la dispersión de esta cultura, y según el etnólogo vienés, megalítico no quería decir en modo alguno continental, sino todo lo contrario, puesto que según afirmaba, estaba demostrado que toda cultura o foco megalítico había tenido su expansión precisamente por la navegación en los mares (Wölfel, 1932d:2; 1932e:5; 1942a:103-111 y 1950:235-237).

(13) Alberto Sastre publicaría en la revista El Museo Canario una versión resumida y traducida al castellano del trabajo de Wölfel aparecido en 1942 (Sastre, 1944a; 1944b; 1944c y 1944d).

(14) Esta concepción etnocéntrica y vindicativa de la raza de Cro-Magnon o aria llevaría a Wölfel a sostener lo siguiente: «¿Y en nuestros días? La música europea, la clásica, florece más en las partes de Europa donde supervive la antigua raza, y en la cara del mayor genio de la música, en la cara de Beethoven, ustedes pueden trazar las características de la raza. El gran canciller alemán Bismarck y el actual prohombre de Alemania, el mariscal Hindenburg, tienen según su exterior, la sangre de la antigua raza. [...] Aún prevalece vagamente en las islas la idea de que descender de los indígenas sea casi una vergüenza, haga al hombre casi inferior. ¡Qué horror!Si vale con las razas la misma regla como con las familias, que la antigüedad del linaje hace más noble la familia, que noble es la raza Cro-Magnon, la verdadera, la auténtica europea» (Wölfel, 1932c:3; 1932d:2 y 1932e:5).

El autor vienés, por tanto, retomaba la concepción francesa decimonónica del megalitismo norteafricano (Faidherbe, 1873; Tissot, 1876), pues en definitiva, Wölfel también atribuía el megalitismo del África Blanca a la intervención de un elemento europoide. El etnólogo vienés, de hecho, reconocía la importancia que habían tenido los trabajos de los franceses en relación con el megalitismo de la cuenca del Sahara (Wölfel, 1942a:127-128), y reconocía igualmente haber manejado las obras de Berthelot y Faidherbe (Wölfel, 1942c:152). No obstante, mientras que Wölfel relacionó el megalitismo con la raza de Cro-Magnon a partir de una raigambre o sustrato pre-indoeuropeo, y en base al historicismo cultural, en el caso galo la argumentación esbozada para explicar el megalitismo norteafricano fue radicalmente distinta. Los autores franceses, a partir de postulados evolucionistas, habían insistido en probar la llegada a África de un pueblo celta, arguyendo para ello la multiplicación y dispersión de los dólmenes y de la raza de Cro-Magnon desde Francia hasta el norte de África. Esta disparidad de criterios existente entre Wölfel y los intelectuales franceses no impediría, sin embargo, que todos ellos acabaran relacionando las islas con este horizonte norteafricano y, por ende, defendiendo la presencia del megalitismo en Canarias. Los franceses, caso de Berthelot, sacarían a relucir la raigambre celta del megalitismo canario, y Wölfel, por su parte, la conexión pre-indogermana. La presencia de tales megaelementos arqueológicos en las islas, en cualquier caso, es ficticia. Todo apunta a que fueron los prejuicios coloniales, imperialistas y raciales subyacentes en ambos discursos (francés y wölfiano), así como el establecimiento de comparaciones con un ámbito crono-cultural norteafricano erróneo, los factores que acabaron explicando la «presencia» de megalitos en Canarias. En el caso concreto de Wölfel, el autor llegaría a identificar diversas estructuras indígenas (túmulos funerarios de Gran Canaria, aras de sacrificio de la isla de El Hierro, construcciones habitacionales en piedra seca de las islas de Lanzarote y Fuerteventura, etc.) con supuestas manifestaciones megalíticas, aduciendo incluso la existencia de relaciones entre algunos centros de sacrificio canarios y los hallazgos antiguos de la isla de Malta y otros monumentos de las Islas Británicas y de Escandinavia (Wölfel, 1942a:119-121 y 1950:246-249). Por su parte, al ocuparse de las manifestaciones rupestres, relacionaría las inscripciones de Belmaco (La Palma), de sentido convencional y correspondientes a un tipo de escritura pre-idiomática, con los «petroglifos megalíticos», dadas las similitudes que presentaban las inscripciones palmeras con las presentes en los dólmenes. Según el etnólogo, la ubicación de tales manifestaciones en espacios próximos a las costas tendría un claro significado: «las estaciones estarían limitadas principalmente a pequeños puertos adecuados al tamaño de las naves del final del neolítico y principios de la Edad del Bronce, y a la boca de los ríos donde se hacía aguada» (Wölfel, 1942c:151). Con ello se relacionaba las manifestaciones rupestres con los navegantes que, visitando las islas, aguaban y refrescaban en sus costas, concepción ésta similar a la decimonónica francesa.

