lunes, 19 de mayo de 2014

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MAGIA Y RITUAL EN LA PREHISTORIA DE EL HIERRO (II)

En este conjunto de prácticas mortuorias de la prehistoria de las islas, se contempla también el uso de la momificación (9). Su significado cultural está aún lejos de poder determinarse a falta de estudios que desde una perspectiva más amplia, englobe y analice una información que vaya más allá de los conceptos raciológicos desde los que hasta el momento se han contemplado el tema (10).

(9) Los hallazgos de restos antropológicos momificados en esta isla son escasos. Véase R. VERNEAU, 1887, op cit., pág. 171.

(10) _I. SCHWIDETZKY, 1963, «La población prehispánica de las Islas Canarias», Publicaciones del Museo. Santa Cruz de Tenerife.

Una de las cuestiones en las que más se ha insistido al estudiar las formas de sepultura de la población aborigen canaria ha sido la costumbre de depositar a los cadáveres en posición decúbito supino como modalidad única, queriendo ver en ello no sólo una homogeneidad cultural para todo el Archipiélago sino, además un punto de referencia de orden cronológico para datar tardíamente la llegada de los primeros pobladores canarios desde África (11). La nueva perspectiva que hoy se posee sobre esta cuestión a partir de las investigaciones sistemáticas que desde 1970, se realizan en las islas, hacen insostenible tales argumentos (12). Novedades entre las que se encuentra entre otras variantes de enterramiento, la cremación, dada a conocer por primera vez por M. S. Hernández Pérez para la isla de la Palma, constatada posteriormente por M. Lorenzo Perera en Tenerife y más recientemente por nosotros en El Hierro (13).

(11) L. BALOUX 1969, «Refíexions sur le probléme du peuplement prehistorique de FArchipiel Canarien», Anuario de Estudios Atlánticos, n° 15 Madrid-Las Palmas, págs. 133146. M. PELLICER CATALÁN, 1971-1972, «Elementos culturales de la Prehistoria Canaria», Revista de Historia Canaria XXXIV. La Laguna, pág. 53.

(12) Sepulturas conteniendo individuos en posición lateral flexionada se han encontrado en la isla de la Gomera. J. F. NAVARRO MEDEROS, 1981, Prehistoria de la Isla de La Gomera, Colección Guaga. Las Palmas de Gran Canaria; y en la sepultura del Lomo de los Caserones (S. Nicolás de Tolentino. Gran Canaria). M. C. JIMÉNEZ GÓMEZ y M. C. DEL ARCO AGUILAR, 1975-76, «El Lomo de los Caserones. Nueva estación Tumular de S. Nicolás de Tolentino (Gran Canaria)», Revista Tabona, n° 3. La Laguna.

(13) M. S. HERNÁNDEZ PÉREZ, 1977, «La Palma Prehispánica», El Museo Canario, Las Palmas de Gran Canaria, págs. 44-45.; M. LORENZO PERERA, 1983, «¿Que fue de los alzados guanches?», La Laguna, pág. 33.; M. C. JIMÉNEZ GÓMEZ, 1985, op cit., págs. 67-68.

Efectivamente su uso queda evidenciado en los niveles de carbón y cenizas, como en los restos antropológicos y objetos de adorno afectados por el fuego que se asocian en la sepultura de la Punta Azul (La Restinga, Frontera). En su interior quedaron registrados, además, los ajuares comunes a los restos de enterramientos integrados por útiles líticos, cerámicos y óseos, fragmentos de madera carbonizados a modo de pequeñas antorchas para alumbrarse, así como restos de fauna terrestre y marina. Es a esta última a la que nos referiremos a continuación, de forma especial.

