miércoles, 26 de marzo de 2014

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CURANDEROS, SANADORES Y SANTIGUADORAS EN LANZAROTE
ENTRE EL SIGLO XVI Y XIX (II)

Francis Coleman, cónsul británico en Canarias entre 1825 y 1830, hablando sobre la superstición de los canarios, en su libro Las Islas Canarias según su estado actual y con especial referencia a la topografía, estadística, industria, comercio y costumbres (1831), comenta la creencia en brujas y en espíritus, el miedo al "mal de ojo" y el ensalmo extendido de la creencia en las almas de los difuntos, que no pueden encontrar descanso, y se incorporan al cuerpo de los vivos, motivo por el que ante la presencia de ciertos síntomas se fuera a buscar a un "animero", en lugar de al médico, para intentar expulsar el alma intrusa. Rezos, plantas y creencias, son los medios que unen al paciente con el curandero.

El lenguaje de los curanderos y sanadores lanzaroteños brota como una lucha de ritos y creencias, en la que el resultado depende de la fe del paciente, de la eficacia de las plantas y de los conocimientos y habilidades de las curanderas o santiguadoras.

La enfermedad se considera en este ambiente mágico, no sólo como un dolor físico de nuestro cuerpo, sino también de nuestra mente, de ahí los rezos y curas que se realizan a los pacientes.

Sobre los rezados y prácticas de las sanadoras lanzaroteñas se han realizado algunos trabajos, como los de Jesús María Godoy, los de María Luz Fika y cols. y los del propio Archivo Municipal de Teguise.

En los trabajos citados figuran fórmulas para distintas enfermedades, como el asma y asfixias, la insolación, las fístulas, heridas producidas por animales, etc.

En una evolución histórica de la medicina popular aplicada por algunos curanderos, encontraríamos los primeros pasos en la savia de algunos árboles que se utilizaron como bebida y para cataplasmas.

El sebo o grasa de carnero y camello se utilizaba como remedio para los dolores y contusiones, mientras que la manteca de cabra mezclada con hojas de algunas plantas, la utilizaron para las heridas.

Las manos de los curanderos son los hilos conductores que le transmiten el grado de enfermedad de sus pacientes. Las creencias religiosas, tanto del sanador como del paciente, juegan un papel importante en el proceso. Los métodos son tan numerosos como tipos de enfermedades hay, desde la imposición de manos, pasando por el uso de las plantas, las oraciones o invocaciones, y los talismanes.

Las clases bajas son extraordinariamente supersticiosas y, además de creer firmemente en brujas, espíritus y presagios, les tienen un miedo especial a los efectos del mal de ojo. Sin embargo, no juzgaban siempre este hechizo como un acto de maldad, sino que también creen que un exceso de cariño o admiración ante el objeto pueden provocar el mismo efecto perjudicial, que suele consistir en que se seca o muere todo aquello en lo que recae tal hechizo. Sin embargo, cualquier cosa en forma de cuerno puede hacerlo inofensivo y, por esta razón, suelen encontrarse con frecuencia pedacitos de hueso tallados en esta forma. Y ni siquiera las clases altas se ven libres de superstición. Si un campesino teme que una bruja esté cerca, vuelve hacia fuera la parte interior de la pretina de su pantalón o, para asegurarse mejor, se quita del todo los pantalones y se los vuelve a poner, después de haberlos vuelto del revés. Los labradores consideran que este remedio es tan poderoso, que ninguna bruja tiene el poder de causarles ningún mal.

Poner una escoba detrás de la puerta es siempre recomendable, si se quiere evitar a las brujas; pues si ésta pisara el umbral, su primer intento consistiría en privar a los niños pequeños de la respiración; así cuando un niño muere de repente, se considera siempre obra de las brujas. Espanto general causa el graznido de un ave, que llaman apagado (lechuza), a causa de la similitud de esta palabra con el sonido que emite en un tono chillón. (Coleman Macgregor, F. y Batista Rodríguez, JJ. (2005). Op. cit. pp. 147-149).

Otra superstición bastante extendida consiste en creer que a las almas de los difuntos que no pueden encontrar descanso les es dado pasar al cuerpo de los vivos y atemorizarlos con su presencia. Así, si se presentan ciertos síntomas en un enfermo, se manda a buscar un animero, quien intenta expulsar el alma intrusa, en parte mediante conjuros y en parte mediante el acto de poner secretamente al fuego, en una encrucijada, una olla, en la que hay cuernos de macho cabrío, cascos de caballo y otro montón de cosas bienolientes. Si arde el contenido de la olla, vuelve el animero a la habitación del enfermo en una suerte de trance, abre de golpe la puerta y las ventanas, corretea sin sentido aparente de un lado para otro y continúa con los conjuros, mientras le sale espuma por la boca. No obstante, si el enfermo no se siente aliviado, esto significa que el alma que ocupa su cuerpo no quiere marcharse y entonces el charlatán se ayuda con la excusa de que alguien ha debido de haber visto arder la olla. (Coleman Macgregor, F. y Batista Rodríguez, JJ. (2005). Op. cit. pp. 147-149).