Al entroncar las islas con el ámbito mediterráneo próximo oriental, Wölfel hablaría, a partir de la cerámica de Tenerife y Gran Canaria y de las inscripciones rupestres de El Hierro, de la existencia de vínculos entre las Islas Canarias, la Creta del neolítico tardío y el Egipto predinástico y de los primeros tiempos dinásticos. No obstante, y según el autor, no existía ningún tipo de relación entre Canarias, el período Minoico cretense y el Egipto propiamente dicho (15). Ello, según Wölfel, era indicio de que no había existido una influencia directa de Creta y Egipto sobre Canarias. Por el contrario, había que pensar en la existencia de una capa cultural común que, por migración y difusión, habría afectado a los tres ámbitos, conservándose sus características en las Islas Canarias (Wölfel, 1942a:126-133 y 136-140; 1942b:106-107; 1942c:153-154 y 1950:231-238). En el caso de la cerámica, Wölfel relacionaría la cerámica sencilla y primitiva de Tenerife con la egipcia, la cerámica pintada de la isla de Gran Canaria con las cerámicas pintadas de motivos geométricos cretenses, y las pintaderas cerámicas halladas en esta isla canaria con los sellos geométricos de Egipto, Creta y Mesopotamia (16). No obstante, hoy en día, a partir de la sucesión estratigráfica, se ha podido relacionar la cerámica decorada cretense con el período Minoico antiguo I (Delibes & Fernández, 1993:74), por lo que contrariamente a la suposición de Wölfel, tal cerámica no pertenecía al Neolítico tardío. Cabe señalar, en cualquier caso, que la realidad arqueológica canaria y las propias cronologías absolutas barajadas para el poblamiento del Archipiélago (ss. VII-V a.n.e.) (González Antón et alii, 1995) tampoco permiten relacionar la cerámica canaria con la cretense del Minoico antiguo o con la del Egipto predinástico, ni las pintaderas con los sellos egipcios, cretenses y mesopotámicos.

(15) En el caso cretense la transición entre el Neolítico y el Minoico antiguo sigue siendo uno de los asuntos pendientes en la historia de un territorio cuyo yacimiento clave sigue siendo Cnosso (Delibes & Fernández, 1993:73).

(16) Wölfel coincidía aquí con la opinión vertida por Georges Marcy (1942) acerca de las pintaderas canarias.

En el caso de las inscripciones, Wölfel sostendría la existencia de paralelismos entre un gran número de signos complicados de los yacimientos de El Julan y La Caleta (El Hierro) y los signos de la escritura cretense en sellos o lineal, arguyendo incluso la presencia de signos diacríticos en ambos contextos. No obstante, según el autor vienés, las inscripciones cretenses no eran idénticas a las canarias, por lo que no podía hablarse de un caso de derivación sino de parentesco colateral. Este hecho lo llevaría a sostener que tal escritura debía haber venido de Creta en tiempos preminoicos, es decir, podía relacionarse con la escritura de la «Cultura Occidental» (Westkultur), «aquella alta cultura hasta hoy desconocida que tuvo una rama modesta en las Islas Canarias, que en sus efectos marginales se puede reconocer por todas partes en África del Norte y Occidental, que constituyó componente importante de la primitiva cultura de Egipto y de Creta y cuya trabazón última con la antigua cultura europea occidental tiene que ser todavía estudiada» (Wölfel, 1942c:154). Wölfel identificaría igualmente un segundo tipo de inscripciones en el Barranco de Balos (Gran Canaria), de tipo numídico antiguo o viejo líbico, que podían ponerse en relación con las del África romana. Y un tercer tipo de inscripción sería el denominado por Wölfel como de transición, localizado igualmente en El Hierro, pues, según el autor, existían caracteres en los que se observaba un paso claro desde el primer tipo de escritura (la del parentesco cretense) hacia el líbico antiguo. Este último tipo de escritura se encontraba también, según Wölfel, en el continente africano blanco, concretamente en el Gheytah (delta egipcio), en dos piedras planas que se utilizaron secundariamente para cubrir un sepulcro del siglo III d.n.e., y en la Marmárica, grabada en las paredes de un pozo (Wölfel, 1942a:133-140 y 1942c:153-155) (17).

