domingo, 30 de marzo de 2014

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GRABADOS RUPESTRES CON REPRESENTACIÓN DE BARCOS EN EL LOMO GALIÓN (ISLA DE LA GOMERA, CANARIAS). (IV)

9. El contexto histórico de los grabados.

Grabados de barcos y religiosidad.

Con la implantación del nuevo orden que trajo la colonización europea a partir de 1489, la cultura indígena no debió desarticularse bruscamente, sino mediante un cambio progresivo y lento, favorecido por las condiciones del régimen señorial, pues faltaban estímulos para transformar enteramente el sistema productivo de los aborígenes. De ahí que la llegada de colonos para roturar tierras fue siempre muy escasa, y únicamente en el siglo XVII hubo una mayor afluencia a algunos lugares del norte, promovido por los Condes de La Gomera. Pero, en general, puede afirmarse que el componente indígena siguió siendo mayoritario en la población de la isla, aun a pesar de la matanza y esclavización promovidas por Pedro de Vera y Beatriz de Bobadilla en el citado año.

Gran parte de aquellos gomeros continuarían manteniendo durante mucho tiempo una actividad esencialmente pastoril, quizás intensificada por una cierta división étnica del trabajo. De hecho, grandes zonas quedaron convertidas en dehesas, como así sucedió precisamente con la de Majona, que iba desde uno de los barrancos de La Villa hasta Hermigua, abarcando la séptima parte de la isla, y en medio de ella la cuenca de Abalos (G. Díaz y J. M. Rodríguez, 1990:168). Es lógico pensar que las costumbres aborígenes se mantuvieran más arraigadas aún en esas dehesas.

Los grabados rupestres pueden ser un ejemplo más de cómo perduraron tradiciones indígenas, que se fueron entrelazando con hábitos coherentes de los colonos agrícolas posteriores. Se siguieron haciendo en época histórica en los mismos lugares que los prehistóricos y, a veces, repitiendo los sencillos y universales diseños de éstos, aunque incorporando nuevos motivos, como las cruces cristianas, embarcaciones, aves de corral, armas de fuego y, más recientemente, vehículos a motor. El hecho de que concurran en un mismo sitio de manera habitual los grabados antiguos junto a otros modernos, puede indicar que también coincidieron los móviles que indujeron a grabar o que se siguieron haciendo por mimetismo.

Por tanto, no afirmamos que sólo la población indígena tuvo el hábito de grabar y que se perpetuó a través de sus descendientes, pues no puede descartarse que algunos inmigrantes europeos pudieran traer ciertas formas de comportamiento análogas. Pero queremos destacar la importancia del componente indígena, que se manifiesta en la continuidad del propio acto de grabar y, sobre todo, en el uso de los mismos lugares y a menudo con idénticas técnicas (J. F. Navarro, 1992 y 1995).

En el caso que nos ocupa, estamos seguros de que los barcos y la Virgen de Guadalupe están estrechamente asociados. El mito de su aparición se relaciona con un barco (9). También han sido barcos los exvotos que se depositan en su ermita de Punta Llana. Cada cuatro años, una procesión marítima transporta a la imagen desde este lugar a la Villa y viceversa, pasando justamente frente a la Playa de Abalos y el Lomo Galión.

(9) La devoción en La Gomera hacia la Virgen extremeña de Guadalupe pudo originarse por la vía de la colonización americana, quizás traída por misioneros que hacían escala en la ruta a América. G. Frutuoso (1964 [1590]:134) cuenta que cuando un navío de conquistadores costeaba Puntallana buscando puerto para desembarcar, gran número de indígenas gomeros se fue congregando sobre el acantilado. Entonces el capitán Diego de Ayala (quizás lo confunde con Fernán Peraza «el viejo») prometió a la Virgen de Guadalupe que si aquella gente numerosa los recibía sin daño, construiría en aquel lugar una ermita bajo su advocación, como así sucedió. Este hecho, de haber existido, hay que fecharlo antes del último tercio del siglo XV. No obstante, una leyenda popular explica su presencia mediante acontecimientos milagrosos producidos después de la conquista, pero en los que interviene también un barco: el vigía de una nave española que pasaba frente a Puntallana, rumbo a América, vio un resplandor en la costa y, al desembarcar para investigar, observó que la luz salía de una cueva que albergaba una imagen de la Virgen de Guadalupe. La llevaron a bordo y levaron anclas, pero las velas se hinchaban sin que la nave se moviera y, a la vez, una bandada de palomas revoloteaba en torno a la cueva, volando luego al barco y de nuevo a la cueva. Sacaron la imagen a cubierta y entonces las palomas intentaron transportarla a tierra con sus picos. Ante estos signos milagrosos, el capitán ordenó devolverla a su sitio y entonces el barco obedeció al impulso del viento, dirigiéndose al vecino puerto y villa de San Sebastián para proclamar la noticia. Los vecinos se dirigieron de inmediato a Punta Llana a venerar a la Virgen, para la cual construyeron una ermita (G. Díaz, 1999:58).

