domingo, 18 de mayo de 2014

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MAGIA Y RITUAL EN LA PREHISTORIA DE EL HIERRO (I)

Ciertos fenómenos de la naturaleza, en el más amplio sentido del término, han requerido desde siempre una especial atención para la humanidad. Ellos, por sus propias características de manifestación, aparentemente fuera del habitual campo de percepción objetiva han sido relacionados con el mundo de lo «sobrenatural» señalando con ello la ausencia de una explicación, comprensión e incluso dominio humano sobre los mismos, quedando por ello «fuera del mundo» o más allá de los espacios que la humanidad en cada época ha sido capaz de recorrer, experimentar y controlar (1).

Es así que en concordancia con el grado de conocimiento que sobre estas cuestiones el hombre haya logrado, aquellos fenómenos devienen en su mente en entes sacralizados bajo forma de divinidades, benéficas o malignas, según sea su signo. Sacralización que ocurre no tanto por tratarse de fenómenos que caen en el ámbito de lo no conocido, como por la estrecha relación que estos guardan con la supervivencia biológica de la especie (recursos alimentarios, agua, clima.... etc.) o su continuidad después de concluido su ciclo vital, como es el fenómeno de la muerte. En cualquiera de ambas modalidades con sus múltiples variantes, el denominador común es la necesidad de sobrevivir o supervivir al reto de la naturaleza y de la muerte lo que determina un comportamiento humano, generado por este temor, que se orienta a obtener el beneficio de las fuerzas «sobrenaturales» o de los dioses así creados.

(1) Sobrenatural es un término impreciso en tanto se refiere a una naturaleza que termina en lo concreto, en lo objetivo que el hombre es capaz de conocer. La ciencia abre cada día nuevas fronteras para la mente humana poniendo a su alcance el conocimiento que le permite acceder a ese aspecto de la naturaleza que en otros tiempos no ha sido capaz de explicar, pero que se rige igualmente por leyes inteligibles, demostrando con ello la relatividad de esa línea divisoria creada para separar lo conocido del mundo que no se es capaz de entender.

Este mecanismo de conducta no constituye un apartado individualizado en las culturas de los pueblos, tal como generalmente han tendido a contemplarse, por el contrario su inserción en la vida cotidiana es tan clara que mueve los hilos que operan desde las más simples hasta las más complejas manifestaciones que se ejecutan en el seno de cualquier sociedad. Derivaciones o consecuencias de estas respuestas son la aparición de jerarquías político-religiosas, la presencia de santones, hechiceros o sacerdotes, la práctica de técnicas agrícolas, de cruzamientos y fecundación atendiendo a momentos cíclicos o situaciones concretas de la naturaleza; el desarrollo de danzas, cantos y rituales específicos, o el particular geometrismo de grabados rupestres, viviendas, templos y sepulturas.... etc., que se materializan en este lenguaje simbólico conocido como MAGIA.

Es por ello que las prácticas funerarias ocupan un importante lugar para el conocimiento de los pueblos prehistóricos como fuente de información, no sólo relativo a estos rituales, sino como medio del que se extraen aproximaciones sobre las actitudes y conceptos de estas culturas ágrafas ante la muerte y el modo de insertarlos en su respectiva comunidad. Comunidad en la que todo está estrechamente interrelacionado y, por ello, explicado para el entendimiento de cada uno de los individuos que la forman, constituyendo un sistema hoy desterrado de los parámetros que rigen las actuales sociedades urbanas (2).

El ritual de enterramiento es uno de los aspectos que estudiamos actualmente en nuestro Proyecto de Investigación trazado para elaborar la Prehistoria de la Isla de El Hierro (Islas Canarias), aspecto que analizaremos detenidamente y desde el que haremos alusión al conjunto de manifestaciones religiosas en el que se inserta.

(2) No es así en las sociedades rurales en las que el bagaje de experimentación comunitaria constituye aún un importante caudal de información para los individuos, individual y colectivamente, y donde además existe un intercambio continuo entre hombre-naturaleza, constituyendo un todo.

En el Archipiélago Canario el mundo de las creencias de los aborígenes ha quedado registrado en los vestigios arqueológicos, pero también, a diferencia de otras muchas culturas prehistóricas su recuerdo fue recogido en narraciones escritas con posterioridad a su conquista, constituyendo una valiosa información que contrastada con la arqueología, colabora en la interpretación de aquéllos. Ambos constituyen el aporte documental que utilizaremos en este estudio.En efecto, la Crónica de Fr. J. Abreu Galindo al hablar de las sepulturas de los bimbaches (3), los describe así: «La forma de sus entierros era, que si el difunto tenía mucho ganado, los metían con sus vestidos en cuevas, y lo arrimaban a un lado, a los pies un tablón, y su bordón arrimado a un lado, y cerraban la cueva con piedras porque los cuervos no los comiesen» (4). Datos que sistemáticamente ha confirmado la arqueología aunque con las matizaciones comunes a este tipo de documentos.