(17) Tras haber procedido al estudio de las inscripciones canarias, Wölfel no dudaría en criticar el estado de conservación que presentaban muchos de los yacimientos. Según llegó a apuntar, «¿no se hallará, por fin, la posibilidad de reunir estos preciosos monumentos de un gran pasado euroafricano antes de que hasta la última inscripción sea volada por los actuales canarios, como muchas lo han sido ya, para construir carreteras para automóviles?» (Wölfel, 1942c:155).

En relación con estos paralelos culturales aducidos por Wölfel a partir de las inscripciones, y a pesar del parentesco formal que existe entre algunos caracteres alfabéticos de El Julan y La Caleta con la escritura lineal cretense, lo cierto es que hoy en día no cabe duda acerca del carácter líbico-bereber de las inscripciones de la isla de El Hierro. Existen, sin embargo, otra serie de aspectos que, aparte de los meramente formales o tipológicos, creemos indujeron a Wölfel a sostener tal parentesco entre Canarias y el mundo cretense. Y el análisis de estos aspectos pasa necesariamente por la revisión de la historia de la investigación arqueológica en Creta.

Fue en 1881 cuando se descubrió la escritura silábica cretense gracias a los trabajos del diplomático y periodista americano W.J. Stillman, quien, tras excavar en Cnosso dio con unos muros inscritos con caracteres extraños, lo que lo llevó a afirmar que se trataba de unos vestigios del famoso laberinto. No obstante, a pesar de la intervención americana en la isla, lo cierto es que los eruditos y arqueólogos alemanes desempeñaron un papel clave en ella desde los primeros momentos en que se asiste al descubrimiento del mundo cretense. En este sentido, es A. Milchhöfer quien en 1883 ve los caracteres cretenses como formas de cultura primitiva, lo cual mostraría que Creta bien pudo haber sido el centro de la civilización más antigua del mundo helénico. Sus trabajos, de hecho, tuvieron gran influencia en Arthur Evans (1851-1941). Tan sólo un año después, en 1884, es otro alemán, F. Halbherr (1857-1930), quien acude a Creta en un momento en que su país trata de oponerse en el Mediterráneo al poder creciente de Francia, de manera que la isla se convierte en un tablero de juego crucial de esta política imperialista (Gran-Aymerich, 2001:362-363). Este protagonismo del mundo académico alemán en Creta desde finales del siglo XIX permite comprender, en muy buena medida, el conocimiento que Wölfel poseía de la realidad arqueológica cretense. Y este conocimiento, de hecho, acabaría convirtiendo la isla mediterránea en un marco de referencia obligado en relación con Canarias. No obstante, existe otra serie de aspectos que explican igualmente el vínculo establecido entre Canarias y Creta por el etnólogo vienés.

Es a partir de 1900 cuando Arthur Evans comienza su excavación en Cnosso y cuando Creta se convierte en objeto de una intensa actividad arqueológica ejercida, como en Grecia, por los arqueólogos que representan a las naciones europeas más poderosas (Alemania y Francia), a las que se une Estados Unidos (18). Este interés universal por la prehistoria de la isla, generado a raíz de los trabajos de Schliemmann en Troya, se vería considerablemente avivado, de hecho, con las propias excavaciones de Arthur Evans, que provocaron un gran entusiasmo en la opinión pública. Los primeros vestigios cretenses obtenidos a partir de estos trabajos de campo permitieron hablar de una civilización neolítica en la isla, a la que seguiría una Edad del Bronce. Tal panorama, por tanto, venía a plantear la cuestión del origen de esta cultura y de su relación con Oriente y Anatolia, donde Schliemann había descubierto Troya, puesto que era precisamente esta región oriental la que podía haber garantizado las influencias orientales que se reflejaban en las civilizaciones prehelénicas (19). De hecho, se llegaría a conectar Mesopotamia y Egipto con el mudo helénico a través de Asia Menor y Siria.

(18) Las campañas de Evans en Cnosso se desarrollan hasta 1930. No obstante, es a partir de 1923 cuando aparecen los primeros resúmenes y síntesis sobre la prehistoria de la isla. Con posterioridad, a partir de 1928, se comienzan a publicar los Études crétoises, que recopilan el fruto de las investigaciones realizadas en el yacimiento de Cnosso y en el este de Creta (Gran-Aymerich, 2001:367).