Grabados de barcos e historia marítima.

La embarcación más antigua (panel 67) es de fines del siglo XV o inicios del XVI, coincidiendo con el proceso de colonización castellana y, cómo no, con los eventos del descubrimiento americano. Luego, hay otra del XVI; varios barcos que pueden ser del XVII, pero sobre todo del XVIII; algunos de principios del XIX y, por último, el más reciente es de fines del XIX o inicios del XX.

Los grabadores tuvieron dos fuentes complementarias para inspirarse. De un lado, las embarcaciones que entraban o salían del puerto de San Sebastián, las que costeaban la isla o las que integraban la procesión marítima de la Virgen de Guadalupe. De otro, las maquetas de barcos que, como exvotos, hubo y hay en la propia ermita de Punta Llana. La vecina rada de San Sebastián siempre fue el puerto principal de la isla, junto con su anexo del Buen Paso y, por tanto, las aguas próximas eran las más transitadas por naves, aunque, según el estado del tiempo, el propio saliente de Punta Llana abrigaba dos fondeaderos de ocasión al Norte y Sur (G. Frutuoso, 1964 [1590]:143).

La presencia de naves en la zona fue muy esporádica hasta mediados del siglo XV, cuando empezaron los intentos colonizadores de los primeros señores, como Fernán Peraza el Viejo, fundador de la Torre del Conde, y su yerno Diego de Herrera; hasta que se produjo la definitiva instalación de Fernán Peraza el Mozo en 1477.

El tráfico corriente todavía era muy escaso, pero en momentos concretos arribaban armadas que, sin duda, despertaron la curiosidad de los pastores que tenían por costumbre grabar. Son bien conocidas la llegada de la flotilla de Juan Rejón en 1481 a Hermigua, y la terrible expedición de Pedro de Vera en 1489. A partir de 1492 San Sebastián empezó a ser frecuentado por las flotas que iban a Indias o incluso al Pacífico, durante el periodo de exploraciones y conquistas. Colón recaló aquí en sus viajes de 1492, 1493 y 1498, aunque el que causaría mayor impacto fue el segundo, cuando trajo una gran armada de 3 naos y 14 carabelas. En 1499 llegaban las 4 naos de Ojeda, Vespucio y La Cosa; en 1502 la gran expedición de Ovando, con 32 naves; en 1504 la de Alonso Quintero; en 1514 los 22 buques de Pedrarias Dávila; al año siguiente la del adelantado Juan Díaz de Solís; en 1525 la de García de Loaysa y Elcano en su viaje de circunvalación; en 1526 las de Francisco de Montejo y Pedro de Los Ríos; en 1530 la de Hernando y Francisco Pizarro; en 1532 Pedro de Heredia llega con un galeón, una carabela y una fusta; en 1534 el portugués Francisco de Alcazaba; en 1535 las expediciones de Pedro de Mendoza y de Cristóbal Frías Marañón; en 1538 Hernando de Soto, con 7 navíos grandes, 3 pequeños y 20 naos; en 1544 la flota en que iba la virreina viuda María de Toledo y fray Bartolomé de las Casas, como obispo de Chiapas; en 1555 el virrey marqués de Cañete; en 1565 la formidable flota de Meléndez de Avilés, con 60 navíos y galeones, que permaneció largo tiempo y los millares de marinos y soldados generaron cuantiosos ingresos a la población de la villa; en 1572 hizo escala Juan Ortiz de Zárate; etc. (G. Frutuoso, 1964 [1590]; A. Borges, 1977; A. Darias y G. Díaz, 1994).

El final del siglo XV y el XVI debió ser una época dorada en la que La Gomera desempeñó un papel de primer orden como antesala trasatlántica, cuestión que influiría decididamente en la economía de la isla. Sospechamos, que durante generaciones una parte no desdeñable de la producción estuvo destinada a abastecer las naves en su viaje de ida a América, sobre todo de productos perecederos o de transporte entorpecedor, como el queso, la carne conservada, el agua, el vino, el azúcar, algunos vegetales, animales vivos, etc., buena parte de lo cual evitarían cargar en los puertos de origen. Aparte de que la población gomera tenía reputación de vender a precios muy bajos esas y otras cosas que, por añadidura, eran de excelente calidad. Lógicamente, el Conde estimularía la producción de aquellos bienes de consumo que demandaban las flotas, cuyo origen estaba en la ganadería y algunas actividades agrícolas muy concretas, siendo los primeros beneficiados él mismo y algunos vecinos de la Villa.

