Oh, Laurisilva, perla de Anaga,
cuando te nombro vuelvo a soñar
con los laureles, los barbusanos
el palo blanco y el marmolán.
Del aceviño nunca me olvido,
ni del aderno ni del mocán.
Yo sé sus nombres, todos sus nombres,
pero no caben en mi cantar.
El santo y seña de los secretos
yo nunca, nunca revelaré
conmigo viven, y me acompañan,
dentro del alma los guardaré.
Le ruego al fuego que no destruya
la dulce sombra, la tierna paz,
la luz serena, la santa calma,
la voz divina del manantial.
Autor: Fernando Garcíarramos (Mayo de 2005)
Ubicación del poema: La Plaza (Casas de La Cumbre)
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