(19) Determinadas cerámicas y figurillas cretenses siguen siendo hoy en día emparentadas con producciones anatolias a partir de sus similitudes morfológicas (Delibes & Fernández, 1993:74).

Ante esta realidad, el tema de Creta sacó a relucir la importancia de Europa frente al Próximo Oriente, pues si la tradición establecía que los fenicios habían sido los educadores de Grecia, por contra, desde finales del siglo XIX, la arqueología demostraba la originalidad de las civilizaciones prehelénicas. Partidarios y detractores de los fenicios se enfrentaron entonces, a finales del siglo XIX, en un arduo debate. Algunos de los partidarios de la opción europea u occidental, caso de S. Reinach, se basaron en los descubrimientos de Evans en Cnosso para aniquilar todas las teorías que atribuían a los fenicios un papel preponderante en las antiquísimas civilizaciones del Archipiélago y afirmaron que la civilización micénica, totalmente europea en su origen, sólo se había orientalizado superficialmente. Los otros, los orientales, caso de Montelius o de Helbig, negaron cualquier originalidad a la civilización cretomicénica y no vieron en ella más que el reflejo de la influencia de fenicios e hititas. Los descubrimientos de Creta, en este sentido, modificaron la información sobre el problema, ya que revelaron una civilización anterior a la fenicia, pero que mantenía contactos con otras civilizaciones orientales, por ejemplo, las de Mesopotamia o el mundo hitita. Hubo sin embargo eclécticos como Evans, G. Sergi o J.L. Myres, que trataron de conciliar las teorías de los adversarios, y propugnaron una civilización egea que mantenía las mismas relaciones con Oriente y Europa (Gran- Aymerich, 2001:364-369).

Frente a este panorama, Wölfel recurriría al mundo cretense valorando precisamente sus raíces europeas, pues ello, en última instancia, permitía corroborar la dispersión de una raza europea (la de Cro-Magnon), que habría atravesado el Mediterráneo y el África Blanca norteafricana, portando consigo su cultura, hasta llegar en última instancia a las Islas Canarias. A partir de este esquema encontraba sentido la presencia en las islas de cerámica y de inscripciones de parentesco cretense, manifestaciones todas ellas que, desde el punto de vista crono-cultural, se insertaban en el Neolítico tardío, según Wölfel. Tampoco perdamos de vista que la industria lítica de Tenerife se realizaba sobre basalto y obsidiana, siendo precisamente la obsidiana importada una de las materias primas empleadas en Cnosso, durante el Neolítico tardío, para la elaboración de los útiles pétreos (Delibes & Fernández, 1993:74). Y en Creta, concretamente en el llano de Messara, también se había documentado la existencia de estructuras megalíticas (tholoi), habiendo afectado igualmente el megalitismo a Canarias, según el criterio de Wölfel. Esta lectura «europea» de la arqueología cretense llevaría al propio Fischer (1963:54 y 1967:155), de hecho, a secundar la tesis de Wölfel.

En el caso de los paralelos entablados con el ámbito egipcio predinástico, téngase en cuenta que según la concepción francesa decimonónica, retomada ahora por Wölfel, el pueblo bereber sería el resultado del cruce entre los rubios que habrían descendido desde Europa y los libios, designados por los egipcios con el nombre de Tamahous. En este sentido, el propio Wölfel sostendría que los libios de color claro, representados en los monumentos egipcios, eran cromagnoides, puesto que en las Islas Canarias se encontraba exactamente la misma cultura de los libios aportada por elementos de una clara e indiscutible filiación cromagnoide. Junto a la influencia blanca y oriental, Wölfel barajaría igualmente las más recientes influencias de las razas nórdicas en el Norte de África (Wölfel, 1942a:99-103). Por consiguiente, el etnólogo volvió a valorar el aporte racial y cultural europeo en relación con las inscripciones numídicas o líbicas, sólo que, a diferencia de los franceses, concediéndole todo el protagonismo al elemento pre-indoeuropeo.

En conexión con la relación canario-egipcia esgrimida por Wölfel, piénsese igualmente que desde finales del siglo XIX la prehistoria y la historia egipcia fue considerada como «mediterránea» y «blanca», cuando lo cierto es que hoy en día está científicamente demostrado que el fondo de la población egipcia fue negra en la época predinástica, por lo que el elemento negro se habría infiltrado en Egipto tempranamente (Anta, 1983:42-43).