(3) Bimbaches, abimbachos, bimbapos... etc., nombre con el que se distinguen a los aborígenes de El Hierro, según S. BERTHELOT derivado del término Ben-Bachir que originalmente se les confirió. S. BERTHELOT y P. BARKER-WEBB, 1977. Etnografía y Anales de la Conquista de las Islas Canarias. 1977, Las Palmas de Gran Canaria, t. II, pág. 151.

(4) Fr. J. DE ABREU GALINDO, Historia de la Conquista de las siete islas de Gran Canaria (1632). 1940. Biblioteca Canaria. Sta. Cruz de Tenerife, cap. XVIII, pág. 61.

Una de las observaciones más elementales sobre los enterramientos es su conexión con la estructura geológica de la isla con el aprovechamiento de las oquedades naturales que se abren en los acantilados costeros, márgenes de barrancos y malpaíses que la configuran. Cavidades que se utilizaron en su estado originario con solo algunos acondicionamientos previos al depósito de los cadáveres, con objeto de conseguir una mejor conservación y protección, como yacijas o lechos de madera y piedra dispuestas sobre el piso de las sepulturas. Estas, una vez realizadas, se cubrían definitivamente, a modo de inhumación, por capas artificiales de tierra, madera y piedra combinadas caprichosamente siendo, en ocasiones rematadas por amontonamientos de piedras con cierto orden que sellaban, protegían y señalaban la ubicación del enterramiento. Finalmente, concluido éste, el recinto, era tapiado con muros de piedra seca quedando aislados de cualquier alteración posterior (5).

(5) Para una información sobre cualquier aspecto de la prehistoria de esta isla, véase M. C. JIMÉNEZ GÓMEZ, 1985. Prehistoria de la Isla de El Hierro. Sta Cruz de Tenerife

El aspecto original de las sepulturas herreñas conocidas hasta el momento se ha encontrado generalmente muy alterado a causa de las múltiples remociones practicadas en su interior (6), lo que limita extraordinariamente el conocimiento de las prácticas funerarias en relación con la posición, colocación y orientación de los cadáveres, así como de los ritos y ceremonias con que se acompañaba el momento de realizar el enterramiento. Sólo algunas excepciones, como la cueva del Tablón (Frontera), excavada a fines del siglo XIX en la zona del Julan por R. Verneau, o la Necrópolis de Azofa (Isora, Valverde), excavada por J. Álvarez Delgado en 1944, permiten abordar el análisis del tema (7). Ambas investigaciones constatan la existencia de inhumaciones en decúbito supino, en enterramientos colectivos en los que no existe preferencia aparente por la orientación de los individuos. Observándose, además, la colocación de los cadáveres en diversas capas superpuestas, perfectamente separadas entre sí por materiales diversos, rito que encuentra claros paralelos en las islas de La Gomera, Tenerife y La Palma (8). Es de lamentar las deficientes publicaciones habidas al respecto, en las que no se precisan datos relativos a la posición y orientación de los individuos sepultados en las diferentes capas, información que hubiera permitido constatar la continuidad o cambio del ritual funerario a lo largo de la evolución cultural de la población aborigen. Otras referencias de carácter oral, recogidas por nosotros, señalan a individuos que se encontraban encajados de pié aprovechando una grieta natural de la cornisa de la margen izquierda del Barranco del Hoyo de Los Muertos (Guarazoca, Valverde), hoy ya desplomada por los efectos de la erosión.

(6) Remociones practicadas especialmente por campesinos a quienes, coleccionistas y antropólogos impulsados por la búsqueda indiscriminada de cráneos que caracterizó a este sector desde finales del siglo XIX, pagaban a estos altos precios.

(7) R. VERNEAU, 1887, Rapport sur une mission scienatifique dans l'Archipiel Canarien. Paris, págs. 138-160. J. ÁLVAREZ DELGADO, 1947, «Excavaciones arqueológicas en Tenerife (Canarias). Plan Nacional 1944-1945», Informes y Memorias de la Comisaría General de Excavaciones Arqueológicas, n° 11. Madrid, págs. 172-178.

(8) Los paralelos más próximos se encuentran en las sepulturas de Los Toscones (Barranco de Abalos. La Gomera), L. DIEGO CUSCOY, «Nuevas excavaciones arqueológicas en las Canarias Occidentales. Yacimientos de Tenerife y La Gomera», Informes y Memorias de la Comisaría General de Excavaciones Arqueológicas, n° 28. Madrid, págs. 119-124.; La Enladrillada (Tegueste. Tenerife), L. DIEGO CUSCOY, 1972, «Excavaciones arqueológicas en Tegueste (Tenerife)», Noticiario Arqueológico Hispano, Prehistoria I. Madrid, págs. 271-313; La Cucaracha (Mazo, La Palma), D. ACOSTA PÉREZ, 1963, «Hallazgo de un cementerio aborigen en la zona de Mazo», La Tarde (día 2 de Octubre). Sta. Cruz de Tenerife.

Continúa...

Mª. de la Cruz Jiménez Gómez

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