Su presencia está constatada en el interior de estas cuevas, como ha quedado dicho, pero también lo están de forma reiterada, en su exterior constituyendo auténticas acumulaciones que se destacan en las zonas inmediatas a las entradas de las mismas cuando el terreno lo permite o, como en el caso de la necrópolis de la Punta Azul, en la zona superior del fuerte acantilado costero donde se ubica, coincidiendo con el eje de la cueva. Estos registros se articulan claramente en el conjunto arqueológico sepulcral donde se inscriben, como testigos de las ceremonias desplegadas bien en el momento en que se depositan los cadáveres bien en determinadas fechas del año en las que la comunicación con el mundo de los muertos es más propicia, ocasionando peregrinaciones masivas a los lugares de sepultura para participar de este acontecimiento. Es esta una práctica generalizada entre las sociedades primitivas que en amplias zonas han sido asumidas por otras religiones, como el cristianismo donde se reserva una festividad especial con los mismos fines.

Son evidentes las dificultades para conocer en profundidad este aspecto del mundo conceptual de los bimbaches, así como las características que, a tenor de este, revistieron sus propios rituales funerarios. No obstante, los vestigios arqueológicos destacan varios aspectos que, indirectamente, permiten una aproximación a aquellos. Así por ejemplo, el elevado porcentaje de material acumulado en las cercanías de las supulturas deja patente que se deben, como ya ha quedado dicho, a concentraciones de gente que acuden e estos lugares con un fin concreto. De igual modo que la composición de estas acumulaciones, integradas por carbones y restos de alimentos, entre los que las conchas marinas ocupan un lugar preferente, indican la celebración de comidas comunitarias a lo largo de las que estos eran ingeridos y en los que, el fuego, de algún modo jugaba un papel activo. También, a la luz de la fuentes arqueológicas y escritas, sabemos que las especies seleccionadas para intervenir en estos rituales no fueron elegidas al azar, por el contrario obedecen animales que poseen un especial significado simbólico y, por tanto, mágico-religioso en esta sociedad: conchas marinas (especialmente lapas y burgados), cápridos y cerdos.

Los conocimientos que poseemos sobre la economía prehistórica herreña señalan una dieta más o menos compleja, en la que destacan estas mismas especies como principales recursos alimentarios. Quizás estribe ahí la explicación por la que éstas pasaran a ocupar tan importante lugar en las relaciones habidas con el mundo de lo «sobrenatural», dador de beneficios, y por tanto donde moran los dioses de los que depende la subsistencia del pueblo bimbache.

Estas matizaciones las extraemos además de los apoyos arqueológicos expuestos, de un conjunto de hallazgos íntimamente relacionados con ellos. Así es una manifestación cultural común en la prehistoria de las islas la presencia de concheros o acumulaciones artificiales de caparazones de moluscos y, en menor proporción, de restos de cápridos, suidos, aves... etc., que se mezclan con grandes porcentajes de útiles Uticos, cerámicos y otros, a los que tradicionalmente se les ha conferido un valor estrictamente económico. No obstante, el análisis que nosotros hemos realizado de los concheros de El Hierro nos lleva a afirmar que, si esto es correcto para muchos de ellos, especialmente para aquellos ubicados en las proximidades de la costa sin conexión con otro tipo de restos arqueológicos y para otros existentes en lugares de habitación, no obedecen a aquella motivación otros muchos emplazados bien hacia el interior, no tanto a veces en kilómetros como en altitud dadas las dimensiones y abrupta geografía insular, generalmente próximos a sepulturas. Con estas características conocemos el conchero formado junto al enterramiento de la Montaña de los Muertos (El Pinar, Frontera), a unos 500 m. s. n. m. o los registrados en las zonas inmediatas a un conjunto de cuevas sepulcrales emplazadas en Echedo (Valverde), que se completa con un litófono tradicionalmente conocido por el Roque de las Campanas, a unos 400 m. s. n. m. (14), o los más ampliamente conocidos en la zona de El Julan (Frontera), formando parte de un conjunto arqueológico compuesto por aras de sacrificio, cuevas sepulcrales, construcciones circulares de piedras y grabados rupestres. Estas asociaciones clarifican el motivo de la formación de algunos concheros herreños, insertos desde esta lectura de los restos arqueológicos en las prácticas religiosas de la población prehistórica de la isla entre las que se encuentra el culto a los muertos, si bien no son exclusivos de este. Las crónicas narran que también existía entre ellos la celebración de ciertas fiestas estacionales o «ajuntas» con comidas comunitarias que llamaban «Guatibao o Guatatiboa» (15), con las que evidentemente hay que relacionar estas acumulaciones de desperdicios alimenterios. La realización de sacrificios a lo largo de estas parece también estar incluido como se observa en las características que poseen los restos arqueológicos de ciertas zonas de la isla de las que El Julan es la más representativa. Aquí, como ya se ha indicado, se elevan a un amplio porcentaje de aras o altares de sacrificio, construidos en piedra seca, con estructuras aproximadamente troncocónicas y en cuyo interior se abre una oquedad donde quedaron inmersos en este mismo ámbito de significación los grabados rupestres que se sitúan en las proximidades de forma espectacular por su número y por su contenido. Los motivos representados en ellos corresponden a formas geométricas (círculos, óvalos, laberintos... etc.), soliformes y podomorfos. Los grabados herreños, además del contenido simbólico que encierran, se ubican reiteradamente junto a lugares donde el agua está presente (saltos de agua, barrancos, eres o maretas, cuevas con filtraciones abundantes... etc.), en las zonas señaladas por la tradición donde se celebran los ritos propiciatorios de la lluvia o, a modo de inscripciones alfabéticas excepcionalmente talladas en las superficies de un tablón funerario hallado en la Cueva del Hoyo de los Muertos (Guarazoca) (16), y por ello incluidos con toda certeza en el ámbito de la religión prehistórica insular.