En relación con esta concepción de poblamiento pro-europea o pro-germana desarrollada por Wölfel, y a pesar de no haber existido una clara afinidad entre el régimen nazi y el autor, no perdamos de vista: a) la estrecha relación entablada entre el berberólogo austriaco y Eugen Fischer, uno de los máximos valedores de la política de la limpieza racial nazi; b) la financiación de los trabajos de Wölfel por una entidad oficial como el Notgemeinschaft der Deutschen Wissenschaften; y c) el propio contexto social en que debió moverse Wölfel, coincidiendo con la euforia del pangermanismo y de las doctrinas raciológicas. El propio autor, de hecho, llegaría a reconocer en el prólogo a sus Monumenta que con tal obra pretendía «contribuir, modestamente, al restablecimiento del prestigio de la ciencia alemana, a cuyo poderío espiritual tanto hemos aportado los austriacos» (Wölfel, 1996 [1965]:37). Todos estos aspectos aquí destacados garantizaron que en su esquema étnico-cultural fuese prioritario el referente de los arios como modelo cultural y racial, asumible a su vez como base para el orgulloso y expansivo pueblo alemán. Los arios o indogermanos, de acuerdo con las directrices científicas del momento, vendrían a ser lo más puro del grupo indoeuropeo como raza y se desplazarían hacia el Oeste debido a su carácter expansivo y belicoso (Fowler, 1987:239; McCann, 1990:82; Wiwjorra, 1996; López Jiménez, 2001:75), lo que acabaría explicando su presencia en el Norte de África y en las Canarias. Y en definitiva, esta ubicación de la cultura europoide o del África Blanca en una región extrema como Canarias llevaría al autor a referirse a ella como una Cultura Marginal (Geringfügigkultur), pero englobada dentro de la «Cultura Occidental» (Westkultur) o «Cultura megalítica de la Edad de la Piedra» (Stein-Alter Megalithikultur) (Wölfel, 1934b:498-499; 1942a:127-132; 1942c:154 y 1950:231-235) (20). Es decir, las islas serían concebidas como un fondo de saco al que irían a parar las influencias culturales occidentales, de manera que en un mismo horizonte cultural se acabaron englobando elementos que podían pertenecer a universos diferentes. Esta cosmovisión, tal y como ya apuntó Serra Ràfols (1945: 203), «deja en pie muchos problemas arqueológicos», puesto que ante la presencia en Canarias de esta civilización ciclópea, de cronología sumamente controvertida, que presenta manifestaciones que van desde el Neolítico hasta el Bronce, «¿a qué momento enlazar nuestros modestos restos?».

(20) En 1973, diez años después del fallecimiento de Wölfel, la revista Almogaren publicaba el artículo «Megalithikum, Weissafrika, Kanarische Inseln. Literaturzitate aus wichtigen arbeiten», en donde se extractaron las principales ideas que el etnólogo vienés había vertido, a lo largo de su vida y en diversos medios literarios, sobre el megalitismo, el África Blanca, la Cultura Occidental y las Islas Canarias.

Siendo conscientes de esta problemática, cabe señalar, en cualquier caso, que tal concepción de la «prehistoria» insular como una cultura marginal o de frontera estuvo íntimamente relacionada, a su vez, con el caso cretense, pues esta isla mediterránea, después de los descubrimientos de Schliemann en Troya y antes de los de Evans en Cnosso, se estimó que pertenecía a una cultura de borde o frontera, al no poderse delimitar en un primer momento el peso que sobre ella habían tenido los aportes europeos y orientales (Gran-Aymerich, 2001:369).

En relación con esta concepción de poblamiento wolfiana, no deja de ser significativo, sin embargo, que el propio Wölfel rechazara cualquier tipo de vinculación tipológica entre la cultura material canaria y la europea, pues según afirmó, a pesar de que era obvia la convivencia de elementos africanos con los europeos, no se podía ordenar y catalogar cronológicamente los artefactos canarios por sus tipos y parecidos con los europeos. Y ello era así porque en Canarias, al no existir prácticamente estratigrafías arqueológicas, aparecían mezclados artefactos que eran producto de una técnica muy primitiva, junto a artefactos que presentaban una técnica del neolítico superior. Ello implicaba, en definitiva, que la clasificación tipológica sólo estaba justificada en Europa, donde se poseían series importantes de hallazgos estratificados (Wölfel, 1942a:103-106).

Continúa...

A. José Farrujia de la Rosa
Mª. del Carmen del Arco Aguilar

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