Por lo demás, tampoco faltan las videntes, las que adivinan mirando el agua y todo tipo de servidores de la superstición. Sin olvidar, a los amañados y charlatanes que ofician de médicos con el ánimo de hacerse ricos a costa de la credulidad reinante.




FOTO 4 y 5: Eloina Expósito Mendoza santiguadora de La Laguna.

En todos los pueblos hay personajes que dejan en la memoria de sus vecinos una huella imborrable, recordándoseles de generación en generación. Este es el caso de doña Balbina que destacó por su admirable labor curativa y humanitaria.

"… Era comadrona y médico naturista a la vez. Se le pagaba con los productos del campo y alguna peseta que ella cogía, pero nunca puso precio. Venían de todas las zonas. Atendía lo mismo a una cabra que traía el baifo atravesado que a un camello. Se moría un niño y lo amortajaba. Fue la mujer más importante que he conocido. La venían a buscar en burro o en camello, de Tiagua, de Tinajo, de Soo". (Falero Lemes, M. A. Montelongo Franquiz, A. Hernández González, J. (2006): Tras las huellas del Ajey. Patrimonio Etnográfico. Sanidad. Enfermedades. Patrimonio Cultural de San Bartolomé, Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de San Bartolomé, p. 120).

La Organización Mundial de la Salud, define al curandero como toda persona reconocida por la propia comunidad en que vive como competente para prestar atención de salud mediante el empleo de productos vegetales, animales y minerales, y la aplicación de algunos otros métodos de origen social, cultural y religioso, basados en los conocimientos, actitudes y creencias de la comunidad en lo que respecta al bienestar físico, mental, social y al origen de la enfermedad y la invalidez. Basándonos en esta definición, entendemos cómo y por qué estas personas han sobrevivido, a lo largo de los siglos, en Lanzarote.

Conclusiones.

La hechicería aparece cuando la manipulación mágica de las situaciones y las cosas se profesionaliza. Cuando alguien al que se supone poderes o saberes superiores a los demás se especializa en procurar, a cambio de una retribución, la resolución de problemas que la mayoría tiene.

Entre los motivos del recurso a la magia está la búsqueda de la salud. Los procedimientos curativos incluyen elementos puramente mágicos junto con santiguados y rezos más o menos ortodoxos, pero comprenden también habilidades y conocimientos empíricos sobre las virtudes de ciertas sustancias naturales. Por eso son borrosos los límites entre el curanderismo mágico y la medicina popular.

Esta gestación de la brujería en Lanzarote, en nada se parece a las prácticas de nuestros curanderos y santiguadoras, cuyas raíces hay que situarlas en ritos y creencias que van de la mano de los elementos localizados en nuestra isla, aunque lleven el sello de una multiculturización que, lejos de anularla, la ha enriquecido y cuyas prácticas en nuestras aldeas y pueblos se ve con la mayor naturalidad.

El historiador griego Herodoto (484-425 a.C.) relataba sobre los babilónicos que, pese a existir los médicos o especialistas de la salud, la mayoría de las personas llevaban a los enfermos a la plaza o mercado de la ciudad, y si algún transeúnte había padecido la misma enfermedad, se paraba a hablar con él y le daba buenos consejos o le indicaba algún remedio para su mal.

El enfermo, muchas veces no busca la ciencia en el curandero, sino la esperanza, un depositario de sus problemas que le ayude a llevarlos. La gente normal del pueblo, especialmente los que han estado alejados de zonas urbanizadas y donde han podido llegar con dificultad los estamentos sanitarios, no han tenido más remedio que solucionarse los problemas de salud como han podido. El pueblo, actuando como si fuera una esponja cultural, ha ido asimilando a lo largo de muchos años diversos conceptos y conocimientos hasta desarrollar su propia medicina popular. La medicina popular es variadísima en cada país, pero todos tienen un punto en común: la fe que las gentes de los pueblos han tenido y continúan haciéndolo en sus curanderos, sanadores y esteleros.

FOTO 6: Un sacerdote o médico, junto a una sacerdotisa o enfermera, cura a un paciente en nombre de Esculapio.



Jesús Rubio Pilarte
Manuel Solórzano Sánchez

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