jueves, 29 de mayo de 2014

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La navegación primitiva en los mares de Canarias (I)

Salvo para los candorosos «atlantistas», que pueden admitir que la población aborigen de las Islas no era más que la supervivencia de los atlantes de Platón, tras el cataclismo que hundió la mayor parte de su tierra, la presencia de estos primitivos habitantes ha constituído siempre un problema planteado y no resuelto. Verdad es que problema análogo se presenta a los naturalistas, que se encuentran aquí con especies vegetales y animales cuya inmigración no pueden explicar; como sus tipos análogos vivieron en el continente en épocas remotísimas y en cambio faltan aquí otras especies que han venido a sustituir a aquellas arcaicas en las costas próximas, hay que excluir la llegada accidental de simientes o huevos, que se hubiese operado en cualquier época en condiciones parecidas: en un momento antiguo estas islas estuvieron en contacto con los continentes y luego esta situación cesó. Pero estas consideraciones no afectan a la presencia humana: de un lado estos contactos, postulados por ciertas especies vegetales y animales, son muy anteriores a la existencia del hombre sobre la tierra; de otro, no hay que olvidar que otros grupos de islas como Madera y Azores forman parte del mismo mundo biológico que las Canarias, pero carecían de población indígena. ¡Allí no hubo supérstites de ninguna Atlántida!

Los canarios primitivos no eran autóctonos; vinieron de fuera. Pero ¿cómo? El problema ha llamado la atención a infinitos autores, casi a tantos como los que se han ocupado poco o mucho de nuestros aborígenes y no comulgan en las teorías atlantistas; entre los últimos que han tratado del tema recordemos a Juan Álvarez Delgado (1). No será mucho que se nos permita echar nuestro cuarto a espadas en la cuestión.

En primer lugar, coincidiendo con este autor, rechazamos todo conocimiento náutico para los canarios en la época en que fueron descubiertos desde Europa, esto es, el siglo XIV o finales del XIII. Los testimonios de los contemporáneos son unánimes y la arqueología ha venido a concordar plenamente con ellos; si mediante los huesos de peces pelágicos, encontrados en las estaciones prehistóricas noruegas, sabemos que los primeros vikingos pescaban ya en mares profundos y lejanos de sus costas (2), por los no raros hallazgos de vértebras de morena y otros peces de orilla y la ausencia de otros pelágicos en las estaciones canarias sabemos que estos pescadores eran incapaces de embarcarse. Los testimonios invocados en contrario de Abreu Galindo (3), que menciona un lugar de Tenerife cuyo nombre dice que significaba «Mira navíos», y el más explícito de Torriani (4), según el cual los gran-canarios «faceuano barchi d'arbor Drago ilquale intiero cauauano, et poscia postogli la saerra di pietra nauigauano con rami et con uela di palma attorno i lidi de l'isola, et ancora solleuano alle uolte passare a Tenerife, et a Forteuentura á rubare», no son convincentes. No cabe duda que al cabo de dos centurias de ver naves en torno de las Islas habrían los indígenas dado esta significación a alguno de sus vocablos. El testimonio tan concreto de Torriani es aislado y tardío, si bien derivará de un informe anterior a su tiempo (fines del siglo XVI); los contemporáneos, en cambio, nos muestran a los canarios de Gran Canaria nadando valientemente para aproximarse a los navíos, incluso con cargas en la cabeza, y ello desde el siglo XIV. Tal hazaña no corresponde a gentes conocedoras de artificios flotantes, y la descripción que nos da el ingeniero cremonés es demasiado conforme a usos malayos —una embarcación de corteza con vela de palma trenzada— para que no sospechemos que la excesiva erudición de nuestro autor o de su informante le ha inducido a generalizar y aprovechar en una ocasión que le pareció oportuna un hecho local de otra parte.

(1) J. ÁLVAREZ DELGADO, La navegación entre los canarios prehispánicos, «Archivo Español de Arqueología», XXIII, 1950, págs. 164-174.

(2) A. V. BROGGER, The viking ships. Their ancestry and evolution, Oslo, 1951 pág. 10.