Después de esta gran etapa de la conquista americana, descendió la afluencia de escuadras y los beneficios que acarreaban, por lo que es lógico pensar que los condes pretendieran darle otra orientación económica a la isla. El mar y los barcos tuvieron desde el siglo XVII otro signo: La Gomera pasó a quedar muy tímidamente integrada en algunos circuitos comerciales con la América española, con la metrópoli y, en menor medida, con la carrera de Brasil y el tráfico de esclavos desde Guinea y Cabo Verde. Pero lo cierto es que su papel fue muy marginal, porque la inmensa mayoría del comercio marítimo se concentraba en las islas de realengo —Tenerife, Gran Canaria y La Palma— (G. Glas, 1976 [1764]:133-139). De manera que las comunicaciones interinsulares acabarían por imponerse en las relaciones de la isla con el exterior, y los grabados de pequeñas embarcaciones deben relacionarse con este hecho. En el siglo XVIII el tráfico más habitual era con Tenerife, adonde se exportaba seda, aguardiente, ganado y orchilla, recibiendo manufacturas y otros productos de origen europeo y americano. Los barcos usados para ello se construían en Canarias, eran de 20 a 50 Tm y una decena de tripulantes, número muy elevado necesario para las operaciones de carga y descarga.

La otra vertiente de los barcos era de signo negativo. Algunas veces, los barcos que se acercaban constituían un peligro. Hubo un primer periodo en el que los antiguos gomeros sufrieron el efecto de las razzias para cautivar esclavos y ganado, que se inició en el siglo XIV y fue en aumento hasta culminar en la masacre de Pedro de Vera en 1489. Luego, la isla empezó a sufrir los ataques de los enemigos de la corona española: en 1498 ya Colón encontró aquí un pirata francés; en 1553, el famoso Jean Le Clerq —Pie de Palo— intentó desembarcar sin éxito; en 1569 hubo otro ataque de corsarios franceses; en 1571 Jean Capdeville entró con engaños, mató a algunos que no pudieron huir, saqueó y quemó buena parte de la Villa; en 1583 fue rechazada una flota luso-francesa de 6 navíos; en 1585 le sucedió lo mismo al conocido Fancis Drake; en 1599 el holandés Pieter van der Does volvió a desvalijar y quemar San Sebastián a pesar de la defensa isleña; en 1618 se produjo el ataque más devastador por parte de la flota argelina de Tabac y Soleimán, que no sólo arrasaron la capital, sino que saquearon en el interior, llegando hasta Hermigua; en 1743 fue rechazada la escuadra inglesa de sir Charles Windham, acontecimiento que reproduce el fresco de la capilla del Pilar en la iglesia de Nª Sra de la Asunción. Además de los anteriores, otros corsarios merodearon las costas de La Gomera sin grandes consecuencias.

Algunos piratas y corsarios enemigos de la corona española llegaron a usar la rada de San Sebastián como punto de abastecimiento, como hizo en 1556 la escuadra francesa del vizconde de Uza, formada por 9 barcos y 2.000 soldados; la del inglés John Hawkins en 1567; la del francés Jean de Sores en 1570, después de haber atacado La Palma, lo que provocó un escándalo y el proceso abierto por la Inquisición al Conde y a varios gomeros; en 1617 hizo aguada la escuadra de sir Walter Raleigh; etc. (A. Rumeu, 1947; A. Darias y G. Díaz, 1994).

Por último, el mar y los barcos fueron siempre el vehículo para la emigración gomera a América, que comenzó con las primeras expediciones colombinas y tenían su punto de partida en el vecino puerto de San Sebastián. No pocos colonos establecidos provisionalmente en la isla acabaron embarcando en los navíos que recalaban en el puerto rumbo a América. Más recientemente, cuando llegaron a ser durísimas las condiciones económicas y sociales de una gran parte de la población, la emigración legal y clandestina a Tenerife y América fue la única alternativa posible a un alto porcentaje de la población. En este caso, el barco ya no era sólo un símbolo religioso vinculado a la Virgen de Guadalupe, sino que representaba la única manera de escapar a una existencia llena de penurias y, por tanto, se convirtió también en un símbolo de esperanza en una vida mejor.

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Juan Francisco Navarro Mederos

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