(14) Zona reconocida por I. FRANCISCO ORTEGA, miembro del equipo de investigación que estudia actualmente la prehistoria de la isla.

(15) Fr. J. DE ABREU GALINDO, 1940, op cit., cap. XVIII, pág. 61; L. TORRIANI, 1959, Descripción e historia del reino dae las Islas Canarias, antes Afortunadas, con el parecer de las fortificaciones, Sta Cruz de Tenerife, págs. 212-213.

(16) Fr. J. DE ABREU GALINDO, 1940, cap. XVIII, pág. 62.

Otros restos arqueológicos abundan también en el valor intrínseco de las especies que hemos venido señalando como representantes del mundo mágico en el pensamiento de los bimbaches. El hallazgo, en el Conchero de Guinea (Frontera) de caracoles marinos pintados de ocre rojo (especialmente púrpura haemastoma y o, como en el caso de las lapas que parecen haber sido usadas como recipientes para contener esta misma tintura, piezas que evidentemente están fuera de los ajuares funcionales de esta cultura. En otras islas se conocen también ejemplos similares, en los que las conchas marinas poseedoras de espiras, se han trabajado e incluso repetido en cerámica y luego rematadas con pintura roja. Y por último el complejo conjunto tradicionalmente denominado «objetos de adorno personal», también presente en el análisis de esta manifestación cultural, común a todos los pueblos. No obstante, está constatada por la antropología como, desde la óptica de los pueblos primitivos, las costumbres de ataviarse juega además de una función estética un papel tanto o más relevante en las prácticas mágicas integrándose en los ajuares elaborados para su desarrollo.

La mayor parte de los amuletos encontrados en El Hierro están elaborados a partir de las mismas especies señaladas: cornamentas de cápridos, lapas y otros caracoles marinos. Estas, además de constituir la base de la economía, presentan en su estructura una morfología significativa: perímetros elípticos, espirales y círculos... etc., geometrismos que reiteradamente se repiten en grabados rupestres, plantas arquitectónicas o, incluso, en las danzas circunvalatorias de los rituales propiciatorios de la lluvia, como manifestación del lenguaje mágico usado por los bimbaches para expresar los conceptos de su mundo religioso.



Mª. de la Cruz Jiménez Gómez

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