(3) FRAY JUAN DE ABREU GALINDO, Historia de la conquista de las siete islas de Canarias, Edición Cioranescu, Santa Cruz de Tenerife, pág. 292.

(4) LEONARDO TORRIANI, Descrittione..., Edición Wölfel, Leipzig, 1940, fols. 38-39 del original.

Hay quién conjetura que los primitivos canarios fueron simplemente traídos como cómodos pasajeros, a bordo de naves de pueblos marítimos que, desembarcado el pasaje, no se ocuparon más de las islas así pobladas. Se hace difícil concebir el objetivo de semejante operación y suponer que los transportados no tuviesen una comunidad cultural con sus patronos. Por esto no renunciamos a hallar un modo espontáneo de que poblaciones ribereñas de los mares vecinos a Canarias llegasen más o menos azarosamente a sus costas en múltiples oleadas y en varias ocasiones. Y para llegar a alguna conjetura fundada debemos empezar por examinar con cuidado las prácticas náuticas y pesqueras de esos ribereños, en la medida que conocemos sus estados pasados.

Sin duda habrá que hacer una recapitulación histórica, pero antes y más interesante nos parece conocer la situación tradicional que ha llegado hasta nuestros días, para modificarse rápidamente con la ocupación europea de las costas africanas. Hace más de treinta años se publicaron en la preciosa revista franco-marroquí «Hespéris» dos interesantes artículos sobre las prácticas náuticas de gran parte de la costa que nos interesa. Montagne trató de los marinos indígenas de la zona francesa (5). Laoust, de los pescadores beréberes del Sus (6). De estos estudios resulta que la costa marroquí se reparte en dos zonas, según las prácticas marineras y aun el lenguaje de sus pescadores: en el norte, hasta el Um-er-Rebia, las embarcaciones y las prácticas son las mismas tradicionales en los viejos puertos mediterráneos. Más al sur aparece el cárabo, embarcación sui generis, ligera de costillaje y tablazón, delgada, elástica, fácil de varar en la arena de las pequeñas playas y de izar lejos del mar. Esta nave, así como la mayoría del vocabulario que la acompaña, corresponde a una tradición independiente a la primeramente mencionada como mediterránea.

(5) MONTAGNE, Les marins indigènes de la zone française du Maroc, «Hespéris», III, 1923, pág. 175.

(6) LAOUST, Pecheurs berbères du Sous, «Hespéris», III, 1923, págs. 237 y 297.

La navegación de tipo mediterráneo hemos de suponerla como la propia de los árabes, y aun tal vez convendría no remontarse tanto. Sabemos que no hubo navegación de altura de parte de los indígenas de esta costa hasta el establecimiento en Salé de un nido de piratería formado a base de una colonia de emigrados españoles, al fin de la Edad Media, que alcanza su máximo florecimiento, con el concurso turco, en la Edad Moderna. La costa marroquí más al sur debió de quedar prácticamente desconocida durante mucho tiempo para los mismos árabes. Montagne (7) nos dice que «las luchas que marcan las tentativas efímeras de los Banu Ifran en la región de Rabat (siglo X), luego los combates incesantes de los almohades contra los Berghouata, dieron por resultado la desaparición casi completa de la vida urbana entre el Bu Regreg y el Um-er-Rebia». Una vieja tradición supersticiosa conservada en una descripción de la España árabe que remonta al siglo XI (8) confirma estos hechos, esto es, la abstención de los marinos árabes de navegar por la costa marroquí hasta época tardía. Ese texto refiere lo siguiente:

«Se decía que la parte central del Mar Occidental, que se llama Pélagos, no pudo nunca alcanzarse hasta el día en que la llave que tenía en la mano el personaje representado por la estatua [del Hércules de Cádiz] cayó a tierra. A partir de este momento se pudo llegar por mar hasta Salé, Sus y otros lugares. Esto se creía por lo general en el lugar [de Cádiz]».

(7) MONTAGNE, Loc. Cit. pág. 186.

(8) KITAB AR-RAWD AL MITAR &, apud GARCÍA BELLIDO, «Archivo Español de Arqueología», XVI, 1943, pág. 313.

Continúa...

Elias SERRA RÁFOLS

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